jueves, 11 de marzo de 2021

“Al tercer día lo encontraron en el Templo”

 


“Al tercer día lo encontraron en el Templo” (Lc 2, 41-51). Los padres de Jesús, la Virgen Santísima y San José, suben a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Esta peregrinación la hacían todos los años, porque eran, obviamente, fervorosos y piadosos practicantes de la religión de Dios Uno, el Dios del Pueblo Elegido. Cuando Jesús tenía doce años, les sucede un percance: al finalizar la Pascua emprenden el regreso, pero cada uno piensa que el Niño está con el otro y es así como transcurre un día de camino, sin Jesús. Cuando se percatan de la ausencia de Jesús, regresan a Jerusalén para buscarlo, encontrándolo al tercer día de la búsqueda.

El episodio, real, puede interpretarse de la siguiente manera, tomando como hecho central la pérdida de Jesús: puede suceder que una persona, por diversas circunstancias, pierda de vista a Jesús, tal como les sucedió a la Virgen y a San José -solo que en ellos se descarta el elemento del pecado, obviamente, porque la Virgen es Inmaculada y San José un santo, que vivía siempre en estado de gracia-. Es decir, reflexionando solo sobre el hecho de perder de vista a Jesús, este hecho se puede transpolar a lo que le sucede, en el plano espiritual, al pecador: a causa del pecado, cometido libre y voluntariamente, el alma se ve envuelta en las tinieblas del pecado y en este estado, pierde de vista a Jesús, no sabe dónde está Jesús. Esta pérdida de Jesús se da no solo en el plano existencial, sino ante todo en el plano ontológico: si por la gracia Jesús inhabita en el alma, por el pecado –sobre todo el pecado mortal- Jesús deja de inhabitar en el alma y se retira, puesto que no pueden convivir la santidad divina con la malicia del pecado y si la persona elige libremente el pecado, es porque elige el mal antes que al Bien Infinito y Eterno que es Jesús.

         “Al tercer día lo encontraron en el Templo”. La pérdida de Jesús a causa del pecado no es un hecho irreversible: así como la Virgen y San José lo encontraron en el Templo, porque Jesús en realidad nunca se perdió sino que estuvo siempre en el Templo, así también el alma, guiada por la Virgen y San José, puede encontrar a Jesús en el Templo, en la Iglesia Católica y más concretamente, en el sagrario, en la Eucaristía y en el Sacramento de la Confesión, en donde Jesús perdona los pecados por medio del sacerdote ministerial. Entonces, si hemos tenido la desgracia de perder a Jesús, le pidamos a la Virgen y a San José que nos conduzcan al lugar donde se encuentra Jesús: en el Templo, en la Iglesia Católica, en el Sacramento de la Eucaristía y en el Sacramento de la Confesión.

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