domingo, 5 de abril de 2020

Lunes Santo: “Lo tenía guardado para mi sepultura”


María unge a Jesús (Juan 12, 1-11)

“Lo tenía guardado para mi sepultura” (Jn 12, 1-11). Mientras está en casa de su amigo Lázaro, una mujer llamada María -algunos dicen que se trata de María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios-, toma una libra de perfumes de nardos, muy costosa y unge los cabellos de Jesús y también sus pies. El Evangelio destaca que “la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Ante esta acción, Judas Iscariote, el que lo traicionó, se escandaliza ante el aparente derroche que realizaba Marta y le reprocha a Jesús que ese perfume se podría haber vendido bien y que el dinero se podría haber destinado a los pobres. En realidad, lo que quería Judas era apoderarse del dinero, sin importarle los pobres.
La escena, que es real, tiene un significado sobrenatural: la mujer pecadora que unge los cabellos y pies de Jesús representa en realidad a toda la humanidad, que siendo pecadora, recibe de Jesús el perdón desde la cruz; la acción de la mujer es la acción de gracias que la humanidad entera tributa a Jesús por haber recibido el perdón de los pecados; la unción anticipada del perfume es una profecía acerca de la Pasión y Muerte de Jesús, porque los judíos acostumbraban a ungir con perfumes a sus muertos: Jesús sabe que ha de sufrir su Pasión y Muerte en cruz y es por eso que dice que la acción de María “estaba reservada para su sepultura”, sabe que habrá de morir y que su Cuerpo será ungido con perfumes; el anticipo es profético y es para que todos sepan que el morirá, entregando su vida por la salvación de las almas; el perfume en sí representa a la gracia de Jesús –“el buen olor de Jesús”- y el hecho de que impregne toda la casa, significa que la gracia impregna toda el alma que, procediendo de Jesús y reverberando sobre el alma y el cuerpo de María, impregna su casa, es decir, su alma. No es que de María surja la gracia; la gracia surge de Jesús y, derramándose sobreabundantemente sobre el alma de María, impregna con “el buen olor de Jesús”, un perfume exquisito, la casa de María, es decir, su alma.
“Lo tenía guardado para mi sepultura”. El perfume exquisito, como vemos, es un símbolo de la gracia de Jesús. Puesto que Jesús es la Gracia Increada y la Fuente de toda gracia creada, le pidamos la gracia de, al igual que María, que nuestra alma esté repleta de la gracia de Jesús, en todo momento y, sobre todo, en el momento de nuestra muerte.

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