“El
que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra” (Jn 3, 31-36.).
Muchos cristianos reducen el misterio de Jesucristo, el Hombre-Dios, la Segunda
Persona de la Trinidad encarnada, a lo que puede comprender su estrecha razón
humana: para estos tales, Jesús es solo un hombre bueno y nada más. Al reducir
la magnitud de la persona de Cristo –de Hombre-Dios a persona humana, común y
corriente-, reducen en consecuencia el cristianismo, a un mero psicologismo, a
una especie de “método de auto-ayuda y de superación personal” religioso. De
esta manera, el cristianismo se convierte no en el único camino de salvación y
acceso al Reino de los cielos por medio de la unión con Dios hecho hombre, sino
en una corriente psicologista, entre tantas otras, que “ayudan” a la psiquis
humana a “enfrentar sus miedos”, a “encontrarse a sí misma”, a “darse cuenta de
que puede realizar sus sueños”, y así con una interminable serie de lugares
comunes y cursis. Quedan de lado la vida de la gracia y la esperanza de la gloria
en el Reino de los cielos; la lucha contra el pecado y la concupiscencia de la
vida y de la carne; la lucha contra “las potestades siniestras de los aires”
(cfr. Ef 6, 12ss); la necesidad imperiosa de “cargar la cruz de cada día” para
ir en pos de Jesús (cfr. ); la Presencia real, verdadera y substancial de
Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad; la realidad de María Santísima como “Mediadora de todas las
gracias”, y así con todas y cada una de las verdades del cristianismo. Y todas
estas verdades quedan de lado puesto que simplemente no encajan –por ser
verdades celestiales y sobrenaturales- en el estrecho horizonte del
psicologismo humano. A estos cristianos, que hablan terrenalmente del Dios “bajado
del cielo”, les cabe la frase de Jesús: “El que es de la tierra pertenece a la
tierra y habla de la tierra”
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