miércoles, 13 de abril de 2016

“El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”


“El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 35-40). Jesús se auto-revela como “Pan de Vida”, pero no en un sentido terrenal, ni tampoco en un sentido figurado: no es “Pan de Vida” en sentido terrenal, porque el pan terreno, material, da vida, sí, pero solo en el sentido de que, al nutrir el cuerpo, impide la muerte terrena y prolonga la vida, también terrena. Por el contrario, Jesús, en cuanto “Pan de Vida”, alimenta el alma con la substancia misma de Dios Trino y puesto que Dios es “su misma eternidad”, al nutrir al alma con la substancia divina, la hace partícipe de la eternidad divina y es por eso que Jesús en la Eucaristía es “Pan de Vida eterna”, que concede la vida eterna, la vida divina misma de Dios Uno y Trino. Jesús en la Eucaristía concede y hace partícipe al alma de la vida misma de Dios, lo cual significa que el Pan Eucarístico -Jesús en la Eucaristía- concede una vida nueva, una vida que no es la vida natural, humana, sino la vida celestial y divina de la misma Trinidad. Por esto, es que Jesús es “Pan de Vida” no en un sentido figurado, sino real, verdadero, porque comunica de la substancia divina de un modo real, no metafórico o simbólico: esto es lo que explica su afirmación: “El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”: “jamás tendrá hambre”, no porque luego de consumir la Eucaristía ya no experimente más el hambre corporal, sino porque el Pan Eucarístico, al nutrir realmente al alma con la substancia divina del Divino Amor, calma y satisface sobreabundantemente el hambre de Dios que tiene toda alma desde el momento en que es concebida; “jamás tendrá sed”, a su vez, no significa que el que comulga la Eucaristía no experimentará más la sed corporal, sino que el alma, al unirse al Sagrado Corazón Eucarístico por la comunión, bebe el contenido último del Corazón de Jesús, la Sangre gloriosa y resucitada del Cordero de Dios, y así su alma queda sobreabundantemente satisfecha en su sed de Amor Divino.

“El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. Jesús Eucaristía no está en el sagrario para calmar el hambre y la sed corporales –aunque sí lo puede hacer, desde el momento en que han existido santos místicos que, durante años, se alimentaron solamente de la Eucaristía, como Marta Robin, Padre Pío, Luisa Piccarretta, Teresa Newman, María Julia Jahenny, sólo por citar unos ejemplos-, sino para satisfacer nuestra hambre de Dios y nuestra sed del Divino Amor.

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