viernes, 3 de octubre de 2014

“Un hombre poseía una viña (…) la arrendó a unos viñadores (…) pero los viñadores mataron al heredero (…) el dueño acabará con esos miserables y dará la viña a otros, para que le den sus frutos a su tiempo”



(Domingo XXVII - TO - Ciclo A – 2014)
         (Domingo XXVII - TO - Ciclo A – 2014)
         “Un hombre poseía una viña (…) la arrendó a unos viñadores (…) pero los viñadores mataron al heredero (…) el dueño acabará con esos miserables y dará la viña a otros, para que le den sus frutos a su tiempo” (Mt 21, 33-46). En la parábola, Jesús usa la figura de una viña, la cual es claramente, la de Isaías 5, 1-2[1]: en esta viña, el dueño de la viña, luego de limpiar el lugar y quitarle las piedras, ha excavado el lagar en la roca para que el jugo de las uvas prensadas pase por medio de las de canales de piedra a un depósito de piedra más profundo; finalmente, le coloca una torre de vigilancia. Antes de viajar al extranjero, contrata a unos viñadores, para que le den el fruto de la viña.
En esta parábola de los viñadores homicidas, cada elemento tiene un significado sobrenatural: el dueño de la viña, es Dios Padre; el heredero, “el hijo del dueño de casa”, es Jesucristo, Dios Hijo; los enviados o criados, que van a buscar los frutos, son los profetas; los arrendatarios y homicidas, son el Pueblo Elegido; los frutos que pretende obtener el dueño de la viña, y que no obtiene, son la misericordia y la compasión; los frutos agrios, agraces, son la injusticia, la violencia, la impiedad, la pereza, la rapiña, la codicia; el lugar donde deberían estar estos frutos buenos, es el corazón del hombre; la viña, es Israel; el lugar en donde es asesinado el hijo del dueño, las afueras de la viña, es el Monte Calvario, las afueras de Jerusalén; los nuevos arrendatarios, son los gentiles, es decir, los llamados a integrar el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, en reemplazo de los miembros del Pueblo Elegido.
La viña de la parábola es por lo tanto una clara reminiscencia a la de Isaías 5, 7, por lo que se sugiere que la viña de la que habla Jesús, se trata de Israel, la viña de Dios[2] (y luego, por extensión, se tratará de la Iglesia Católica, cuyo nombre también es el de “Viña de Dios”). En Isaías 5, 7, dice el profeta: “La viña de Yahvéh de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son el plantío de su deleite. Esperaba de ellos rectitud, y no veo más que derramamiento de sangre; justicia, y he aquí que no hay más que gritos de dolor”. Dios es el viñador que prueba el grano de uva de su viña, los corazones de los hijos de Israel, pero en vez de probar un grano dulce, apetitoso, es decir, un corazón piadoso, compasivo, misericordioso, encuentra un grano de uva agrio, un fruto amargo de la viña, es decir, un corazón impiadoso, aunque por fuera aparente ser piadoso, devoto y religioso,  e inmisericordioso, voraz de bienes ajenos, iracundo, violento, despiadado, falto de caridad, de compasión, de misericordia, para con su prójimo. Ése es el motivo por el cual, en Isaías 5, 7, dice que “arrasará” con su viña, porque encontró “frutos agrios”; esperaba frutos dulces, y encontró “efusión de sangre, injusticia y gritos de angustia”[3].

El dueño de la viña es claramente Dios; los arrendatarios, que son la idea central de la parábola, son el Pueblo Elegido y no solo no han producido ningún fruto bueno –compasión, bondad, justicia- por negligencia, sino que solo han producido “frutos agrios”, es decir, frutos de injusticia, de codicia, de rapiña y de voracidad, y por eso ahora, Dios, arrasará con la viña, y la dará a los gentiles, para que ellos le den fruto a su tiempo. Sin embargo, movidos por la codicia, pues pretenden quedarse con la viña, que no les pertenece, los sacerdotes y fariseos continúan oponiéndose a los planes de Dios, y es sí que maltratan o matan a los criados –los profetas-, cuando el amo los envía para reclamar los frutos de la viña –que son la justicia, la bondad y la compasión-. Pero el amo, que tiene una paciencia sobrehumana, vuelve a enviar nuevos criados –profetas-, sin conseguir buenos resultados. Decide entonces enviar a su propio hijo, esperando conseguir un cambio de actitud en los viñadores, pero por el contrario, los viñadores se endurecen en su avaricia, y enceguecidos por la codicia, piensan que si matan al heredero, el dueño no tendrá fuerzas para reclamar la viña y así podrán quedarse con toda la tierra, con lo cual traman su muerte y la llevan a cabo. Los viñadores, efectivamente, se apoderan del hijo del dueño de la viña, “lo arrojan fuera de la viña y lo matan”. Esto es una clara alusión a la expulsión de Jesús de Jerusalén, y a su muerte de cruz fuera de Jerusalén, en el Monte Calvario.
La parábola finaliza cuando Jesús les pregunta a los mismos sumos sacerdotes y ancianos, acerca de qué es lo que hará el dueño de la viña, con “aquellos” viñadores homicidas, y ellos mismos, calificándolos como “miserables”, le contestan que “acabará con esos miserables y les arrendará la viña a otros, que le entregarán los frutos a su debido tiempo”, sin darse cuenta que de esa manera, se están calificando a sí mismos, porque Jesús utiliza la parábola para indicar que ellos, el Pueblo Elegido, serán quienes dejados de lado, en favor de los gentiles. Esto lo entienden muy bien los sumos sacerdotes y los ancianos, apenas termina la parábola, porque en ese momento se dan cuenta que ellos son esos viñadores homicidas: “comprendieron que se refería a ellos”, y por eso “buscaron el modo de detenerlo”, pero no podían hacerlo, a causa de la multitud.
         Con la parábola de los viñadores homicidas –que a su vez hace alusión a la viña de frutos malignos de Isaías-, Jesús está indicando que el Pueblo Elegido será dejado de lado, en favor de los gentiles, porque solo da frutos amargos: mata a los profetas primero, y luego al heredero, al Hijo de Dios, Jesucristo. Jesús está profetizando su Pasión, les está anunciando que ellos, al igual que sus antepasados, también rechazarán el mensaje de salvación, porque así como sus antepasados mataron a los profetas, así también ellos lo matarán a Él en la cruz, y por eso ellos quedarán excluidos del Reino de los cielos, y el Reino de los cielos le será dado a los gentiles, a quienes sí acepten el mensaje de salvación: “El dueño de la vida acabará con esos miserables y les arrendará la viña a otros, que le entregarán los frutos a su debido tiempo”.
         Atención a estas palabras, porque también van dirigidas a nosotros: “El dueño de la vida acabará con esos miserables y les arrendará la viña a otros, que le entregarán los frutos a su debido tiempo”. La Iglesia es una Viña que nos da Dios, para que le demos frutos de bondad, de caridad, de castidad, de paciencia, de misericordia, de justicia, de sacrificio, de oración, de virginidad, de oración, de ayuno, de abstinencia, de continencia. Puesto que el Evangelio se actualiza en la Santa Misa, la parábola se dirige también a nosotros, que somos el Nuevo Pueblo Elegido, por lo que también debemos interpretar las palabras como dichas a todos y cada uno de nosotros, ya que nosotros también somos los viñadores homicidas, toda vez que asesinamos a Jesús, el Heredero, crucificándolo con nuestros pecados, y pretendiendo adueñarnos de la Iglesia, para erigirnos en dueños de la Viña, en dueños de la Iglesia, para establecer nuestros propios mandamientos, colocándolos en el lugar de los Mandamientos de Dios. Nos convertimos en los viñadores asesinos, toda vez que crucificamos Jesús con nuestros pecados mortales o veniales deliberados, y toda vez que nos adueñamos de la Iglesia, excluyendo a nuestros hermanos de la Iglesia con nuestra falta de caridad y de ejemplo, y toda vez que manipulamos los Mandamientos de la Ley de Dios, acomodándolos a nuestros caprichos y a nuestra concupiscencia, dictaminando nosotros la medida de lo que está bien y de lo que está mal, y decidiendo nosotros si algo es pecado mortal y si es pecado mortal, decidimos que no tiene importancia, porque los que mandamos en la Iglesia somos nosotros, porque en el fondo, somos los viñadores homicidas, que hemos matado al Heredero, al Hijo de Dios, y nos hemos apoderado de la Viña, la Iglesia, y hemos establecida nuestras propias leyes, decidiendo qué es lo que está bien y qué es lo que está mal.
Por eso es que, en la actualidad, se consiente a prácticamente toda clase de pecado y es lo que explica que, aunque se produzca un falso escándalo farisaico en los medios de comunicación, cuando se producen hechos delictivos clamorosos, que atentan contra el pudor y contra el sentido común, sin embargo, en la práctica y en la vida cotidiana, no solo no se niega ningún vicio ni concupiscencia, sino que el libertinaje sexual y moral se ha convertido en la regla de vida aceptada por la sociedad, el cual ha sido difundido por los medios de comunicación masivos, y eso es lo que explica que individuos como Tinelli –nefastos si los hay-, sean declarados “Personajes destacados de la cultura”; eso es lo que explica otras inmoralidades de nuestra época, como el hecho de que, mientras por un lado existan niños que mueren de hambre, por otro lado, existan futbolistas y deportistas que se convierten en multimillonarios de la noche a la mañana; esto es lo que explica, también que la idea de ganar dinero sin trabajar, es decir, por medio del pecado de la pereza, prolifere como un virus entre enormes masas de cristianos, sin que nadie se lo cuestione o se oponga.
En otras palabras, porque los cristianos hemos matado al Heredero de la Viña, arrojándolo fuera de la Viña, crucificándolo con nuestros pecados, convirtiéndonos en los viñadores homicidas, es que el mundo ha caído en la oscuridad y se dirige, a toda velocidad, al abismo de perdición. Es hora, por lo tanto, de elevar los ojos, arrepentidos, a Jesús en la cruz, pidiendo perdón por nuestros pecados, para que demos los frutos de santidad que Dios Padre, el Dueño de la Viña, está esperando desde hace tiempo, antes de que sea demasiado tarde.


[1] Cfr. B. Orchard, et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial Herder, 439.
[2] Cfr. Orchard, ibidem.
[3] Ibídem.

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