viernes, 24 de abril de 2020

“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”




“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6, 35-40). Jesús afirma ser el “Pan de vida”, pero también afirma algo más, que parece contradictorio, o que al menos no parece cumplirse: quien acuda a Él, Pan de vida, “no tendrá hambre” y el que “cree en Él, no tendrá sed jamás”. Sin embargo, vemos en la realidad que al menos la segunda parte de lo que Jesús afirma, no se cumple, puesto que la enorme mayoría de fieles que son verdaderamente devotos de la Eucaristía, comulgan todos los días, creen en Jesús, acuden a Él, pero aun así, continúan experimentando hambre y continúa experimentando sed. En otras palabras, no se cumplirían las promesas de Jesús de que quien acuda y crea en Él, no experimentarán más ni hambre ni sed. Es verdad que hay santos o beatos -como Santa Catalina de Siena, Marta Robin, Alejandrina da Costa- que sólo se alimentaron de la Eucaristía, sin ingerir ni alimentos ni líquidos durante toda su vida y en quienes sí se cumplirían las palabras de Jesús, pero estos son escasísimos en relación a la totalidad de los fieles, quienes, aunque comulguen con fe, devoción, piedad y amor, vuelven a experimentar hambre y sed corporales.
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”. Para entender en su verdadero sentido las palabras de Jesús, hay que considerar, por un lado, que Él las pronuncia en un contexto sobrenatural y puesto que se está refiriendo a la Eucaristía, que es el Pan de vida, la ausencia de hambre y de sed para quien reciba la Eucaristía se da en dos sentidos: en esta vida, no volverán a experimentar ni hambre ni sed de Dios Trino, porque la Eucaristía, que es el mismo Dios Hijo en Persona, los colmará de tal manera que no tendrán ya más ni hambre ni sed de Dios y esto se refiere a esta vida terrena; por otra parte, Jesús está hablando de la vida eterna en el Reino de los cielos, porque será allí en donde el hambre y la sed corporales desaparecerán como funciones fisiológicas del cuerpo humano, cuando la persona contemple a Dios por la eternidad. Entonces, en esta vida terrena, si bien continúan el hambre y la sed corporales, a pesar de comulgar la Eucaristía, se sacian el hambre y la sed de Dios que toda alma experimenta; a su vez, en la otra vida, cesarán el hambre y la sed corporales, pero el hambre y la sed espirituales serán colmados, por toda la eternidad, cuando el alma contemple a Dios Trino en la bienaventuranza. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

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