miércoles, 6 de abril de 2016

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que los creen en Él tengan vida eterna”


“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que los creen en Él tengan vida eterna” (cfr. Jn 5, 16-21). En esta frase de Jesús está revelado el motivo de su Encarnación, Pasión y Muerte, es decir, el motivo de su Misterio Pascual de Muerte en Cruz y Resurrección. Si alguien, al contemplar la Cruz, al contemplar a Jesús crucificado, al contemplar su Cuerpo lacerado y cubierto de heridas sangrantes, al contemplar sus manos y pies clavados al madero, al contemplar su Costado traspasado, al contemplar su corona de espinas, se pregunta el porqué de la muerte en cruz tan cruel de Jesús, ese alguien encontrará la respuesta en esta frase de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que los creen en Él tengan vida eterna”. Es el Amor misericordioso de Dios Padre el que lo lleva a entregar a Jesús, Dios Hijo encarnado, a morir en cruz, para que una vez muerto donara a Dios Espíritu Santo por medio de la Sangre y el Agua que brotaron de su Corazón traspasado. No hay otro motivo que explique la Cruz de Jesús, que su Amor infinito y eterno, el Amor misericordioso de su Corazón. Y por lo tanto, es también el Amor misericordioso de Dios el que lo lleva a crear la Santa Misa, la renovación sacramental de su sacrificio en Cruz, para donarse a sí mismo en la Eucaristía, Pan de Vida eterna: no hay otro motivo ni otra causal divina, que explique el porqué del don de sí mismo que Jesús hace en cada Eucaristía, que el Amor de Dios. La Cruz y la Santa Misa se explican por esta frase de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que los creen en Él tengan vida eterna”. Sólo Amor –divino, eterno, infinito- recibimos de parte de Dios, en la Cruz y en la Eucaristía, y es por eso que, en pago a ese Amor, sólo Amor –sin medida y sin distinciones, como el de Jesús en la Cruz- debemos dar a nuestros prójimos, comenzando por aquellos que, de un modo circunstancial, puedan ser nuestros enemigos. Sólo dando el mismo amor de Jesús, el que recibimos desde la Cruz y la Eucaristía, podremos cumplir el mandamiento del Amor: “Ama a Dios y al prójimo como a ti mismo; ama a tu enemigo, como Dios te ama desde la Cruz y desde la Eucaristía”. 

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