“Me
voy para enviarles al Espíritu Santo” (Jn
16, 5-11). Jesús profetiza el envío del Espíritu Santo, como parte de su
misterio pascual de muerte y resurrección: Él habrá de morir en la cruz,
resucitará, ascenderá al cielo y es entonces cuando enviará al Espíritu Santo,
a la Tercera Persona de la Trinidad. Aunque la Pasión sea dolorosa, es
condición esencial para que Él envíe al Espíritu Santo, ya que si Él no sufre
la Pasión y Muerte, el Espíritu Santo no vendrá al mundo. Es esto lo que Jesús
dice: “Les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el
Paráclito; en cambio, si me voy, yo se lo enviaré”. Entonces, la Pasión, Muerte
y Resurrección, es decir, el misterio salvífico de muerte y resurrección es
necesario, en los planes de la Santísima Trinidad, para que el Espíritu Santo
sea enviado por el Padre y el Hijo.
Ahora
bien, cuando el Espíritu Santo sea enviado, obrará en las almas y hará abrir
los ojos de quienes crucificaron a Jesús: hará ver que cometieron el pecado de
no creer en Él como Dios Hijo encarnado y no solo no creyeron, sino que lo
crucificaron y lo mataron; les hará ver que cometieron el pecado de injusticia,
porque llevaron a juicio inicuo al Justo Juez, para condenarlo a muerte; por
último, el Espíritu Santo dará el veredicto del Juicio Divino, que es el de
condenar y expulsar de este mundo y de las almas al Príncipe de este mundo, el
Demonio, el cual, por la muerte de Jesús en la cruz, ya “está condenado”.
“Me voy para enviarles al Espíritu Santo”. Quien reconoce en
Jesús Eucaristía al Hombre-Dios Jesucristo; quien reconozca que Jesús fue
injustamente acusado y condenado a muerte; quien reconozca que el Príncipe de
este mundo, el Demonio, ya está condenado, ese tal, está iluminado por el
Espíritu Santo.
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