(Domingo
XIV - TO - Ciclo B – 2021)
“¿Acaso no es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 1-6). Jesús, con su sabiduría
divina y con sus obras propias de un Dios, provoca sorpresa y admiración entre
sus contemporáneos. Sin embargo, frente a sus mismas acciones –sabiduría divina
y obras divinas-, hay dos clases de reacciones, que pertenecen a dos clases de
personas. Por un lado, se encuentran aquellos que, iluminados por la gracia, se
dan cuenta de que Jesús es algo más que un simple hombre; se dan cuenta de que
es Dios encarnado y por eso se postran ante Él y lo adoran. Por otro lado, se
encuentran las personas que, rechazando la iluminación de la gracia, se dejan
llevar por su propia razón y así se extravían en sus razonamientos y en su
concepción acerca de Jesús y son estos los que se preguntan acerca de cómo es
posible de que Jesús haga los milagros que hace y hable con la sabiduría con la
que habla, si sólo es simplemente “el carpintero, el hijo de María”.
En
otras palabras, en este Evangelio se confrontan la visión racionalista de Jesús,
visión que no es católica, con la visión católica sobrenatural de Jesús, que sí
es católica: en una visión, Jesús es solo un hombre; en la otra visión, Jesús
es el Hombre-Dios. Esto último es lo afirmado por los Concilios de la
antigüedad, de Nicea, de Calcedonia y es lo que afirman la Tradición, el
Magisterio y las Sagradas Escrituras. No se trata de una mera discusión
doctrinal, puesto que tiene implicancias eclesiológicas, mariológicas y
eucarísticas: si Jesús es Dios Hijo encarnado, la Iglesia Católica es la Esposa
del Cordero Místico y por lo tanto la Única Iglesia Verdadera del Único Dios
Verdadero; si Jesús es Dios Hijo encarnado, entonces María no es una “simple
muchacha de Nazareth” que se casó con el carpintero José y luego tuvo más
hijos, como afirman erróneamente los protestantes, sino que es la Theotókos, la
Madre de Dios, que engendró en su seno inmaculado por obra del Espíritu Santo y
no por obra de hombre alguno; por último, si Jesús es Dios Hijo encarnado, la
Eucaristía no es un trozo de pan bendecido, sino el mismo Hijo de Dios
encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, por lo que la
Eucaristía es Dios Hijo encarnado, oculto en apariencia de pan y esa es la
razón por la cual adoramos la Eucaristía, es decir, nos postramos ante la
Eucaristía, porque reconocemos, por la fe, que no es un trozo de pan bendecido,
sino Dios Hijo encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.
“¿Acaso
no es éste el carpintero, el hijo de María?”. Jesús sí era carpintero y sí era
hijo de María, pero era y es también el Hijo de Dios encarnado y el Hijo de la
Madre de Dios, el Salvador, el Redentor de la humanidad. Y porque es el Hombre-Dios,
lo adoramos en la Eucaristía, Pan Vivo bajado del cielo, Maná Verdadero que nos
concede la vida de la Trinidad. Y porque Jesús es Dios Hijo encarnado, Presente
en la Eucaristía, le decimos a Jesús Eucaristía: “Los mejores oradores
permanecen mudos como peces ante tu Presencia, Oh Jesús Nuestro Salvador. Ellos
no pueden explicar cómo Tú puedes ser Dios inmutable y Hombre perfecto. Por
parte nuestra, admiramos este misterio y decimos en verdad: ¡Oh Jesús, Dios
Eterno, Oh Jesús, Juez de vivos y muertos, Oh Jesús Eucaristía, Hijo de Dios,
sálvanos!”.
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