“El
Reino de Dios es como un hombre que dio monedas a sus sirvientes para que las
trabajen” (cfr. Lc 19, 11-28). Para comprender
esta parábola, debemos reemplazar a sus elementos terrenos y naturales por los
elementos celestiales y sobrenaturales. Así, el hombre que viaja es Nuestro
Señor Jesucristo, que cumple su misterio pascual de muerte y resurrección; las
monedas que entrega a sus sirvientes, son los talentos, naturales y
sobrenaturales, que cada persona recibe en esta vida, comenzando por el ser y
siguiendo luego por el Bautismo y todos los sacramentos; el encargo de hacerlas
producir, es la tarea que cada cristiano debe realizar en esta vida, para ganar
la vida eterna, es decir, para ganar la vida eterna hay que hacer fructificar
los dones recibidos, en actos de salvación eterna, actos realizados en estado
de gracia; los servidores que hicieron fructificar sus dones, son los justos y
santos, que pusieron sus dones y talentos al servicio del Hijo de Dios y su
Iglesia y así se ganaron el Reino de los cielos; el servidor que no hizo
fructificar sus talentos, es el cristiano que abandonó la Iglesia, dejando por
lo tanto a sus talentos sin hacerlos fructificar y perdiendo, por lo tanto, la
vida eterna; el regreso del hombre que vuelve de su viaje, es la Segunda Venida
en la gloria de Jesús y el pedido de cuentas es el Día del Juicio Final.
“El
Reino de Dios es como un hombre que dio monedas a sus sirvientes para que las
trabajen”. Todos hemos recibido distintos dones, talentos y gracias: de
nosotros depende que las hagamos fructificar o no, es decir, de nosotros
depende que ganemos la vida eterna, o no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario