(Solemnidad de Cristo Rey - TO - Ciclo A – 2020)
“Cuando venga el Hijo del hombre (…) apartará a los buenos
de los malos” (cfr. Mt 25, 31-46). La manifestación universal de Jesucristo como Rey al final de los tiempos, es directamente proporcional a la negación que de su condición divina hacen los hombres en la actualidad: en otras palabras, así como los hombres -naciones enteras- niegan hoy a Jesucristo como Rey -tanto en la teoría como en la práctica-, así, en el Último Día, toda la humanidad, tanto creyentes como no creyentes, lo reconocerá como Rey de cielos y tierra. Como demostración de que Él es Rey de la humanidad, Jesús anuncia proféticamente dos cosas: que Él ha de venir a juzgar a la
Humanidad en el Día del Juicio Final, y que como consecuencia de ese juicio,
unos serán destinados al Reino de Dios, en donde la felicidad y la alegría
serán eternas, mientras que otros serán destinados a la eterna condenación en
el Infierno, en donde el dolor y el llanto serán también eternos. Cristo, que es Dios y en cuanto tal, Rey de la humanidad -Él la creó, la redimió con su Sangre y la santificó con su espíritu, el Espíritu Santo-, ha de venir al fin del tiempo para juzgar a los hombres, concediéndoles a unos la vida eterna en el Cielo y a otros, enviándolos a la eterna condenación en el Infierno. En la magnífica pintura del Juicio Final en la Capilla Sixtina, Miguel Ángel retrata a Jesucristo no como Jesús Misericordioso, con expresión amable y dulce: lo retrata como Rey y como Justo Juez, con el Rostro serio, adusto, dirigiendo la mirada hacia el grupo de condenados, al tiempo que levanta la mano para acompañar con su gesto las palabras que pronunciará a los condenados: "Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno". A su vez, la Virgen está retratada al lado de Jesús, un poco más abajo, dirigiendo la mirada no hacia los condenados, sino hacia los que se salvan, significando con esto que si Jesús es Rey, la Virgen es Reina de los bienaventurados.
¿Qué es lo que hará que unos sean colocados a la derecha y
otros a la izquierda de Dios? La práctica de las obras de misericordia,
corporales y espirituales, tal como las enseña y recomienda la Iglesia. Es
decir, lo que decidirá si vamos al Cielo o al Infierno, es la práctica de las
obras de misericordia, corporales y espirituales. Llegados a este punto, hay
que decir que una obra de misericordia es algo absolutamente distinto a una
obra filantrópica: en la obra de misericordia, se supone que el que obra lo
hace en estado de gracia, es decir, obra en Cristo, por Cristo y para Cristo;
en la orba filantrópica, el hombre obra movido sólo por su voluntad humana, sin
la gracia y por lo tanto, no son obras meritorias para ganar la vida eterna.
Que
el obrar la misericordia sobre el prójimo sea lo que determine el destino
eterno, es algo que se desprende de las palabras de Jesús: los que se salven
serán los que obrarán la misericordia porque verán a Cristo en el prójimo y
así, toda obra sobre el prójimo será una obra hecha a Cristo, que Él
recompensará con la vida eterna; los que condenen serán, por el contrario, quienes
no vieron a Cristo en el prójimo y no obraron en favor del prójimo. Que Jesús
esté Presente, misteriosamente, en el prójimo, se desprende de sus palabras,
como lo dijimos: “Cuando (obraron la misericordia) con el más insignificante de
mis hermanos, conmigo lo hicieron” y también “Cuando (no obraron la misericordia),
conmigo no lo hicieron”.
“Cuando
venga el Hijo del hombre (…) apartará a los buenos de los malos”. Una vez más,
Jesús deja nuestro destino eterno en nuestras manos: luego de poseer la gracia,
el cristiano, si quiere ganar el Cielo, debe obrar la misericordia, con obras
corporales y espirituales, para con su prójimo; quien no quiera ser
misericordioso, no obtendrá misericordia y se condenará, también como lo dice
Jesús: “(Los que no obraron la misericordia) irán al castigo eterno y los
justos a la vida eterna”. Dice un Padre del desierto, Abbá Antonio: “La vida y
la muerte (eternas) dependen de nuestro prójimo. En efecto, si nosotros ganamos
a nuestro hermano, ganamos a Dios; pero si escandalizamos a nuestro hermano,
pecamos contra Cristo”[1]. Entonces,
si amamos a Cristo y si queremos ser contados a su derecha en el Día del Juicio
Final, hagamos el propósito de vivir en gracia y de obrar la misericordia,
corporal y espiritual, según nuestro deber de estado.
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