“Podemos
beber del Cáliz, para así llegar al Cielo” (cfr. Mc 10, 32-45). Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, le piden a
Jesús el sentarse a su “derecha e izquierda” en el Reino de los cielos. Vista humanamente,
la escena del Evangelio puede rememorar lo que sucede con frecuencia entre los
hombres que tienen sed de poder y así se acercan a los ricos y poderosos, para
que estos les hagan partícipes de su poder y de su riqueza. Sin embargo, este
no es el caso: es verdad que Jesús es Rey poderoso, pero el acceso al Reino de
los cielos no se logra sin esfuerzos, como sucede entre los hombres. Jesús les
advierte que, para llegar al Reino de los cielos, deben participar de su Pasión
y Muerte, con todo lo que esto implica: condena a muerte, burla, escupitajos,
azotes y finalmente la muerte. Es decir, seguir a Cristo y llegar al Reino de
los cielos no es gratuito: se debe pagar un precio y es el entregar,
literalmente, la propia vida a Cristo, para participar con Él de su Pasión. Con
toda seguridad, quien se entregue a Cristo, al menos en la mayoría de los
casos, no morirá en forma cruenta, pero esto no implica no participar de su
Pasión y Muerte, pues se debe participar de su Pasión, en forma ineludible,
para llegar al Reino de Dios. Si la participación no es física, en el sentido
de que el bautizado no es crucificado corporalmente, sí lo debe ser
espiritualmente, es decir, aquel que quiera seguir a Cristo y ganar el Reino de
Dios, debe estar dispuesto a la crucifixión espiritual, a participar
espiritualmente de la crucifixión de Cristo.
“¿Pueden
beber del cáliz que Yo beberé?”, les pregunta Jesús a los hijos de Zebedeo y
estos le responden que sí pueden, a sabiendas de que deberán participar de la
Pasión de Jesús. También a nosotros nos hace Jesús la misma pregunta y
nosotros, imitando a los hijos de Zebedeo, y auxiliados por la Madre de Dios y
por la gracia de Jesucristo, contestamos: “Podemos beber del Cáliz, para así
llegar al Cielo”
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