“No
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9, 9-13). Para entender el dicho de Jesús, hay que entender qué
es lo que sucede con Mateo: en los tiempos de Jesús, el territorio Palestino
estaba ocupado militarmente por el Imperio Romano y puesto que Roma se había
anexado ese territorio, cobraba impuestos para el Imperio. En otras palabras,
los judíos que vivían en Palestina eran tributarios de un imperio extranjero,
el Imperio Romano y por eso anhelaban la llegada de un Mesías que los liberara
del yugo de sus enemigos. Mateo, en el momento en el que Jesús lo llama a su
servicio diciéndole: “Sígueme”, era recaudador de impuestos y como tal, era
visto como un pecador, algo así como una especie de traidor a la nación, porque
recaudaba impuestos no para Israel, sino para Roma. Respondiendo al llamado de
Jesús, Mateo deja su mesa de recaudador de impuestos y en el acto sigue a
Jesús; luego, siendo ya discípulo de Jesús, lo invita a comer a su casa,
invitación que Jesús acepta gustoso. Estando en la mesa con Mateo, los fariseos
se escandalizan falsamente, al pensar que Jesús hace amigos y discípulos con
los pecadores, en este caso, con un traidor a la nación. Y esto es lo que los
lleva a exclamar: “¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y
pecadores?”. Al oír esto, Jesús responde que “no son los sanos los que tienen
necesidad de médico, sino los enfermos”. Con esta respuesta, deja sin palabras
a los fariseos, porque si ellos consideraban enfermo, es decir, pecador, a
Mateo, por el hecho de ser recaudador de impuestos, entonces es él, pecador o
enfermo, quien tiene necesidad de la redención del Mesías o de la cura del
médico. Por otra parte, los fariseos se consideraban a sí mismos puros y
santos, es decir, sanos, y por lo tanto, no necesitados de la visita, ni del
Mesías, ni del médico.
“No
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Jesús hace equivaler
al enfermo con el pecador y al Mesías, que es Él, al médico: de hecho, uno de
los títulos de Jesús es el de “Médico de almas” y de esta manera, en la figura
de Mateo, el pecador o también el enfermo, necesitado del Mesías y del Médico
del alma que es Jesucristo, también debemos reconocernos nosotros, que somos
pecadores y que, por lo tanto, necesitamos de la Misericordia Divina del Médico
de almas, Nuestro Señor Jesucristo, Misericordia que se nos concede en el
Sacramento de la Penitencia y en la Sagrada Eucaristía.
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