“Acumulen
tesoros en el Cielo” (Mt 6, 19-23).
Es natural que el ser humano desee acumular bienes materiales, puesto que es
parte del instinto de supervivencia: al poseer bienes materiales, el ser humano
piensa que su porvenir está asegurado. Esta tendencia a poseer bienes
materiales no es, en sí misma, un pecado, ni tampoco está mal desde el punto de
vista moral, porque es verdad que los bienes materiales son necesarios para el
normal desarrollo de la vida natural. Sin embargo, como consecuencia del pecado
original, esta tendencia a poseer bienes materiales se desordena con frecuencia
y se convierte en avaricia, cuando la acumulación de bienes materiales es desproporcionada
para las necesidades vitales del ser humano. Ejemplos de avaros codiciosos que acumulan excesivas riquezas terrenas se encuentran en abundancia entre los que pertenecen a la secta pestífera del comunismo: por ejemplo, Cristina Kirchner, tiene más de quinientas mil hectáreas; la hija del dictador comunista Hugo Chávez, posee una fortuna de cinco mil millones de dólares, sin haber cumplido aún los cuarenta años; Fidel Castro, el dictador comunista cubano, tiene una fortuna de más de mil millones de dólares, y así podríamos seguir hasta el infinito. La avaricia se caracteriza, en
cierta medida, por el deseo desordenado de acumular riquezas materiales, por lo
que al decirnos Jesús que “no acumulemos tesoros en la tierra”, nos está
haciendo un bien, al advertirnos de la inutilidad de la excesiva acumulación de
riquezas materiales. Sin embargo, si bien Jesús nos pide que no acumulemos
tesoros en la tierra, sí nos pide que acumulemos otra clase de tesoros, no en
la tierra, sino en el cielo y así lo dice explícitamente: “Acumulen tesoros en
el cielo”. En otras palabras, Jesús, mientras nos advierte acerca de la
inutilidad de acumular excesivos tesoros terrenos, nos alienta y anima en
cambio a “acumular” tesoros en el cielo. Y aquí toma relevancia la palabra “acumular”,
porque esta palabra implica, por sí misma, un exceso de aquello que se acumula.
Entonces, según Jesús, debemos poseer bienes terrenos en su justa medida, pero
debemos ser como “avaros”, por así decirlo, para poseer bienes en el cielo,
porque debemos poseer el mismo deseo de acumular tesoros terrenos que tiene un
avaro, pero para bienes celestiales y en el cielo. En ese sentido, debemos ser
como los avaros, pero de bienes celestiales y no terrenos o materiales.
Si
debemos acumular tesoros en el cielo, surge entonces la siguiente pregunta: ¿de
qué bienes celestiales habla Jesús? ¿Cuáles son esos “bienes celestiales” que
sí debemos acumular, ya desde la vida terrena? Los bienes celestiales son
muchos y muy variados y todos, sin excepción, dependen de una condición: de
poseer el alma en gracia, porque si no se está en gracia, no se pueden acumular
bienes celestiales. Volviendo a estos, podemos decir que es un bien celestial,
por ejemplo, una Comunión eucarística realizada con el mayor amor y la mayor
devoción de la que seamos capaces; un bien celestial es realizar cualquier obra
de misericordia, sea corporal o espiritual y así es un bien espiritual, por
ejemplo, rezar el Rosario, ofrecer un sacrificio o un ayuno por las Almas del
Purgatorio y así por el estilo.
“Acumulen tesoros en el Cielo”. No seamos avaros, en el
sentido de desear poseer excesivos e inútiles bienes materiales; seamos “avaros”
en el buen sentido, en el sentido de acumular tesoros, en lo posible,
infinitos, en el Cielo. Y el más grande de los tesoros que poseemos, aquí en la
tierra, es la Sagrada Eucaristía, por lo que comulguemos con amor y fervor y
adoremos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y hagamos en gracia obras de
misericordia, para así poseer abundantes bienes en el cielo, bienes de los que
disfrutaremos eternamente una vez que hayamos atravesado el umbral de la muerte
terrena.
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