(Domingo XXXI – TO – Ciclo B – 2012)
“Amar a
Dios y al prójimo es el mandamiento más grande” (cfr. Mc 12, 28-34). Los judíos ya conocían el primer mandamiento, por
eso nos preguntamos si es que Jesús trae alguna novedad, porque si no lo hace,
entonces quiere decir que no hay diferencias entre la religión judía y la
cristiana. Todavía más, si esto fuera así, la religión judía tendría
preeminencia moral sobre la cristiana, en razón de su antigüedad, y por el
hecho de ser los judíos “hermanos mayores” de los cristianos, tal como lo
sostiene el Beato pontífice Juan Pablo II.
La
respuesta es que Jesús sí trae una novedad con respecto a la religión judía, y
la novedad es tan radical, que cambia por completo los paradigmas sobre los que
se asentaban, hasta ese momento, las relaciones entre Dios y los hombres.
Lo que
hay que tener en cuenta, es que en el mandamiento de los judíos, se manda amar
a Dios y al hombre, como a uno mismo, pero este amor es limitado, puesto que se
trata de un amor meramente natural. De hecho, los judíos consideraban como
“prójimo” sólo a los que formaban parte del Pueblo Elegido, mientras que los
demás no lo eran y por lo tanto, no recibían el trato reservado a los
integrantes del pueblo hebreo.
Además,
el amor que se exigía era un amor de ley natural, que no iba más allá de lo que
la naturaleza y la razón humana dictaban. Esto se ve, por ejemplo, en el caso
de la ley del Talión, cuyo mandamiento decía: “Ojo por ojo y diente por
diente”. Es decir, no se exigía el perdón, sino que la justicia sea estricta,
ya que la falta era cobrarse en exceso lo que el prójimo debía. Se cumplía la
ley del Talión cuando la venganza contra la falta del prójimo era estricta y no
se excedía de los límites impuestos por la ley.
Eso, con respecto al prójimo; con respecto a Dios, también se remarca el aspecto humano del amor: "Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma"; se pide el amor a Dios, pero es un amor de ley natural; es el amor que sale del corazón humano.
Por el
contrario, el mandamiento nuevo que trae Jesús es radicalmente nuevo, porque es de origen celestial, divino, sobrenatural, ya que brota no del corazón del hombre, sino del Corazón mismo de Dios Uno y Trino, y solo se
parece en su formulación al mandamiento judío. La prueba es que al interlocutor
de Jesús, a pesar de responder bien, Jesús le dice: “Estás cerca del Reino”; no le dice: “Estás en el Reino”, o algo parecido,
sino que está “cerca”, con lo cual es evidente que el cumplimiento del mandato
judío no es equivalente al cumplimiento del mandato suyo.
La
novedad radical del mandato de Jesús, que solo externamente se parece al
mandato judío, está en el amor que se exige para cumplirlo, que es de origen celestial, porque emana del Ser trinitario. Mientras que en el
mandato judío se exigía un amor puramente natural, tanto a Dios -al que se
conocía como Uno pero no como Trino-, como al prójimo -con la salvedad de que
“prójimo” era solo el que profesaba la religión judía-, en el caso del mandato
de Jesús, el amor que se exige es mucho más profundo, mucho más grande, tan
grande, que es infinito; se exige un amor que va más allá del tiempo, y mucho
más allá del tiempo, porque es un amor eterno, porque el amor con el que Jesús
pide amar al prójimo y a Dios, es el Amor divino, el amor suyo, el Amor del
Espíritu Santo de Dios, que es fuego de Amor divino, y que es el que Él ha
venido a traer: “He venido a traer fuego, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!”.
El amor
con el que se debe cumplir el primer mandamiento de la ley de Jesús, no el de
la ley judía, es el Amor divino, infinito y eterno, que arde desde la eternidad en la Trinidad; es el mismo Amor que arde en el Corazón de Dios Hijo encarnado, y que se efunde desde su Corazón traspasado en la Cruz; es el Amor que se
consigue sólo de rodillas ante la
Cruz; es el Amor que se consigue en la unión y fusión de los
corazones del hombre con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en la
comunión sacramental; es el Amor que es Fuego de Amor divino, el Espíritu
Santo, que es soplado por Dios Padre y por Dios Hijo en el altar, y es el que
convierte el pan y el vino de las ofrendas en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor
Jesucristo.
Es este
Amor divino, traído por Jesús, y soplado en Pentecostés sobre la Iglesia, el Amor que es el
Espíritu de Dios, el que permite vivir en plenitud el mandamiento más
importante de la ley de Jesús, el mandamiento de la caridad.
Y como
este Amor se obtiene al pie de la
Cruz, es un Amor que viene de la Cruz, del Sagrado Corazón
traspasado de Jesús, y es un Amor que lleva a la Cruz, de nuevo al Sagrado
Corazón; es un Amor que lleva a la muerte de Cruz en el trato con el prójimo,
porque este Amor exige que el prójimo sea perdonado setenta veces siete cuando
ofende setenta veces siete; este Amor exige que el prójimo sea auxiliado y
socorrido en sus necesidades materiales y espirituales, y no con lo que nos
sobra, sino con lo que nos es necesario; este Amor exige que el prójimo no sea
tratado como una mercancía puesta a disposición para nuestro uso, sino como
creatura y como hijo de Dios, por quien el Hombre-Dios dio su vida y derramó su
Sangre; este Amor exige, para con Dios Trinidad, que no sea despreciado y
ofendido en su majestad y en su bondad divinas, cuando el hombre lo pospone y
prefiere sus diversiones antes que la
Misa dominical; este Amor exige que la más hermosa creación
de Dios, el mismo hombre, no sea aplastado, triturado, destrozado, quemado
vivo, por el aborto y por las guerras genocidas.
“El
primer y más importante mandamiento es: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti
mismo””. No se puede vivir y cumplir este mandamiento con un amor puramente
natural, como el que posee todo hombre; es necesario adquirir el Amor celestial
y sobrenatural, que se derrama incontenible, como de una fuente inagotable,
como de un dique roto, del Sagrado Corazón de Jesús. Para poder vivir y cumplir
con el mandamiento más importante de la Ley
Nueva, hay que acudir a la cima del Monte Calvario, y pedirlo
con insistencia, de rodillas, besando los pies heridos de Jesús; hay que acudir
al Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico, para recibir al Sagrado Corazón
eucarístico de Jesús, horno ardiente de Amor eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario