“Al
tercer día lo encontraron en el Templo” (Lc
2, 41-51). Los padres de Jesús, la Virgen Santísima y San José, suben a
Jerusalén para las festividades de la Pascua. Esta peregrinación la hacían
todos los años, porque eran, obviamente, fervorosos y piadosos practicantes de
la religión de Dios Uno, el Dios del Pueblo Elegido. Cuando Jesús tenía doce
años, les sucede un percance: al finalizar la Pascua emprenden el regreso, pero
cada uno piensa que el Niño está con el otro y es así como transcurre un día de
camino, sin Jesús. Cuando se percatan de la ausencia de Jesús, regresan a
Jerusalén para buscarlo, encontrándolo al tercer día de la búsqueda.
El
episodio, real, puede interpretarse de la siguiente manera, tomando como hecho
central la pérdida de Jesús: puede suceder que una persona, por diversas
circunstancias, pierda de vista a Jesús, tal como les sucedió a la Virgen y a
San José -solo que en ellos se descarta el elemento del pecado, obviamente,
porque la Virgen es Inmaculada y San José un santo, que vivía siempre en estado
de gracia-. Es decir, reflexionando solo sobre el hecho de perder de vista a
Jesús, este hecho se puede transpolar a lo que le sucede, en el plano
espiritual, al pecador: a causa del pecado, cometido libre y voluntariamente,
el alma se ve envuelta en las tinieblas del pecado y en este estado, pierde de
vista a Jesús, no sabe dónde está Jesús. Esta pérdida de Jesús se da no solo en
el plano existencial, sino ante todo en el plano ontológico: si por la gracia
Jesús inhabita en el alma, por el pecado –sobre todo el pecado mortal- Jesús
deja de inhabitar en el alma y se retira, puesto que no pueden convivir la
santidad divina con la malicia del pecado y si la persona elige libremente el
pecado, es porque elige el mal antes que al Bien Infinito y Eterno que es
Jesús.
“Al tercer día lo encontraron en el Templo”. La pérdida de
Jesús a causa del pecado no es un hecho irreversible: así como la Virgen y San
José lo encontraron en el Templo, porque Jesús en realidad nunca se perdió sino
que estuvo siempre en el Templo, así también el alma, guiada por la Virgen y
San José, puede encontrar a Jesús en el Templo, en la Iglesia Católica y más
concretamente, en el sagrario, en la Eucaristía y en el Sacramento de la
Confesión, en donde Jesús perdona los pecados por medio del sacerdote
ministerial. Entonces, si hemos tenido la desgracia de perder a Jesús, le
pidamos a la Virgen y a San José que nos conduzcan al lugar donde se encuentra
Jesús: en el Templo, en la Iglesia Católica, en el Sacramento de la Eucaristía
y en el Sacramento de la Confesión.
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