“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-23). Jesús resucitado se
aparece en medio de sus discípulos y, luego de darles la paz, les dona el
Espíritu Santo, soplando el Divino Amor sobre su Iglesia Naciente. De esta
manera, Jesús cumple su promesa de que, una vez resucitado, habría de ascender
a la Casa del Padre para enviarles el Espíritu Santo: “Les conviene que Yo me
vaya, para que les envíe el Paráclito”.
Ahora bien, ¿qué obras hará el
Espíritu Santo en la Iglesia Naciente? El Espíritu Santo realizará diversas
obras en el Cuerpo Místico de Jesús.
“Los guiará a la Verdad plena”: el
Espíritu Santo iluminará las mentes de los discípulos, de toda la Iglesia
Naciente y esto es importantísimo, porque esta iluminación divina consistirá en
hacerlos partícipes de la Sabiduría Divina, con lo que superarán infinitamente
los límites de la razón humana. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que,
gracias a la iluminación del Espíritu Santo, los discípulos lograrán contemplar
“la Verdad plena”, la “Verdad Absoluta” acerca de Dios, esto es, que Dios es
Uno y Trino, que la Segunda Persona de la Trinidad se encarnó en la humanidad
santísima de Jesús de Nazareth, que Jesús es Dios, que Jesús prolonga su
Encarnación en la Eucaristía, que Jesús derrotó en la Cruz a los tres grandes
enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado. Es decir, el hecho
de “guiarlos a la Verdad plena” significa que los discípulos serán capaces de
contemplar los misterios absolutos de la Santísima Trinidad, misterios que se
continúan con los misterios salvíficos de Jesucristo, el Hombre-Dios, y así
serán capaces de creer en la Verdadera Fe Católica y no en una fe adulterada.
Si el Espíritu Santo no iluminara las mentes de los discípulos, estos serían
incapaces de comprender los misterios de Dios y de Jesucristo y así
construirían una iglesia y una fe meramente humanas, racionalistas, en donde el
misterio sobrenatural y la Verdad Absoluta de la Trinidad no tienen cabida,
como sucede con las otras grandes religiones monoteístas, como el
protestantismo, el judaísmo y el islamismo.
“Glorificará a Jesús”: “El Espíritu
Santo me glorificará”, dice Jesús y esto es una reparación, por parte de Dios,
hacia Jesucristo, por el desprecio, la ignominia y la injusticia con la que
Jesús fue tratado en su vida terrena, por la mayor parte de los hombres y
también por sus discípulos, quienes lo abandonaron en la prueba de la Cruz. El
Espíritu Santo glorificará a Jesús en la Resurrección, cuando insufle la Vida
divina en su Cuerpo muerto y como esta Vida divina es también Gloria divina, el
Cuerpo de Jesús, en el momento en el que vuelva a la vida, será también
glorificado. Pero el Espíritu Santo obrará esta glorificación también en la
Santa Misa, cuando por la fórmula de la transubstanciación, el pan y el vino
sean convertidos en el Cuerpo y la Sangre glorificados del Señor Jesús. Por
último, el Espíritu Santo glorificará a Jesús ante la Iglesia y ante el mundo,
pues dará a conocer, a la Iglesia y al mundo, que Aquel que murió en la Cruz el
Viernes Santo y resucitó el Domingo de Resurrección, era la Gloria del Padre,
el Hijo de Dios, Cristo Jesús.
“Los hará ser uno en el Padre, por
Cristo, en el Amor de Dios”. La unidad en el Padre, por Cristo y el Amor entre
unos y otros, por Cristo, será obra del Espíritu Santo, quien hará de todos los
hombres de todos los tiempos, de todas las razas, de todas las religiones, un
solo Cuerpo Místico, el Cuerpo Místico de Jesús, cuando todos los hombres de
todos los tiempos y de todas las religiones se conviertan a la Única Iglesia
del Único Dios Verdadero, Dios Uno y Trino. Y todos estos hombres, así unidos,
amarán a Dios Trino y se amarán entre sí porque tendrán en ellos al Alma de la
Iglesia, el Espíritu Santo. Por este motivo, al fin de los tiempos, todas las
iglesias y las religiones del mundo desaparecerán, y quedará solo la Verdadera
y Única Esposa Mística del Cordero, la Iglesia Católica y es en esto en lo que
consiste el verdadero ecumenismo.
