“El
que me recibe, recibe al que me envió” (Jn 14,1-6).
Jesús continúa revelando la identidad entre Él y su Padre: verlo a Él, es “ver
al Padre” (cfr. Jn 14, 9); nadie va
al Padre, “si el Hijo no lo conduce” (cfr. Jn
14, 6); ahora, revela que recibir a Él, es “recibir al que lo envió”, es decir,
al Padre. Esto tiene una profunda consecuencia en la doctrina y en la
espiritualidad eucarística, porque si Jesús es Dios Hijo encarnado, Él prolonga
su Encarnación en la Eucaristía; por lo tanto, estar frente a la Eucaristía y
adorar la Eucaristía, es estar frente a Dios Hijo en Persona y adorar a Dios
Hijo en Persona, que se encuentra frente a nosotros glorioso y resucitado, tal
como está en el cielo, sólo que oculto bajo apariencia de pan. Por otro lado,
si ver a Jesús, Dios Hijo, es ver a Dios Padre –porque hay entre ambos
identidad de naturaleza y substancia y porque el Hijo es la Sabiduría del
Padre-, entonces contemplar el misterio de Jesús en la Eucaristía es contemplar
el misterio de Dios Padre, que es Quien envía a su Hijo Dios a encarnarse y a
prolongar su encarnación en la Eucaristía; también quiere decir que si nadie va
al Padre si no lo conduce al Hijo –y el Hijo conduce al Padre en el Espíritu Santo-,
entonces, adorar la Eucaristía, que es adorar al Hijo, es entonces también
adorar al Padre y ser conducidos al Padre por el Amor de Dios, el Espíritu
Santo. Finalmente, si recibir a Jesucristo es recibir “al que lo envió”, es
decir, al Padre, entonces, recibir la Eucaristía, que es Jesucristo en Persona,
es recibir al Padre y es, también, recibir al Amor del Padre y el Hijo, el
Espíritu Santo. Jesús revela, así, la doctrina de la inhabitación trinitaria,
una maravillosísima realidad sobrenatural para el alma que comulga en gracia,
la cual se convierte, así, por la comunión eucarística, en templo de la Santísima
Trinidad.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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