“Traten
de entrar por la puerta estrecha” (Lc
13, 22-30). Ante la pregunta de “si son muchos los que se salvan”, Jesús responde
de modo negativo, pero no responde directamente, sino que lo hace elípticamente,
mediante una figura, la figura de una “puerta estrecha” y la de un dueño de una
casa en donde se celebra una fiesta, en la que el dueño de casa,
repentinamente, sin que nadie se lo espere, cierra la puerta, dejando fuera a “muchos”,
que esperaban entrar: “traten de entrar por la puerta estrecha (…) porque
muchos querrán entrar y no lo conseguirán”. La figura utilizada por Jesús se
entiende si se comprende que el dueño de casa es Él, la casa es el Reino de los
cielos, los invitados -algunos de los cuales quedan afuera-, son los bautizados
en la Iglesia Católica, y el tiempo o la hora en la que el dueño de casa cierra
la puerta, es su Segunda Venida en la gloria.
Entonces,
claramente, a la pregunta de si son “muchos” los que se salvarán, Jesús
responde negativamente, contestando implícitamente que “no son muchos” los que
se salvarán, porque “muchos”, dice Jesús, “querrán entrar”, y “no lo
conseguirán”. El elemento llamativo en su respuesta es que, en esta multitud que
“no conseguirá” el paso al Reino de los cielos -es decir, aquellos que “no
lograrán entrar”-, se encuentran cristianos, o sea, seguidores de Cristo,
personas bautizadas, que conocían la doctrina, que conocían a Jesús y que incluso
compartieron con Él momentos de camaradería y amistad humanos, como lo son los
almuerzos o las cenas.
En
efecto, esto se deduce del hecho de que los que no consigan entrar se dirigirán
a Jesús con familiaridad, diciéndole: “Hemos comido y bebido contigo”, pero
Jesús, sorpresivamente, a pesar de haber compartido efectivamente con ellos
almuerzos y cenas –no se trata, obviamente, de almuerzos y cenas literales,
sino del Banquete escatológico, la Santa Misa, en donde se sirve la Cena
Pascual, la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna, y el Vino de la
Alianza Nueva y Eterna, la Eucaristía-, los desconocerá en ese momento
diciéndoles: “No sé de dónde son ustedes”, y el motivo será que esos cristianos
no poseen en ellos aquello que los identifica como cristianos; no poseen el
sello del Dios viviente, la gracia santificante; no poseen la marca del Cordero
y por lo tanto, son irreconocibles ante Dios, porque poseen, en cambio, la marca
de la Bestia, y es así que, en vez de haber obrado el bien y la misericordia,
han obrado el mal y la iniquidad y han sido encontrados, en sus respectivos
juicios particulares, faltos de obras buenas y en consecuencia se ha decretado
para ellos que sean arrojados al único lugar posible, el lugar en donde no hay
redención, el lugar en donde hay “llanto y rechinar de dientes”, el lugar donde
no hay Amor ni Misericordia Divina, sino solo Ira y Justicia Divinas, para toda
la eternidad. Esto quiere decir que, tanto los que asistimos a Misa, como los que celebramos la Misa, si no nos esforzamos por vivir y por crecer en la santidad, es decir, en el amor a Dios y en la compasión al prójimo -en esto consiste la santidad-, no entraremos en el Reino de los cielos; por lo tanto, este Evangelio es un llamado a crecer en el amor a Dios en la misericordia al prójimo.
“Traten
de entrar por la puerta estrecha”. Por último, ¿cuál es la “puerta estrecha”,
por la cual hay que entrar al Reino de los cielos, puerta que es evidentemente
difícil de atravesar, puesto que son pocos los que se salvan? La “puerta
estrecha” que hay que atravesar para llegar al Reino de los cielos, es la cruz
de Cristo. No hay otro modo de llegar al cielo, que no sea la cruz de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario