“Trabajen
por el alimento que permanece hasta la Vida eterna” (cfr. Jn 6, 22-29). La multitud, luego de ser alimentada por Jesús por
medio de la multiplicación milagrosa de panes y peces, va en su busca. Cuando encuentra
a Jesús, este, siendo Dios, sabe cuál es la intención por la cual lo están
buscando: no lo buscan porque consideren que Él es el Hombre-Dios, que ha hecho
un maravilloso milagro para alimentarlos; lo buscan porque los ha alimentado con
pan terreno y les ha saciado el hambre corporal: “Les aseguro que ustedes me
buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”. Por
esta razón, Jesús corrige, al tiempo que eleva, la razón por la cual deben
buscarlo: porque Él les da el Pan de Vida eterna: “Trabajen, no por el alimento
perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el
Hijo del hombre”. Si Jesús les sació el hambre corporal multiplicando panes y
peces, es porque sólo era un signo que anticipaba un milagro infinitamente
mayor, el don del Pan de Vida eterna, la Carne del Cordero de Dios contenida en
la Eucaristía, el “alimento que permanece hasta la vida eterna”. Jesús les hace
ver que no tienen que interesarse por el pan material, que alimenta para esta
vida terrena, sino por el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan que “Él les dará”,
la Eucaristía, que contiene a Él mismo, que es Dios y en cuanto Dios, es su
misma eternidad; el Pan que “alimenta para la vida eterna”.
“Trabajen
por el alimento que permanece hasta la Vida eterna”. También a nosotros, Jesús
nos dice lo mismo: “Trabajen por el alimento que permanece hasta la Vida eterna”.
También a nosotros, Jesús nos dice que “no debemos alimentarnos solo de pan,
sino de la Palabra que sale de la boca de Dios” (cfr. Mt 4, 4) y la Palabra que
sale de Dios es Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, que prolonga su
Encarnación en la Eucaristía. También a nosotros Jesús nos dice que debemos,
ante todo, “trabajar” –desear, anhelar, amar-, no el alimento terreno, sino el alimento
celestial, el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía.
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