sábado, 18 de abril de 2020

“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”




“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3, 1-8). En el diálogo entre Nicodemo, éste último parece no entender lo que Jesús le dice cuando le dice: “El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo entiende literalmente las palabras de Jesús y es por esta razón que no puede comprender de qué manera un hombre puede “nacer de nuevo”: la única forma, para Nicodemo, es introducirse literalmente en el seno materno y así nacer de nuevo; por esto es que Nicodemo no entiende lo que Jesús le dice. Pero lo que Jesús le quiere decir a Nicodemo está en otro nivel, en el sobrenatural y Nicodemo permanece en los estrechos límites de la naturaleza y de la razón humana. A partir de Jesús, ya no habrá un solo modo de nacer para los humanos. Él dice en las Escrituras: “Yo hago nuevas todas las cosas” y este “hacer nuevo” comprende el nacimiento. En la mente de Nicodemo, no hay lugar todavía para lo sobrenatural, para lo que Jesús hace y enseña y entre estas cosas está el modo de nacer: a partir de Jesús, además de nacer del seno materno, el hombre ahora podrá nacer del seno mismo de Dios Padre, mediante “el agua y el Espíritu”, es decir, mediante el Sacramento del Bautismo. Jesús le está anticipando a Nicodemo lo que será el Sacramento del Bautismo, mediante el cual el hombre nacerá del seno mismo de Dios Padre y así podrá ingresar en el Reino de los cielos: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”. Éste segundo modo de nacer del hombre, hecho posible a partir de la gracia que nos consiguió Jesucristo con su sacrificio en Cruz, es lo que le permite al hombre, si muere en estado de gracia, ingresar en el Reino de los cielos. Entonces, quien nace “del agua y del Espíritu” entra en el cielo, quien no se bautiza, no; de ahí, la necesidad imperiosa del Bautismo sacramental.

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