“Les recordará lo que Jesús hizo y
dijo”: por obra de la iluminación del Espíritu Santo en los intelectos de los
miembros de la Iglesia, estos comprenderán que lo que hizo Jesús, sus milagros,
eran milagros que sólo podían ser hechos por Dios en Persona y así se basarán
en los milagros para confirmar y declarar su fe en Cristo Jesús como Dios Hijo
encarnado.
Les hará comprender las palabras de
Jesús: “Yo me quedaré con ustedes hasta el fin del mundo”, palabras que se
refieren al milagro de la transubstanciación, por medio del cual el pan y el
vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cumpliendo así su
promesa de quedarse en su Iglesia “todos los días, hasta el fin del mundo”, por
medio de la Eucaristía.
Convertirá los cuerpos de los discípulos en templos del
Espíritu Santo y los corazones en altares de Jesús Eucaristía Es por esta razón
que la Escritura dice: “Vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo” (cfr. 1 Co 6, 19-20). Ésta es la razón por la
que los católicos deben cuidar sus cuerpos, en el sentido de procurar
mantenerlos saludables, evitando los tatuajes o cualquier incisión o agregado
corporal, además de, principalmente, vivir en estado de gracia, pues si el
cuerpo es templo del Espíritu Santo, el corazón, como dijimos, es altar de
Jesús Eucaristía.
Les concederá sus siete dones, entre
ellos, el don de la Fortaleza, don que les permitirá salir de su escondite y
proclamar al mundo la Verdad de la Encarnación del Hijo de Dios en la humanidad
santísima de Jesús de Nazareth, encarnación que se prolonga en la Eucaristía.
Cuando Jesús se aparece a los discípulos, estos se encuentran escondidos,
“llenos de temor” por los judíos, pero será el Espíritu Santo quien no solo les
quitará la cobardía y el temor a los judíos, sino que les concederá el don de
la fortaleza, por medio de la cual no tendrán más miedo a los judíos ni a nadie
en este mundo, siendo imbuidos de una fortaleza sobrehumana, que hará que el
Evangelio se propague por todos los rincones del mundo. Hoy estamos también con las puertas de las iglesias cerradas, pero no por miedo a los judíos, sino por un miedo irracional, ilógico, inducido por mentes criminales, a una partícula viral que ni siquiera tiene vida propia, pidamos al Espíritu Santo que nos dé también la fortaleza divina para que sólo tengamos miedo a lo que debemos tener: a la muerte eterna, a la segunda muerte, a la eterna condenación en el Infierno, y no a un virus. Dice San Cirilo de
Alejandría “El Espíritu Santo los hace pasar del temor y la pusilanimidad a una
decidida y generosa fortaleza de alma. Vemos claramente que así sucedió en los
discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron
intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente adheridos al
amor de Cristo”[1].
El Espíritu Santo hará “brotar torrentes de agua viva”, es
decir, de gracia santificante, de los corazones de quienes crean en Cristo
Dios, Presente en Persona en la Eucaristía y así esas personas serán como
manantiales vivientes del Divino Amor en el árido desierto de la humanidad sin
Dios, característica de los últimos tiempos. También San Cirilo de Jerusalén
afirma que “el Espíritu transforma y comunica una vida nueva a aquellos en cuyo
interior habita”[2].
“Reciban el Espíritu Santo”. Jesús infunde el Espíritu Santo
en Pentecostés, para iluminar las mentes y los corazones de los bautizados y
para iniciar su obra, la obra de la Tercera Persona de la Trinidad, en cada
bautizado. Pero no solo en Pentecostés Jesús infunde su Espíritu Santo: en cada
comunión eucarística, Jesús, junto al Padre, soplan el Espíritu Santo, el Fuego
del Divino Amor, en nuestros corazones. Por esta razón, que nuestros corazones,
que son negros, fríos y endurecidos como el carbón, se conviertan en brasas incandescentes
que ardan con el Fuego del Amor Santo de Dios, el Espíritu Santo.
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