“Pidan
y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” (Lc 11, 5-13).
Jesús anima a sus discípulos, y por lo tanto a nosotros, a pedir en la oración,
con insistencia, con perseverancia, y con la seguridad de que seremos
escuchados. Para ello, utiliza la figura de dos amigos, uno de los cuales acude
al otro, para pedirle un poco de pan para un tercer amigo; lo hace en horario
inoportuno, a medianoche y obtiene de su primer amigo lo que pide, no tanto por
la amistad, sino más bien por la insistencia. Con esto, Jesús da algunas pistas
acerca de cómo debe ser la oración del cristiano: debe ser una oración basada
en la amistad con Dios –son dos amigos los que tratan en la parábola-; debe ser
una oración en la que se piden cosas buenas –el amigo pide pan para su otro
amigo, que está pasando necesidad-; por último, la oración debe ser insistente,
porque el segundo amigo le concede al primero lo que le pide, no tanto en razón
de la amistad que los une, sino por la insistencia: “Les aseguro que aunque él
no se levante para dárselos (a los panes) por ser su amigo, se levantará al
menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario”. De esta manera,
Jesús nos anima a pedir, y a pedir con insistencia y con la confianza absoluta
de que seremos escuchados, porque aun cuando el pedido sea inoportuno, lo mismo
seremos escuchados y nuestra petición será atendida, porque en el segundo
amigo, el que posee el pan, está representado Dios, y podríamos decir, que está
representado Dios Padre, porque Él es quien nos da el pan material, para la
subsistencia corporal, pero nos da ante todo, el Pan Vivo bajado del cielo, su
Hijo Jesucristo en la Eucaristía.
“Pidan
y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a aquellos que
se lo pidan”. Sin embargo, lo más asombroso en este Evangelio, no es tanto la
enseñanza acerca de cómo pedir, es decir, de pedir con insistencia; lo más
asombroso de todo, se encuentra al final: después de enseñarnos de cómo debemos
pedir, y de asegurarnos de que seremos escuchados en nuestras petición, Jesús
nos anima a pedir a Dios Padre nada menos que al Espíritu Santo, a la Tercera
Persona de la Santísima Trinidad, al Amor espirado desde la eternidad por el
Padre y el Hijo, al mismo Amor que engendró en el seno virgen de María
Santísima al Verbo eterno del Padre en la Encarnación, para que se encarnara
con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y fuera dado al mundo como Pan de Vida
eterna, y que es el mismo Amor que prolonga la Encarnación en el seno virgen de
la Iglesia, el altar eucarístico, convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo,
la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la
Eucaristía.
Jesús
nos anima a pedir en la oración, a Dios Padre, no un don más, entre tantos:
Jesús nos anima a pedir nada menos que al Espíritu Santo, a la Tercera Persona
de la Santísima Trinidad, al mismo Santo Espíritu que se apareció en forma de
Lenguas de Fuego en Pentecostés, para que nuestros corazones, negros, secos y
duros como el carbón, se conviertan en brasas incandescentes a su contacto, y
ardan en el Fuego del Amor Divino, en el tiempo y en la eternidad. Jesús no se
conforma con que le pidamos al Padre simplemente los dones del Espíritu Santo:
Jesús quiere que le pidamos al mismo Espíritu Santo en Persona y, como Él mismo
nos lo enseña, si nuestra oración está cimentada en nuestra relación de amor de
amistad con Dios, y además es insistente y perseverante, Dios Padre nos lo
dará: “Pidan y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a
aquellos que se lo pidan”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario