jueves, 9 de abril de 2020

Domingo de Pascuas de Resurrección


Resurrección de Jesús - Wikipedia, la enciclopedia libre

(Ciclo A – 2020)

        El Cuerpo Sacratísimo de Nuestro Señor Jesucristo yace, durante la tarde y la noche del Viernes Santo y durante todo el Sábado Santo, tendido fría losa del oscuro sepulcro. En el sepulcro en el que está sepultado el Cuerpo del Señor reinan, desde que se selló la entrada con la piedra, sólo el silencio y la oscuridad. El sepulcro es nuevo y esto es una prefiguración de la resurrección: no podía, el Vencedor de la Muerte, yacer en un sepulcro ya usado, en el que hedor de la muerte había impregnado sus paredes. El hecho de que el sepulcro sea nuevo, simboliza el hecho de que el Cuerpo de Jesús no habría de descomponerse; anticipa la maravillosa Resurrección del Domingo, porque que sea nuevo significa que el hedor de la muerte jamás habría de tomar contacto con el Cuerpo del Señor, porque Él habría de resucitar, derrotando a la Muerte para siempre.
          La Resurrección del Señor ocurrió de la siguiente manera: en horas de la madrugada del tercer día, es decir, del Domingo, apareció una luz resplandeciente a la altura del Sagrado Corazón; esta luz, al principio tenue pero que iba aumentando su luminosidad con gran rapidez, puesto que era una luz viva, originada en el Ser divino trinitario de Nuestro Señor Jesucristo, a medida que iluminaba el Cuerpo de Jesús, le iba comunicando la vida gloriosa que como Dios Hijo poseía desde la eternidad. Así esta luz, cuyo esplendor era más radiante que miles de millones de soles juntos, inundó, desde el Corazón de Jesús, todo su Cuerpo, devolviéndolo a la vida, pero no a la vida terrena que tenía antes de morir, sino a la vida de la gloria qeue tenía desde toda la eternidad. De esta manera, el silencio del sepulcro fue reemplazado por el sonido de los latidos del Corazón de Jesús, mientras que la oscuridad fue reemplazada por la luz brillantísima de la gloria de Dios que emanaba de su Cuerpo, antes yaciente en la loza del sepulcro y ahora de pie, vivo y glorioso. La luz que dio vida al Cuerpo muerto de Jesús era una luz que no provenía desde fuera de Jesús, sino de Sí mismo, de su Ser divino trinitario y es por esta luz que Jesús, estando muerto, resucitó al tercer día. Era Él mismo quien se daba a Sí mismo la vida, la luz y la gloria que poseía desde la eternidad, según sus propias palabras: “Nadie me quita la vida; Yo la doy voluntariamente; tengo autoridad para darla y tengo autoridad para tomarla” (Jn 10, 18). La intensidad de la luz que resucitó a Jesús fue tan poderosa que dejó impreso en el lienzo que cubría a Jesús -la Sábana Santa- la imagen de Jesús en el momento exacto anterior a la Resurrección, al mismo tiempo que convertía al Cuerpo terreno y humano de Jesús en un Cuerpo con su materia glorificada, quedando su Cuerpo luminoso, radiante, espiritual, inmortal y lleno de la gloria de Dios[1].
         Según la Tradición, fue con este Cuerpo glorioso y lleno de la vida de Dios, con el que Jesús se apareció, antes que a cualquier discípulo, a su Madre amantísima, la Virgen Santísima, como justo premio por haber Ella acompañado su agonía en la cruz el Viernes Santo y por haber participado místicamente de su misterio salvífico de muerte y resurrección. Después de aparecerse resucitado a su Madre, se apareció, según las Escrituras, a las Santas Mujeres y a los Apóstoles. La visión de su Cuerpo glorioso, radiante, lleno de la luz y de la gloria divina, provocó “asombro”, “estupor”, alegría”, y “gozo”, entre sus discípulos y amigos, causándoles tal grade de alegría sobrenatural, que no podían articular palabra.
          Lo que también causa asombro y alegría es el hecho de que el día Domingo y todo día Domingo, es partícipe del divino resplandor que brotó del Ser trinitario de Jesús y que iluminando y dando vida a su Corazón, iluminó y dio vida divina a todo su Cuerpo. Por esta razón es que el Domingo se llama “Día del Señor” y es la razón por la cual la Iglesia prescribe la asistencia a la Misa Dominical -bajo pena de pecado mortal-, porque el asistir a Misa el Domingo es asistir no sólo al Sacrificio de Jesús en la Cruz, sino también a su gloriosa Resurrección. Desde la Resurrección, Jesús ya no está tendido y muerto en la fría loza del sepulcro, sino que está de pie, vivo, glorioso, lleno de la luz y de la vida divina, en la Sagrada Eucaristía, en cada sagrario.
          La Resurrección de Jesús no finaliza el Domingo de Resurrección: cada vez que se consagra la Eucaristía, se prolonga su Resurrección, de modo que Jesús está en la Eucaristía como lo estuvo el día de la Resurrección: vivo, glorioso, con su Cuerpo luminoso oculto a los ojos del cuerpo, pero visible a los ojos de la fe. Y este hecho es tan sorprendente y maravilloso como la misma Resurrección. Por último, Jesús Eucaristía quiere venir a nuestros corazones para que, cuando llegue el momento de pasar de esta vida a la otra, nuestros cuerpos también sean como el suyo: radiantes, gloriosos, luminosos, llenos de la vida eterna del Cordero de Dios.





[1] http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p122a5p2_sp.html

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