“Mis
ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 22-30). Jesús contrapone al Buen Pastor –que es Él- con los “malos
pastores”, que son “asalariados”, “ladrones y asaltantes” y “no entran por la
puerta”; además, cuando ven venir al lobo, “huyen” dejando a las ovejas
indefensas.
Mientras
el Buen Pastor es Él, los malos pastores son ya sean los falsos cristos de la
Nueva Era –Maitreya, Avatar, Buda, el Cristo cósmico, el Cristo
extra-terrestre, el Cristo meramente hombre-, aunque también algunos de entre los
mismos sacerdotes católicos que utilizan a la religión católica, a sus dogmas y
a sus estructuras, para difundir ideologías que son contrarias a la esencia
misma del mensaje evangélico de Jesucristo, presentando una versión “falsificada”[1]
del mismo. Por ejemplo, son los promotores de las diversas teologías, como la
Teología de la liberación, o también los sacerdotes que apoyan a la rebelión de
monjas y laicos contra las enseñanzas del Magisterio eclesiástico y pontificio[2], o
los sacerdotes austríacos integrantes del grupo “Llamado a la desobediencia”[3],
que pretende la abolición del celibato sacerdotal, la ordenación sacerdotal de
mujeres, entre otras cosas. Los malos pastores son los ideólogos que falsifican
el Evangelio de Jesucristo, en las palabras del Papa Francisco.
Jesús
contrapone también a las ovejas, haciendo una distinción entre aquellas que “escuchan
su voz y lo siguen y son conocidas por Él”, y aquellas que “no son de las
ovejas de Cristo”. Dentro de estas, pueden ser laicos que, como dice el Papa
Francisco, están en las comunidades cristianas pero “usan de la religión para hacer
negocios” y no son más que “bandidos”, “ladrones” y “trepadores”[4].
Jesús
establece el criterio para diferenciar a una oveja que pertenece a su redil y
aquella que no: la que “escucha su voz y lo sigue” y además “cree en los signos
que Él hace”. Por el contrario, las ovejas que no “son de sus ovejas”, son
aquellos que “no creen” ni en sus palabras –Jesús se auto-proclama Dios- ni en
sus signos o milagros –hace milagros que sólo Dios puede hacer, con lo cual
corrobora sus palabras-.
Las
ovejas que pertenecen al redil de Cristo creen que Él es Dios Hijo encarnado,
que obra todo tipo de milagros –resucitar muertos, expulsar demonios, curar
enfermos, multiplicar panes y peces, caminar sobre las aguas- como signos
visibles de la Presencia del Amor de Dios entre los hombres; creen que Jesús
murió y resucitó y que prolonga su encarnación y resurrección en cada
Eucaristía, para donarse a sí mismo al alma que lo recibe con fe y con amor;
creen que está en el sagrario para aliviarles sus penas y dolores, para quitar
el agobio y la aflicción a quien se le acerque, para comunicarle del Amor de su
Sagrado Corazón, para llevar por él la cruz de cada día, para acompañarlo en el
camino del Calvario que es la vida humana, de modo que al final de sus días
pueda entrar a disfrutar del Reino de los cielos para siempre.
Las
ovejas que son de Cristo “conocen su voz, lo escuchan y lo siguen”, y reciben
de Él la “Vida eterna”; las ovejas de Cristo escuchan la voz de Jesús que les
dice: “Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo en sus pasiones, en su
impaciencia, en su egoísmo, en su pereza, en su acidia, en su hombre viejo,
cargue su cruz de cada día y me siga por el Camino del Calvario, para ser
crucificado junto Conmigo. A los que carguen la cruz de cada día, a los que
acepten ser crucificados junto a Mí, les daré la Vida eterna en el Pan
eucarístico, como anticipo del gozo que durará para siempre en el Reino de los
cielos”.
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