“Jesús
tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente
comió hasta saciarse” (Mt 15, 29-37).
Con la multiplicación milagrosa de panes y peces, Jesús realiza un milagro que
sólo Dios puede hacer; por lo tanto, es un milagro que convalida la auto-revelación
de que Él es Dios. Es decir, si alguien se auto-proclama Dios, debe hacer una
obra propia de Dios, para que sus palabras tengan credibilidad y es esto lo que
hace Jesús: proclamarse como Dios y luego hacer un milagro que sólo Dios puede
hacer. En caso contrario, si alguien se proclama Dios, pero es incapaz de hacer
un milagro con la potencia divina, entonces ese tal es un farsante y es lo que sucede
con los múltiples falsos cristos que han aparecido en nuestros días. En el caso
de la multiplicación de panes y peces, es un milagro que sólo Dios puede hacer,
porque sólo Dios tiene el poder suficiente para crear la materia de la nada: en
este caso, crea los átomos y las moléculas materiales del pan y de los peces y
como “crear” significa sacar de la nada, o dar el ser –participado- a quien
antes no tenía el ser, es algo propio de Dios, entonces Jesús es Dios, tal y
como Él lo afirma de sí mismo.
“Jesús
tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente
comió hasta saciarse”. El milagro de la multiplicación de panes y peces, con
todo lo asombroso que parece y es, en realidad, es casi nada en comparación con
la Creación del universo, tanto visible –planetas, soles, galaxias, etc.- como
invisible –creación de los ángeles-, obra que Cristo Dios, en unión con el
Padre y el Espíritu Santo, hizo en cuanto Dios al inicio de los tiempos. Si Dios
creó los planetas y las estrellas y los ángeles, sacándolos de la nada, el
crear los átomos y las moléculas materiales de panes y peces, es casi igual a
nada. Sin embargo, son una muestra visible de que Cristo es Dios, según sus
propias palabras.
“Jesús
tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente
comió hasta saciarse”. Además de ser una confirmación de que Cristo es Dios, el
milagro de la multiplicación de panes y peces tiene otro sentido, y es el
anticipar otro milagro, infinitamente más grandioso que la multiplicación de
panes y peces e incluso que la Creación del mundo entero, y es la conversión,
por obra de Dios, del pan y del vino en el Cuerpo, Sangre, y Alma de Nuestro
Señor Jesucristo: por la Santa Misa, por las palabras de la consagración, se
multiplican en nuestros altares no pan material y peces sin vida, sino el Pan
de Vida eterna y la Carne del Cordero, Jesús en la Eucaristía, que alimenta
nuestras almas con la substancia divina. En cada Santa Misa asistimos, por lo
tanto, a un milagro infinitamente más grandioso que la multiplicación de panes
y peces y es la multiplicación, en cada Eucaristía, del Cuerpo Sacratísimo de
Nuestro Señor Jesucristo.
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