“Estén
preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 39-48). Jesús nos pide que
estemos preparados, porque “el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”:
se refiere tanto a la hora de la muerte de cada uno, la cual será de improviso,
porque nadie sabe cuándo ha de morir, como a su Segunda Venida en la gloria, porque nadie sabe tampoco cuándo habrá de
regresar Él por Segunda Vez, en la gloria. Para graficar esta enseñanza, utiliza la parábola de un siervo malo y perezoso que, creyendo que su amo no va a regresar o que va a regresar más tarde, se embriaga, abandona su servicio y comienza a pelear y a golpear a los demás.
En esta parábola, el
siervo que no está atento y que piensa que su amo no va a regresar todavía, y
se pone a emborracharse, a pelear con los demás y descuida sus deberes para con
Dios y para con el prójimo, representa al bautizado en la Iglesia Católica que no piensa en la vida eterna,
o si piensa que hay una vida eterna, cree que, haga lo que haga, Dios lo perdonará
siempre y nunca sufrirá ningún castigo por sus malandanzas; también están aquí
los que, creyendo en Dios y en su justicia y que Dios castiga con el Infierno
el pecado mortal, se deciden sin embargo a vivir desafiándolo, cometiendo
pecado mortal tras pecado mortal, sin importarles mínimamente el Juicio de Dios.
El que así piensa, recibe como castigo la pérdida del sentido de la eternidad,
tanto de la bienaventuranza, como del castigo, y recibe en cambio, la tarea
dada por Dios a los pecadores, y es la de “acumular bienes”, como dice la
Escritura (cfr. Ecl 1, 1-18), a la
par que queda sometido a la acción y a la influencia del demonio, que le hace
creer, como dice Santa Teresa de Ávila, que los placeres mundanos y carnales de
esta vida terrena, y que la vida terrena misma, son interminables. Esto
constituye ya, en sí mismo, un gran castigo, porque significa que esa alma ha
sido abandonada por Dios a su libre albedrío; en otras palabras, el alma,
libremente, entre los Mandamientos de Cristo, dados desde la cruz, y los
Mandamientos de Satanás, el alma ha elegido claramente vivir y cumplir
cabalmente los Mandamientos de Satanás –esto es lo que significa el siervo
ebrio y que golpea a los demás: el que se deja consumir por sus pasiones: ira,
lujuria, avaricia, pereza, odio, rencor, calumnia, difamación- y ha elegido
desechar y pisotear los Mandamientos de la Ley de Dios. Ésa tal alma, si es
llamada a la Presencia de Dios, para que rinda el examen de su Juicio Particular,
será encontrado vacía y falta de obras buenas; será el siervo de la parábola,
que a la llegada de su amo, no estaba vigilante, porque estaba ebria; no tenía
puesto el traje de servicio, porque no estaba obrando la misericordia; y, lo
más grave de todo, no tenía la lámpara encendida, es decir, no tenía la gracia
santificante, porque su lámpara estaba seca, es decir, su humanidad estaba en
estado de pecado mortal. Por el contrario, el siervo atento y vigilante, que
tiene la túnica ceñida y la lámpara encendida, porque está esperando a su amo
que está por regresar en cualquier momento, recibe una recompensa inesperada:
su mismo amo se pone a servirlo a la mesa, sirviéndole un banquete espléndido. Ese
siervo así preparado es el alma en gracia, que a la hora de la muerte, es
encontrada digna de entrar al Banquete Festivo del Reino de los cielos, en
donde reinan el Amor, la Paz y la Alegría de Dios Uno y Trino.
“Estén
preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Dichoso
aquel que, en la hora de la muerte, está vigilante, tiene la túnica ceñida y la
lámpara encendida, es decir, dichoso aquel que, a la hora menos pensada, en la que
el Hijo del hombre viene a buscarlo, está en estado de gracia santificante y
sus manos rebozan de obras de misericordia, porque será el mismo Hijo de Dios
en Persona quien lo hará entrar en la Morada Santa, para que se alegre y goce en
la contemplación de la Santísima Trinidad por los siglos sin fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario