“Si
yo expulso demonios con el poder de Dios, es porque ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Lc 11, 15-26). La actividad exorcística
de Jesús indica que ha llegado a los hombres el Reino de Dios y puesto que el
Reino de Dios es un reino de luz, de santidad, de bondad, de verdad, de
justicia, de amor, no hay lugar para dos reinos en la tierra, con lo cual se
entabla una lucha sin cuartel, entre el Reino de Jesucristo y el Reino del
Príncipe de las tinieblas, lucha que es una continuación de la lucha entablada
en el cielo entre San Miguel Arcángel y los ángeles de luz, contra Satanás y
los ángeles rebeldes (cfr. Ap 12,
7ss). Esta actividad exorcística de Jesús debe interpretarse a la luz de la
lucha entablada en los cielos entre San Miguel Arcángel y los ángeles rebeldes,
porque es su continuación: luego de ser vencido, el Demonio y sus huestes, fueron
precipitados a la tierra –“vi a Satanás caer como un rayo”, dirá Jesús en el
Evangelio-, para apoderarse de la raza humana; la Serpiente Antigua hará caer
en la tentación a los Padres Primordiales de la humanidad, Adán y Eva,
haciéndoles perder el estado de gracia y la amistad con Dios, y luego vagará
por el mundo “como un león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8), en busca de almas a las
cuales tender trampas, para conducirlas a su mismo pecado de rebelión, de
desesperación, y de odio contra Dios, para arrastrarlas consigo al Infierno. Es
por eso que el mundo está “bajo el dominio del Maligno” (1 Jn 5, 19) y sus huestes, es decir, el mundo terreno está infectado
por la presencia activa de los ángeles caídos, que expulsados del cielo, andan
por el mundo buscando almas, sobre las cuales descargar su odio contra Dios, porque
las almas son imágenes vivientes de ese Dios al cual amaban en el momento de su
creación angélica, y ahora odian para siempre.
Es
en este contexto en el cual debe entenderse entonces la frase de Jesús: “Si yo
expulso demonios con el poder de Dios, es porque ha llegado a vosotros el Reino de Dios”: Él es el
Rey de ese Reino de Dios, y ha venido para “destruir las obras del diablo” (1 Jn 3, 8) y la destrucción de esas
obras, más la instauración del reinado de Cristo en los corazones de los
hombres y en la sociedad humana toda, comienza con la expulsión demoníaca de
los posesos, signo más que evidente de que el Demonio y sus secuaces infectan
la superficie de la tierra desde su expulsión de los cielos.
Por
lo tanto, el hecho de que los fariseos se pongan en contra de Jesús cuando
Jesús expulsa un demonio, y lo hacen, porque lo acusan de estar endemoniado, es
una señal de que están a favor de Satanás y en contra de Dios y su Reino[1].
“Si
yo expulso demonios con el poder de Dios, es porque ha llegado a vosotros el Reino de Dios”. En nuestros
días, el Reino de las tinieblas ha multiplicado su actividad demoníaca hasta el
paroxismo, puesto que parece haber tomado el control, desde los más altos
vértices de la humanidad, hasta sus más bajos estamentos, desde el momento en
que sus gobernantes oprimen a las naciones con sistemas de gobierno no solo
anti-cristianos, sino anti-humanos, como el comunista y el capitalista ateo, en
tanto que enormes masas de ciudadanos comunes obedecen ciegamente a los
mandatos de Satanás, mandatos que les son impartidos por los ídolos neo-paganos
modernos como el dinero, la droga, la música cumbia, la música rock, la
pornografía, la Nueva Era, el relativismo, el materialismo, y tantos otros ídolos
más, que los esclavizan y los tienen dominados bajo el pesado yugo de Satanás. El
Reino de Satanás multiplica su frenética actividad, porque sabe que le queda
poco tiempo y porque quiere preparar el camino para el Anticristo, antes del
regreso de Cristo en la Parusía, en su gloria, y por eso se apresura para
perder al mayor número de almas posible, y por eso los tiempos son oscuros, los
más oscuros que ha conocido la humanidad. Pero también es cierto que, cuando
más oscura es la noche, más cerca está el alba, y si es cierto que la actividad
demoníaca es muy alta, también es cierto que es muy alta la actividad de la
Virgen, Estrella de la mañana, porque Ella es el Lucero del Alba que anuncia el
fin de la noche oscura, la derrota de las tinieblas del Infierno, y la Llegada
del Sol Victorioso, Jesucristo, el Hombre-Dios, “ante cuyo Nombre se dobla toda
rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Fil 2, 10).
[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum
Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial
Herder, 612-613.
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