martes, 28 de octubre de 2014

“¿Está permitido sanar en sábado o no?”


“¿Está permitido sanar en sábado o no?” (Lc 14, 1-6). Un día sábado, mientras Jesús está comiendo en casa de uno de los principales jefes de los fariseos, se presenta un hombre, enfermo de hidropesía. El ambiente se pone tenso, porque los fariseos, que eran observadores escrupulosos de la Ley mosaica, sabían que Jesús haría el intento de curar al hombre enfermo de hidropesía. Si lo hacía, eso constituiría una grave violación a las prescripciones de la ley, que prohibía todo tipo de trabajos manuales, y la curación era considerada un trabajo manual.
El caso es muy similar al presentado en Lucas 13, 10-17, solo que esa ocasión, a la enfermedad de la mujer, que se encontraba encorvada, se le agregaba la posesión diabólica, que era la que le producía la enfermedad. En ambas oportunidades, las situaciones son prácticamente idénticas: son dos enfermos que necesitan curaciones –a la mujer se le agrega la posesión diabólica como causa próxima de la enfermedad-; los fariseos son testigos directos de los hechos, con intenciones acusadoras; el día en el que se desarrollan los hechos, es el día sábado, día en el que está prohibido el trabajo manual, es decir, la curación; la presunta falta legal cometida por Jesús, en ambos casos, es, precisamente, la curación, por realizarla en día sábado, porque al curar a los enfermos, está haciendo un trabajo manual.
Y al igual que como sucedió con la mujer posesa, Jesús curará también al hombre enfermo de hidropesía, sin hacer caso de los falsos escrúpulos legales de los fariseos, quienes se indignan cínica e hipócritamente porque Jesús cura a los enfermos en sábado, quebrantando la Ley, que prohibía los trabajos manuales. El argumento utilizado por Jesús, en ambos casos, es la superioridad del Amor Divino, encarnado y donado por Él, sobre la prescripción humana, que permite excepciones, cuando se trata del bien de la persona. Pero todavía más, la acción misericordiosa de Jesús, deja al descubierto la falsedad intrínseca de la religiosidad de los fariseos, que aparentando ser hombres de religión, porque estaban en el templo todo el día, estudiaban las Escrituras, vestían hábitos religiosos y a los ojos de los hombres pasaban por hombres de piedad e incluso santos, sin embargo son, a los ojos de Dios, cínicos e hipócritas, porque se oponen a la Misericordia Divina, encarnada y materializada en Jesús, que quiere liberar del peso de la enfermedad y de la opresión del Demonio a sus prójimos, con lo cual demuestran que la religión que profesan es radicalmente falsa y mentirosa, porque al no amar al prójimo, al cual ven, no aman a Dios, a quien no ven (cfr. 1 Jn 4, 20), porque el prójimo es la imagen viviente de Dios, y por eso merecen el duro reproche de Jesús, quien los llama por su nombre: “¡Hipócritas!”.

 “¿Está permitido sanar en sábado o no?”. El fariseísmo es el cáncer de la religión y su peor y principal enemigo, y nosotros, los cristianos, no estamos exentos de él; por el contrario, estamos expuestos a él y, si no vigilamos constantemente, nuestros corazones pueden verse prontamente invadidos y contaminados por este cáncer que, al igual que sucede con un tumor maligno en el cuerpo, que cuando crece sin control termina por dar la muerte al cuerpo en el que se aloja, así también el fariseísmo aniquila toda caridad y todo amor en el corazón, convirtiéndolo en una cáscara hueca, dura y fría, insensible al pedido de auxilio del prójimo más necesitado e indiferente al amor de Dios. El fariseo, por lo tanto, aun cuando por fuera parezca un hombre de religión –sea sacerdote o laico comprometido-, es sin embargo incapaz de vivir el Primer Mandamiento, porque ni ama a Dios, ni ama al prójimo, porque solo se ama egoístamente a sí mismo. El remedio para este cáncer de la religión, que es el fariseísmo, cáncer que endurece al corazón porque lo vacío del amor de Dios, es precisamente llenar del Amor de Dios al corazón, y esto se da por medio de la comunión eucarística, porque allí el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús nos dona la totalidad del Amor Divino que lo inhabita en forma de Lenguas de Fuego, que quieren abrasar e incendiar en las sus llamas al corazón que lo reciba con fe y con amor. 

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