sábado, 29 de mayo de 2021

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

 



Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

(Ciclo B – 2021)

         El origen de la Procesión de Corpus Christi se encuentra en dos milagros, uno más conocido que el otro, pero son dos milagros. El primero, tiene como protagonista a una monja de clausura,[1] la beata Juliana de Lieja (llamada también de Monte Cornillon o de Fosses): sucedió que en el año 1208, Juliana, una monja de un monasterio de religiosas agustinas de Lieja, muy devota del Santísimo Sacramento, una noche vio en sueños una especie de luna llena, pero como carcomida y negra en uno de sus sectores, repitiéndose esta visión varias veces. Al cabo de dos años de oraciones y penitencias, Nuestro Señor le reveló que el disco luminoso significaba el ciclo de fiestas litúrgicas, y que el espacio vacío y oscuro lo era por la falta de una solemnidad importante, la de Santísimo Sacramento. En 1240, Roberto, obispo de Lieja, promulgó un decreto estableciendo la fiesta en su diócesis, para que se celebrara el segundo Domingo después de Pentecostés[2]. En 1251 el legado papal cardenal Hugues de Saint-Cher inauguró la fiesta en Lieja. En adelante se celebraría el jueves después de la octava de pentecostés. En 1264, el papa Urbano IV extendió la celebración a toda la Iglesia[3]. Sin embargo, el decreto papal permaneció durante cincuenta años como letra muerta. Sólo cuando el papa Clemente V confirmó el decreto de su predecesor y Juan XXII lo publicó en 1317, la nueva fiesta encontró un lugar seguro en el calendario.

         El otro origen de la Festividad de Corpus Christi se encuentra en un milagro eucarístico, conocido como el “Milagro Eucarístico de Bolsena” –localidad italiana al norte de Roma- y ocurrió en el año 1263, en un período difícil de la Iglesia, puesto que circulaban muchas doctrinas heréticas contrarias a la enseñanza de la Iglesia. El sacerdote Pedro de Praga era un buen hombre, de grandes virtudes, pero a causa de esas corrientes ideológicas que se desataron por aquel tiempo, comenzó a tener grandes dudas sobre la presencia física –real, verdadera y substancial- de Jesús en la Eucaristía. Luego de separarse de la Iglesia Católica -no creía en la transubstanciación- se arrepintió y buscó su reingreso en la Iglesia, peregrinando desde Alemania a Roma para orar ante las tumbas de san Pedro y san Pablo y así mostrar su arrepentimiento, haciéndoselo saber a las autoridades eclesiásticas. En su viaje el sacerdote llegó a Bolsena y decidió alojarse allí. En esta ciudad le solicitaron insistentemente celebrar una Misa, ya que debido a la persecución religiosa en dicho lugar eran escasos los sacerdotes. Pedro de Praga accedió y pidió hacerlo al día siguiente en la capilla de Santa Cristina, una niña mártir de los primeros tiempos de la Iglesia. Al amanecer, en el momento de la consagración, nuevamente dudó, pero tuvo como respuesta uno de los más grandes milagros eucarísticos de la historia de la Iglesia: después de pronunciar las palabras “Esto es mi cuerpo”, cuando elevó la Hostia sobre su cabeza, lo que había sido hasta entonces pan sin levadura se convirtió en carne –en realidad, músculo cardíaco vivo-, la cual, como estaba fresca y viva, empezó a sangrar profusamente, cayendo la sangre sobre el corporal, además de que el vino contenido en el cáliz se convirtió en sangre.

El sacerdote, asombrado y no sabiendo exactamente qué hacer, envolvió la hostia en el corporal, lo dobló y lo dejó en el altar sin percatarse de las gotas de sangre que habían caído en el piso de mármol, junto al altar. Estas gotas impregnaron el mármol, por lo que luego se recortó el mármol y se lo puso en un relicario, en donde puede venerarse la sagrada reliquia hasta nuestros días, en recuerdo del asombroso milagro eucarístico. El padre Pedro inmediatamente fue a contar lo que le había sucedido al Papa Urbano IV, en ese tiempo residente en Orvieto, a poca distancia de Bolsena. El pontífice mandó a un obispo al lugar para poder verificarlo, así como traer a Orvieto la Hostia Sagrada y el corporal. Cuando el Papa Urbano vio aquel milagro eucarístico, se arrodilló al ver al Señor convertido ante él, en forma física. En el balcón del palacio papal Lo elevó reverentemente y se lo mostró a las personas de la ciudad, proclamando que el Señor realmente había visitado su pueblo y declaró que el milagro eucarístico de Bolsena realmente había disipado las herejías que habían estado extendiendo por Europa. En la catacumba de Santa Cristina se conserva la hostia convertida en carne, mientras que en Orvieto se conservan el corporal sobre el que se derramó la sangre emanada.

De esta manera, el milagro eucarístico de Bolsena confirmó, de forma visible y sensible, lo que el Catecismo y el Magisterio de la Iglesia nos enseñan, que en la consagración, por las palabras de la consagración, se produce el milagro de la transubstanciación, por el cual el pan se convierte en el Cuerpo y el vino en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. En cada Santa Misa se renueva, invisible e insensiblemente, es decir, sin poder ser captados por los sentidos, lo que sucedió en el milagro de Bolsena: el pan se convierte en el Cuerpo de Jesús y por eso lo que comulgamos no es pan sino músculo cardíaco, el Corazón de Jesús, y el vino se convierte en la Sangre de Jesús y por eso lo que bebemos del cáliz no es vino sino la Sangre del Cordero de Dios, Cristo Jesús. Que nuestros corazones sean como el altar de Bolsena, en donde repose el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y que nuestras almas sean como el mármol del piso del milagro, que quedó impregnado con la Sangre de Jesús y que así nuestras almas queden impregnadas con la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

 

 



[3] El Papa Urbano IV se ocupó casi exclusivamente en la labor de escribir la bula papal, “Transiturus”, la cual fue publicada el 11 de agosto de 1264. Con esa bula instituyó la fiesta de Corpus Christi en honor del Santísimo Sacramento, la Eucaristía.  Clemente V, en 1311, la declaró obligatoria para toda la cristiandad, y Juan XXII; en 1316, la completó con una Octava privilegiada y una solemne Procesión.

 

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