(Ciclo C - 2016)
El Viernes Santo, día de la muerte del Señor Jesús en la
cruz, es el día más oscuro, más triste y más doloroso para la Iglesia Católica,
porque es el día en el que las fuerzas de las tinieblas parecen haber
prevalecido sobre ella, al dar muerte a su fundador. Sin Jesucristo, el
Hombre-Dios, el ser humano está perdido, porque queda a merced de sus tres
grandes enemigos: el Demonio, el pecado y la muerte; tres enemigos mortales que
sólo buscan su destrucción, su ruina y su eterno dolor. Jesús, el Sumo y Eterno
Sacerdote, muere en la cruz, y si los hombres, enceguecidos por el pecado, no
pueden darse cuenta de que han matado a Dios Hijo encarnado, la naturaleza y el
universo entero sí, y es por eso que, al morir Jesús, se produjo un eclipse del
sol que “cubrió toda la tierra” (cfr. Mt 27, 45). Estas tinieblas cósmicas, que sobrevienen
sobre toda la tierra al morir Jesús, son solo una figura, pálida, de otras
tinieblas, mucho más densas y siniestras, porque son tinieblas vivientes, los
ángeles caídos, que se abalanzan sobre los hombres a quienes ya nadie protege,
porque ha muerto en cruz el Único que podía derrotarlos, Jesucristo, el Cordero
de Dios. El Viernes Santo se eclipsó el sol cosmológico, el astro sol,
cubriéndose la tierra de tinieblas, pero esas tinieblas son igual a nada,
comparadas con las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, y las tinieblas
que significan el pecado y la muerte. Al morir Jesús en la Cruz, se abate sobre
la humanidad el más completo terror, porque el Sumo y Eterno Sacerdote, Aquel
que tenía el poder de Dios, porque era Dios, para vencer para siempre a los enemigos
del hombre, ya no vive más, porque está muerto, con su Cuerpo sin vida, colgado
sobre la cruz.
La
Iglesia expresa este momento de triunfo aparente de las tinieblas sobre ella,
con la ceremonia del Viernes Santo: por una lado, la postración del sacerdote
ministerial, indica que el sacerdote, sin Cristo, cae por tierra, porque si el
sacerdote tiene poder para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre
del Cordero, es porque participa del poder sacerdotal del Sumo y Eterno
Sacerdote, Jesucristo, pero ahora, en el Viernes Santo, el Sumo y Eterno
Sacerdote ha muerto, por lo que el sacerdote ministerial queda reducido a la
nada, ya que por sí mismo no puede, de ninguna manera, obrar el milagro de la
Transubstanciación. La postración por tierra del sacerdote ministerial
significa, por lo tanto, el momento más dramático para la Iglesia Peregrina, porque
su Señor ha muerto en la cruz y ya no está, y sus enemigos parecen haber
triunfado sobre ella.
El
otro signo dramático con el que la Iglesia llora y lamenta la muerte de su
Señor, a la par que advierte al mundo de la catástrofe espiritual que eso
significa, es el hecho de que en este día, es el único en todo el año en el que
no se celebra la Santa Misa, por el motivo de que el sacerdote ministerial, sin
la participación al poder sacerdotal de Jesucristo, no tiene poder en sí mismo
para convertir el pan y el vino en la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de
Jesús. Al no haber Sumo Sacerdote, no hay Misa, no hay Confesión sacramental,
no hay sacramentos, no hay sacramentales, y la Voz de la Verdad eterna de Dios
parece haber callado, por lo que la confusión reina entre los miembros de la
Iglesia. Parece, el Viernes Santo, que la promesa de Jesús: “Las puertas del
Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18), no se ha cumplido y jamás podrá cumplirse. Todo parece
humanamente perdido, por cuanto parece que hasta el mismo Dios ha sido vencido
por las tinieblas, dando así razón a las palabras de Jesús al ser detenido: “Esta
es la hora de las tinieblas” (cfr. Lc
22, 53).
La
muerte de Cristo en la cruz nos tiene que hacer tomar conciencia, por lo tanto,
acerca del poder del pecado, un poder tan grande, que es capaz de llegar al deicidio.
En
el Viernes Santo, todo en la Iglesia es luto, dolor, tristeza, silencio, porque
su Dueño y Señor, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Cordero de Dios, el Hijo de
Dios encarnado, el que venía a “deshacer las obras de Satanás” (cfr. 1 Jn 3, 8), ha muerto en cruz.
Pero
hay alguien que da una esperanza a la Iglesia toda en medio del dolor y es la
Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, que está de pie, al lado de la cruz; a
pesar de que a la Virgen le parece que muere en vida, porque ha muerto la Vida
de su Corazón, la Virgen tiene esperanza porque confía en las palabras de su
Hijo, que había dicho que al tercer día resucitaría, y es por eso que, si bien su Inmaculado Corazón está
triturado por el dolor, desde lo más profundo de su Corazón Purísimo, la Virgen conserva
la esperanza, la serenidad e incluso hasta la alegría, porque sabe, con toda
certeza, que su Hijo es Dios y que Él, cumpliendo su Palabra, vencerá a la
muerte, al Demonio y al pecado, al surgir triunfante, glorioso y resucitado del sepulcro.
Pero
mientras tanto, hasta que se cumpla el tiempo fijado para la Resurrección, la
Virgen llora por la muerte del Hijo de su Amor, y también la Iglesia llora y hace duelo
con María, al pie de la cruz, porque ha muerto el Redentor.
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