domingo, 12 de abril de 2020

Jueves de la Octava de Pascua


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(Ciclo A – 2020)

“Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24, 35-48). En este Evangelios, Jesús resucitado se aparece a los discípulos reunidos en conjunto y esto tiene un significado eclesiológico, ya esta aparición de Jesús resucitado representa, para la Iglesia, tanto un programa de vida en el que se incluye el mandato de ir a misionar.
Un dato recurrente en las apariciones de Jesús es el recordarles su Palabra, sobre todo aquellas en las que les profetizaba su Pasión, Muerte y Resurrección: de modo análogo, el cristiano en sí mismo y la Iglesia en su totalidad, deben tener siempre presentes, en la mente y en el corazón, la Palabra de Dios, encarnada en Cristo, que ha llevado a cabo su misión redentora por medio del misterio pascual de Muerte y Resurrección. La Palabra de Cristo, la Palabra de Dios, debe ser el alimento espiritual esencial de todo cristiano, así como de la Iglesia en su totalidad.
Cuando Jesús se les aparece, los discípulos -esto es, la Iglesia como Cuerpo Místico- se encuentran “hablando de Jesús”, lo cual es un ejemplo para el cristiano de cualquier tiempo que sea, puesto que este “hablar de Jesús” es como la figuración de la oración dirigía a Jesús, que la Iglesia lleva a cabo en todo tiempo y lugar. Por otra parte, el “hablar de Jesús”, esto es, el orar, el hacer oración, es una ocasión para que Jesús se manifieste en Persona, aun cuando no lo veamos, según sus propias palabras: “Cuando dos o más se reúnen en Mi Nombre, allí estoy Yo”. La oración es, para la Iglesia, la ocasión para la manifestación de Jesús resucitado.
Y del mismo modo a como los discípulos se ven embargados por la alegría cuando contemplan a Jesús resucitado, una alegría tan grande dice el Evangelio que los hacía “resistir a creer”, así el cristiano y también la Iglesia, cuando oran, reciben de Jesucristo su Espíritu, el Espíritu Santo, quien les comunica una alegría que no es de este mundo, sino sobrenatural, pues se origina en el mismo Acto de Ser divino trinitario, que es la Alegría Increada en sí misma, según las palabras de los santos: “Dios es Alegría infinita”[1].
De esta manera, tanto la oración, como la lectura de la Palabra de Dios, son ocasiones para que el alma se llene de una alegría desconocida porque viene de Dios o, mejor dicho, para que el alma se llene de Dios, que es Alegría infinita y eterna.
En el Evangelio, Jesús resucitado realiza una acción sobre la Iglesia reunida en oración: “les abre la inteligencia para que puedan comprender las Escrituras” y cuando esto hace, los transforma en algo más que discípulos: los convierte en “testigos” de su Misterio Salvífico de Muerte y Resurrección. Es decir, el encuentro con Jesús lleva a la Iglesia a no quedarse para ella, de modo egoísta, con la novedad de que Jesús ha muerto y resucitado, sino que la impulsa a transmitir al mundo entero aquello de lo que la Iglesia ha sido testigo: que Jesús ha muerto en Cruz, que ha derrotado a los tres grandes enemigos de la humanidad -el pecado, la muerte y el demonio- y que ha conseguido para los hombres la gracia santificante, que los convierte en hijos adoptivos de Dios y herederos del Reino de los cielos.
“Ustedes son testigos de todo esto”. Así como Jesús resucitado se aparece a los discípulos y les comunica de la Alegría de su Corazón traspasado y los convierte en testigos y misioneros, así también, cada vez que adoramos a Cristo en la Eucaristía o cada vez que comulgamos, se renueva para nosotros el don del Espíritu Santo y el mandato de ser testigos de la Pasión y Muerte de Jesús ante el mundo: “Ustedes son testigos de todo esto”.



[1] Cfr. Santa Teresa de los Andes.

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