sábado, 28 de noviembre de 2020

“Jesús tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente comió hasta saciarse”

 


“Jesús tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente comió hasta saciarse” (Mt 15, 29-37). Con la multiplicación milagrosa de panes y peces, Jesús realiza un milagro que sólo Dios puede hacer; por lo tanto, es un milagro que convalida la auto-revelación de que Él es Dios. Es decir, si alguien se auto-proclama Dios, debe hacer una obra propia de Dios, para que sus palabras tengan credibilidad y es esto lo que hace Jesús: proclamarse como Dios y luego hacer un milagro que sólo Dios puede hacer. En caso contrario, si alguien se proclama Dios, pero es incapaz de hacer un milagro con la potencia divina, entonces ese tal es un farsante y es lo que sucede con los múltiples falsos cristos que han aparecido en nuestros días. En el caso de la multiplicación de panes y peces, es un milagro que sólo Dios puede hacer, porque sólo Dios tiene el poder suficiente para crear la materia de la nada: en este caso, crea los átomos y las moléculas materiales del pan y de los peces y como “crear” significa sacar de la nada, o dar el ser –participado- a quien antes no tenía el ser, es algo propio de Dios, entonces Jesús es Dios, tal y como Él lo afirma de sí mismo.

“Jesús tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente comió hasta saciarse”. El milagro de la multiplicación de panes y peces, con todo lo asombroso que parece y es, en realidad, es casi nada en comparación con la Creación del universo, tanto visible –planetas, soles, galaxias, etc.- como invisible –creación de los ángeles-, obra que Cristo Dios, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, hizo en cuanto Dios al inicio de los tiempos. Si Dios creó los planetas y las estrellas y los ángeles, sacándolos de la nada, el crear los átomos y las moléculas materiales de panes y peces, es casi igual a nada. Sin embargo, son una muestra visible de que Cristo es Dios, según sus propias palabras.

“Jesús tomó los siete panes y los pescados, los multiplicó milagrosamente y la gente comió hasta saciarse”. Además de ser una confirmación de que Cristo es Dios, el milagro de la multiplicación de panes y peces tiene otro sentido, y es el anticipar otro milagro, infinitamente más grandioso que la multiplicación de panes y peces e incluso que la Creación del mundo entero, y es la conversión, por obra de Dios, del pan y del vino en el Cuerpo, Sangre, y Alma de Nuestro Señor Jesucristo: por la Santa Misa, por las palabras de la consagración, se multiplican en nuestros altares no pan material y peces sin vida, sino el Pan de Vida eterna y la Carne del Cordero, Jesús en la Eucaristía, que alimenta nuestras almas con la substancia divina. En cada Santa Misa asistimos, por lo tanto, a un milagro infinitamente más grandioso que la multiplicación de panes y peces y es la multiplicación, en cada Eucaristía, del Cuerpo Sacratísimo de Nuestro Señor Jesucristo.

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