jueves, 18 de abril de 2013

“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”



“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6, 51-59). Ante la afirmación de Jesús de que Él es “Pan de Vida” y de que ese Pan “es su carne”, los judíos que lo escuchan se escandalizan y se preguntan entre sí: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”. La causa del escándalo está en la formulación misma de la pregunta: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”. Los judíos no ven en Jesús a Dios Hijo hecho hombre; no creen en sus palabras, en las que Él afirma su divinidad: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo”, y como Él es Dios Hijo, “habla de lo que vio” en la eternidad, en el seno eterno del Padre, y lo que vio es la Verdad eterna y absoluta de Dios Trino; pero tampoco creen en los signos o milagros que Él hace, con los cuales corrobora sus palabras, porque son signos o milagros que solo pueden ser hechos con el poder de Dios: resucitar muertos, expulsar demonios, calmar tempestades, curar toda clase de enfermos, multiplicar panes y peces, etc.
La consecuencia de esta doble incredulidad es el oscurecimiento acerca de la identidad de Jesús: no ven en Jesús al Hombre-Dios, sino solamente a Jesús hombre, al “hijo de José y María”, al “carpintero”, al que “vive entre nosotros”. Y si Jesús es solo un hombre, y este hombre les viene a decir que para salvarse tienen que comer su cuerpo y su sangre, entonces se comprende la pregunta de los judíos, puesto que piensan en un acto de antropofagia: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne y su sangre?”.
Pero Jesús no es un mero hombre, sino el Hombre-Dios; su condición divina ha sido revelada por Él y ha sido suficientemente confirmada por sus milagros, de modo que cuando dice que Él es “el Pan de Vida eterna” y que para obtener la salvación todo hombre debe “comer su carne y beber su sangre”, significa literalmente eso, aunque como Él es Dios, Él “hace nuevas todas las cosas”, y una de las cosas que hace nuevas es el pan y el modo de comerlo.
Jesús hace nuevo el pan porque en la Santa Misa, con el poder de su Espíritu, insuflado por Él y el Padre a través del sacerdote ministerial a través de las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, hace desaparecer la substancia material, creada, con acto de ser participado y creatural del pan, para hacer aparecer en su lugar la substancia inmaterial, increada, con Acto de Ser Puro, de la Divinidad, unida hipostáticamente a su substancia humana glorificada, su Cuerpo, su Sangre y su Alma, es decir, su naturaleza humana, la misma que sufrió la muerte y crucifixión el Viernes Santo y que resucitó el Domingo de Resurrección. De esta manera, por las palabras de la consagración, el Pan Nuevo que hay sobre el altar eucarístico se parece al pan material, terreno, solo por su aspecto exterior, por su sabor y por sus características físicas: parece pan, sabe a pan, pesa lo mismo que el pan, al tacto se lo siente como pan, se disgrega en el agua, como el pan, pero ya no es más pan, porque ya no está la substancia del pan: está la substancia divina gloriosa y la substancia humana, glorificada y resucitada, del Hombre-Dios Jesús de Nazareth. Las especies del pan –sabor, color, peso, etc.- son sólo “receptáculos” de la substancia divina, y ya no más sostenes de la substancia creada del pan, que ha desaparecido y no está más. Por lo tanto, el Pan del altar eucarístico es un “Pan Nuevo” porque ya no es pan ácimo, compuesto de harina y trigo, sino que es el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Jesucristo.
Y si es nuevo el Pan, es nuevo también el modo de comerlo, porque cuando Jesús dice que si alguien quiere salvarse debe “comer su Cuerpo y beber su Sangre”, está hablando literalmente de “comer su Cuerpo y beber su Sangre”, pero su Cuerpo y su Sangre eucarísticos, es decir, su Cuerpo y su Sangre que han recibido la glorificación en la Resurrección. Cuando Jesús les dice a los judíos que deben alimentarse de su Cuerpo y Sangre, no les está diciendo que deben comer de su Cuerpo muerto en la Cruz el Viernes Santo y depositado en el sepulcro el Viernes y el Sábado; les está diciendo que deben comer de su Cuerpo y su Sangre glorificados el Domingo de Resurrección, el Cuerpo con el cual Él se levantó triunfante del sepulcro, que es el mismo Cuerpo con el cual Él está de pie, triunfante, glorioso y resucitado, en la Eucaristía, que es Pan de Vida eterna.
Las palabras de Jesús solo se entienden a la luz de la totalidad de su misterio pascual de muerte y resurrección; podríamos decir que el Cuerpo resucitado, que está en la Eucaristía, está apto para ser consumido, porque ha sido cocido en el Fuego del Espíritu Santo el Domingo de Resurrección.
“Yo hago nuevas todas las cosas”, dice Jesús en el Apocalipsis, y nuevo es el Pan, y nuevo es el modo de comer este Pan, que es la comunión eucarística. En este modo nuevo de comer, la comunión de la Eucaristía, no es el hombre quien asimila un alimento material y terreno, sino que es Dios quien asimila al hombre, incorporándolo, con la fuerza de su Espíritu, a sí mismo, convirtiéndolo en sí mismo y haciendo de quien lo consume "un mismo cuerpo y un mismo espíritu" con Él. Y este modo nuevo de comer es nuevo porque como este Pan ya no es más pan material, terreno, sino que es su Carne gloriosa y su Sangre resucitada, y como esta Carne gloriosa y su Sangre resucitada contienen la Vida de Dios, el que come este Pan eucarístico come verdaderamente la Carne del Cordero y bebe su Sangre y así recibe la Vida eterna: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida eterna”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario