viernes, 4 de junio de 2021

“Ustedes son la sal y la luz de la tierra”

 


“Ustedes son la sal y la luz de la tierra” (cfr. Mt 5, 13-16). Jesús llama a los cristianos “sal de la tierra” y “luz del mundo”. Es decir, utiliza dos elementos, por todos conocidos, sin los cuales el mundo sería completamente distinto. Por ejemplo, sin la sal, los alimentos serían, obviamente, desabridos; sin la luz, el mundo viviría en la más completa de las tinieblas. Si Jesús dice esto, es porque, desde el punto de vista espiritual, el mundo, sin los cristianos, es insípido y está en tinieblas. Pero debemos precisar un poco más: en realidad, Jesús no está hablando propiamente de los seres humanos, sino de aquellos seres humanos, los cristianos, que han recibido su gracia santificante y poseen una fe activa, una fe que se demuestra por las obras de misericordia. Son estos seres humanos, los cristianos que tienen una fe viva, los que dan sabor al mundo y los que iluminan al mundo. Pero debemos hacer otra aclaración: si los cristianos son sal y luz, no es por ellos en sí mismos, no es por algo que provenga de la naturaleza humana: si son sal y luz, es porque participan de la vida divina de Jesucristo, mediante la gracia santificante que se nos comunica por el bautismo y los sacramentos. En realidad, el origen del ser “sal y luz” del mundo es, entonces, Nuestro Señor Jesucristo, porque sin Él y sin su gracia, los cristianos seríamos nada, seres insípidos y oscuros. Ahora bien, para ser verdaderamente sal y luz, debemos, por un lado, poseer la gracia santificante y, por otro lado, debemos obrar imitando a Cristo, quien con su Amor Misericordioso ilumina este mundo que vive inmerso en las tinieblas del error, del pecado, de la ignorancia, de la herejía. Si no poseemos la gracia y si nuestra fe no es una fe viva, con obras, entonces no somos ni sal ni luz: somos seres insípidos y oscuros, espiritualmente hablando.

 

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