“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que los creen en Él tengan
vida eterna” (cfr. Jn 5, 16-21). En esta
frase de Jesús está revelado el motivo de su Encarnación, Pasión y Muerte, es
decir, el motivo de su Misterio Pascual de Muerte en Cruz y Resurrección. Si alguien,
al contemplar la Cruz, al contemplar a Jesús crucificado, al contemplar su
Cuerpo lacerado y cubierto de heridas sangrantes, al contemplar sus manos y
pies clavados al madero, al contemplar su Costado traspasado, al contemplar su
corona de espinas, se pregunta el porqué de la muerte en cruz tan cruel de
Jesús, ese alguien encontrará la respuesta en esta frase de Jesús: “Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que los creen en Él tengan
vida eterna”. Es el Amor misericordioso de Dios Padre el que lo lleva a
entregar a Jesús, Dios Hijo encarnado, a morir en cruz, para que una vez muerto
donara a Dios Espíritu Santo por medio de la Sangre y el Agua que brotaron de
su Corazón traspasado. No hay otro motivo que explique la Cruz de Jesús, que su
Amor infinito y eterno, el Amor misericordioso de su Corazón. Y por lo tanto,
es también el Amor misericordioso de Dios el que lo lleva a crear la Santa
Misa, la renovación sacramental de su sacrificio en Cruz, para donarse a sí
mismo en la Eucaristía, Pan de Vida eterna: no hay otro motivo ni otra causal
divina, que explique el porqué del don de sí mismo que Jesús hace en cada
Eucaristía, que el Amor de Dios. La Cruz y la Santa Misa se explican por esta
frase de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para
que los creen en Él tengan vida eterna”. Sólo Amor –divino, eterno, infinito-
recibimos de parte de Dios, en la Cruz y en la Eucaristía, y es por eso que, en
pago a ese Amor, sólo Amor –sin medida y sin distinciones, como el de Jesús en
la Cruz- debemos dar a nuestros prójimos, comenzando por aquellos que, de un
modo circunstancial, puedan ser nuestros enemigos. Sólo dando el mismo amor de
Jesús, el que recibimos desde la Cruz y la Eucaristía, podremos cumplir el
mandamiento del Amor: “Ama a Dios y al prójimo como a ti mismo; ama a tu
enemigo, como Dios te ama desde la Cruz y desde la Eucaristía”.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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