domingo, 18 de noviembre de 2012

“Señor, que yo vea otra vez”



“Señor, que yo vea otra vez” (Lc 18, 35-43). Un ciego –no de nacimiento, porque pide ver “otra vez”- pide a Jesús volver a ver. Jesús, en vista de su fe, le concede lo que pide: “Recupera tu vista, tu fe te ha salvado”.
Hasta aquí, no se presenta ningún interrogante: un ciego pide volver a ver, Jesús, en vista de su fe, le concede el milagro. La pregunta surge de la segunda parte de la frase de Jesús: “Recupera tu vista, tu fe te ha salvado”. ¿Por qué dice esto Jesús? En esta respuesta de Jesús se puede vislumbrar algo que va más allá de la simple curación física, porque es evidente que no le está diciendo que se ha salvado de las tinieblas físicas, propias de la ceguera: si le dice: “Tu fe te ha salvado”, es porque se ha salvado de las tinieblas espirituales, aquellas que impiden ver las realidades sobrenaturales, las realidades del cielo, que escapan a la percepción sensible de los sentidos.
La “salvación” de la que habla Jesús es precisamente esta: por su fe, el ciego se ha salvado de vivir en las tinieblas del ateísmo, del naturalismo, del humanismo ateo, del racionalismo, todos vicios del espíritu que negando los milagros del Evangelio, niegan la condición divina del Hombre-Dios, y así se colocan voluntariamente en las más oscuras tinieblas espirituales, que los ponen en estado de condenación y a las puertas del infierno.
Por el contrario, la capacidad de ver sobrenaturalmente los misterios de la fe católica, llevan al alma de claridad en claridad, toda vez que puede ver a Cristo en esos misterios, quien es “luz eterna de luz eterna”. El que posee esta capacidad de ver sobrenaturalmente, con los ojos de la fe, estos misterios, puede ver a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios humanado, la Palabra encarnada, en la Eucaristía; puede ver en la Misa la renovación incruenta del sacrificio de la Cruz; puede ver la Presencia operante del Espíritu Santo en los sacramentos, concediendo la vida divina a quien los recibe.
“Señor, que yo vea otra vez”. Al igual que el ciego del camino, debemos pedir ver sobrenaturalmente, por eso nuestra oración podría ser así: “Señor, haz que yo vea, con los ojos de la fe, tus misterios insondables: haz que yo te vea en la Eucaristía y en el santo sacrificio del altar, en tu Presencia sacramental, pero haz que te vea también en mi prójimo, sobre todo en el más necesitado. Haz que te vea, para que viéndote te ame, amándote te adore, y adorándote me salve. Amén”.

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