(Domingo
III - TP - Ciclo C – 2016)
“Pedro, ¿me amas? (…) Apacienta mis ovejas” (cfr. Jn 21, 1-19). En el diálogo entre Jesús
resucitado y Pedro, este último, con su triple profesión de amor, repara la
triple falta de amor cometida en la Pasión de Jesús, cuando estando en el patio
y mientras Jesús estaba ya encarcelado, ante la acusación de ser uno de los
discípulos de Jesús, negó enfáticamente el conocerlo. Ahora, ya pasada la
Pasión y con Jesús resucitado y habiéndose Pedro arrepentido de su cobardía, repara
su triple negación con una triple profesión de amor a Jesús. Pero hay además
otro elemento además de la reparación, y es la comprensión, por parte de Pedro –y
gracias a la luz del Espíritu Santo-, de en qué es lo que consiste este amor
declarado a Jesús. Este conocimiento se da cuando Jesús, por tercera vez, le pregunta si lo ama, Pedro
responde que sí, y Jesús le profetiza de qué manera habría de morir, a causa de
ese amor: “Cuando seas viejo, otro te llevará adonde no quieras”. Y dice el
Evangelio que Jesús se estaba refiriendo a su muerte: “Esto lo dijo aludiendo a
la muerte con la que iba a glorificar a Dios”. Luego Jesús le dijo: “Sígueme”.
Es decir, en la triple declaración de amor, además de la
reparación a su traición, hay una comprensión, dada por el Espíritu Santo, por
parte de Pedro, acerca de lo que implica amar a Jesús: no es un mero amor
sentimentalista; no es una mera declaración pasajera; no es un simple decir: “Tú
sabes que te quiero”, para luego darse la vuelta y seguir con la vida propia. El
amar a Jesús implica, por un lado, la realización concreta de obras que
demuestren que ese amor declarado es realmente cierto y eficaz, en el sentido
de que se traduce en obras -en el caso de Pedro, se trata de "apacentar las ovejas", es decir, conducir la nave de la Iglesia, como Sumo Pontífice y Vicario de Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo-; por otro lado, implica el olvido más radical de sí
mismos, puesto que el amor a Jesús implica seguirlo –por eso Jesús le dice: “Sígueme”-
e implica también el dejar la vida terrena en ese seguimiento –por eso Jesús le
profetiza su muerte martirial al final de su vida-, para así ganar la vida
eterna.
“Pedro, ¿me amas? (…) Apacienta mis ovejas”. También a cada
uno de nosotros, Jesús resucitado en la Eucaristía nos hace la misma pregunta
y, puesto que también nosotros, en mayor o menor medida, hemos abandonado a
Jesús, como Pedro, por el pecado, también nosotros debemos, en consecuencia,
guiados por el Espíritu Santo, reparar nuestras faltas de amor. Y también, al
igual que Pedro, debemos ser conscientes de que el amor que declaramos a Jesús
Eucaristía no es meramente declarativo ni vacío de contenido y que el contenido
del amor son las obras de misericordia para con nuestros hermanos. Sólo así,
demostraremos que amamos a Jesús con el amor del Espíritu Santo, el Amor de
Dios, que nos hace tomar la cruz cada día, para seguirlo por el Camino del
Calvario, para morir al hombre viejo y nacer, en el tiempo y para la eternidad,
al hombre nuevo, el hombre que vive la vida nueva de la gracia, la vida de los
hijos de Dios.
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