“Yo
he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera
ardiendo!” (Lc 12, 49-53). Jesús no
está hablando, obviamente, del fuego material, sino de un fuego espiritual, y
es el Fuego del Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios, el Fuego de “Dios,
que es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 8).
“Yo
he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera
ardiendo!”. ¿Qué es este “fuego espiritual” que ha venido a traer Jesús, y que
Él desea “que ya esté ardiendo”? El fuego es la Eucaristía, porque los Padres
de la Iglesia llamaban a la Eucaristía “ántrax” o “carbón ardiente”, porque en Cristo
su Humanidad Santísima es como el carbón, mientras que el Fuego que lo vuelve
incandescente, es el Espíritu Santo, y esto sucede desde el primer instante de
la Encarnación. Jesús en la Eucaristía es el Carbón Incandescente, que arde con
las Llamas del Amor Divino y que quiere encender en este Amor Divino a todo
aquel que lo reciba con un corazón contrito y humillado y con fe y con amor.
“Yo
he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera
ardiendo!”. Jesús ha venido a traer fuego sobre la tierra, y este fuego es el
Fuego del Amor de Dios, el Fuego que inhabita en su Sagrado Corazón
Eucarístico, y que se comunica por contacto al alma que libremente y con amor
desea ser abrasada por este Fuego celestial. Que nuestros corazones, entonces, no
sean como la roca, fríos, duros, insensibles al Amor de Dios que quiere
encendernos en su Ardor; que nuestros corazones sean como la hierba seca, o
como el leño seco, para que apenas entren en contacto con el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, envuelto en las Llamas del Amor Divino, ardan al instante
y se consuman en el ardor del Amor de Dios.
Jesús
dice también algo que sorprende: que no ha venido a traer la paz, sino la división:
“No he venido a traer la paz, sino la división”, de ahora en adelante, el padre
estará dividido contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la
hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la
suegra”. ¿Cómo se explica esto? Es contradictorio con lo que Jesús mismo dice: “La
paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,
27). Es decir, por un lado, dice que “no ha venido a traer la paz, sino la
división”, y por otro lado, dice que “nos da la paz y que nos deja la paz”.
¿Cómo explicar esta aparente contradicción
en las palabras de Jesús? La explicación es que, precisamente, es solo una
aparente contradicción, porque es verdad que Jesús nos da la paz de Dios, la
paz verdadera, la paz que sólo Él, en cuanto Hombre-Dios puede dar, porque es
la paz profunda, espiritual, la paz que conecta al corazón del hombre con el
Corazón de Dios; es la paz que sobreviene al alma al saberse perdonada por
Dios; es la paz que le sobreviene al alma cuando sus pecados son lavados cuando
sobre ella cae la Sangre del Cordero, que arrastra sus pecados para quitárselos
de una vez y para siempre; es la paz que le sobreviene al alma al verse liberada
de la pústula infecta del pecado, como consecuencia directa de la acción de la
gracia santificante que Jesucristo obtuvo para ella en el Santo Sacrificio de
la Cruz y que se vierte sobre ella por medio del Santo Sacrificio del Altar, la
Santa Misa, y por medio de los Sacramentos de la Iglesia Católica,
principalmente la Eucaristía y la Confesión sacramental; es la paz que le
sobreviene al alma al saberse que no solo es perdonada por Dios, sino que Dios
la ama tanto, que llega a la locura de adoptarla como hija y que para sellar el
pacto de amor con ella, no duda en entregar su vida en la cruz y derramar hasta
su última gota de Sangre, para que al alma no le queden dudas de hasta dónde es
capaz de llegar su Amor por ella.
Es
esta paz, la que da Jesús, cuando dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”, y esta
paz que da Jesús, no es incompatible con la división que Él mismo provoca en el
seno de las familias, porque la división que provoca, es la división que se da
entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas; la división que Jesús
provoca es entre quienes poseen la luz de la gracia santificante y la luz de la
fe, y quienes no: quienes poseen la gracia y la luz de la fe, pertenecen al
Reino de Dios y quienes no, están llamados a pertenecer, pero en tanto no
posean ni la gracia ni la fe, se ubicarán en una situación de confrontación con
los hijos de la luz, que son los hijos de la Virgen, la Mujer del Génesis, y
esta situación se en el seno mismo de una familia. “No he venido a traer la
paz, sino la división”, dice Jesús, pero también nos dice la Escritura que
nuestros enemigos no son nuestros prójimos de carne y hueso, sino las “potestades
de los aires” y ése es el motivo por el cual, pese a que, por el momento,
padres e hijos, suegras y nueras estén enfrentados en una misma familia a causa
del Evangelio, todos están llamados, sin embargo, a unirse en una misma Fe, a
recibir un mismo Bautismo, a creer en un mismo Señor, Jesucristo, el Hombre-Dios,
y a alimentarse de un único y mismo Pan celestial, la Eucaristía, porque la
división que viene a traer Jesús es solo provisoria, puesto que busca la unidad
en un solo Cuerpo, el Cuerpo Sacramentado de Jesús, la Eucaristía, y en un solo
Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor Divino, Espíritu en el cual
todos los hombres estamos llamados a ser, en el tiempo y en la eternidad,
hermanos en Cristo Jesús e hijos adoptivos, unidos en el Amor de Dios.
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