lunes, 22 de abril de 2019

Martes de la Octava de Pascua



(Ciclo C – 2019)

          “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20,11-18). Al ver el sepulcro vacío, María Magdalena interpreta en forma errónea lo sucedido: en vez de recordar las palabras de Jesús, de que Él habría de resucitar, piensa que alguien se ha llevado el cuerpo muerto de Jesús. Es decir, en vez de creer en la resurrección, María Magdalena continúa en la cosmovisión de la humanidad después del pecado: sólo conoce la muerte y el dolor y no puede ni siquiera imaginarse en qué consiste la resurrección y esa es la razón por la cual llora junto al sepulcro vacío. Es decir, tiene ante sí una prueba tangible de la resurrección de Jesús, el sepulcro vacío y en vez de alegrarse porque Jesús está vivo y resucitado, llora porque piensa que está muerto y que su cuerpo simplemente ha sido cambiado de lugar.
          “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. María Magdalena da la misma respuesta, tanto a los ángeles, que le preguntan por primera vez por la causa de su llanto, como cuando, por segunda vez, ahora sí Jesús en Persona, le pregunta también por la causa de su llanto. Confundiéndolo con el “cuidador de la huerta” y pensando que es él quien ha cambiado de sepulcro al cuerpo de Jesús, María Magdalena responde a Jesús de la misma manera en que respondió a los ángeles: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Sólo cuando Jesús infunde en ella el don del conocimiento sobrenatural, María Magdalena, iluminada por la gracia, reconoce a Jesús y lo llama “Rabboní”, es decir, “Maestro” y se postra ante sus pies.
          “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Muchos, dentro de la Iglesia, se comportan, en relación a Jesús y a su misterio pascual de muerte y resurrección, como María Magdalena: no recuerdan o más bien, no creen en las palabras de Jesús y en el Magisterio de la Iglesia, que nos enseña que Jesús ha resucitado y está, vivo y glorioso, en la Eucaristía. No debemos repetir el error de María Magdalena; a diferencia de ella, que “no sabe adónde está el cuerpo del Señor” y piensa que está muerto, nosotros sí sabemos dónde está el Cuerpo de Jesús, vivo, glorioso y resucitado: está en el sagrario, en la Sagrada Eucaristía. Y ésa es la razón de nuestra alegría, en medio de las tribulaciones de esta vida y las persecuciones del mundo.

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