sábado, 9 de octubre de 2021

“Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños (…) pero ustedes deben ser esclavos de todos, como el Hijo del hombre (…) que dio su vida por la salvación de todos”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo B – 2021)

         “Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños (…) pero ustedes deben ser esclavos de todos, como el Hijo del hombre (…) que dio su vida por la salvación de todos” (Mc 10, 42-45). Jesús no sólo da una regla de comportamiento moral para ser un buen gobernante –“Los jefes de las naciones las oprimen, pero entre ustedes no debe ser así”-, sino que abre una nueva perspectiva en el horizonte de la existencia humana y es el de la salvación eterna del alma por medio de su imitación y participación en el Santo Sacrificio de la Cruz: “El Hijo del hombre ha venido para dar su vida por la salvación de todos”. Más allá de que el cristiano no debe comportarse nunca como un tirano -no es necesario ser un jefe de nación para ser tirano: se puede ser un esposo tirano; se puede ser una esposa tirana, si esta ejerce violencia psicológica, moral o física contra el esposo; se puede ser padre de familia tirano; se puede ser hijo tirano, si se trata con crueldad a los padres, etc.-, el cristiano debe tener presente que a partir de Cristo se abren las puertas del Reino de los cielos para quien quiera seguirlo por el Camino Real de la Cruz; es decir, no estamos en esta vida para ser tiranos de nadie, sino que debemos servir a nuestros hermanos y no de cualquier manera, sino unidos a Cristo crucificado y siendo partícipes de su sacrificio redentor.

         Jesús dice entonces que “los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños” y esto es una tristísima realidad, que si era válida para los tiempos de Jesús, es muchísimo más actual para nuestros tiempos -esto se debe a que la Palabra de Dios es atemporal porque es eterna, lo cual significa que atraviesa e impregna, en un continuo acto presente, toda la historia humana y todo el tiempo humano, desde su inicio con Adán y Eva hasta su final en el Día del Juicio Final-, en los que vemos cómo los políticos –toda la casta política, nacional e internacional, comunista o liberal, marxista o masónica- se ha olvidado de Dios y de la reyecía de Cristo sobre los corazones y las naciones y al haber quitado de en medio a Cristo Rey, se han erigido ellos como verdaderos tiranos que oprimen a los pueblos y a las naciones a los que deberían servir, comportándose sin embargo, contra toda razón, como si fueran sus dueños y no sus simples administradores. El dejar de lado a Cristo Rey de las naciones -Cristo es Rey, no sólo mío de mi persona, sino que también es Rey de la Nación Argentina, es Rey del mundo, es Rey del Universo visible y es Rey del Universo invisible, porque ante su Presencia se postran los ángeles de luz y tiemblan de terror los ángeles caídos, los demonios del Infierno- no es inocuo, no es "igual a nada": al desplazar a Cristo Rey de su corazón, el hombre se entroniza a sí mismo y como está contaminado con el pecado original, se convierte no en servidor de su prójimo, sino en tirano déspota de su prójimo y es esto lo que advierte Jesucristo en este Evangelio. Ejemplos clarísimos de estas tiranías se ven en los países en donde gobierna el comunismo, como China, Rusia, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y tantos otros más: sus gobernantes son tiranos crueles y déspotas sanguinarios, que esclavizan a sus propios compatriotas, adueñándose de sus bienes, de sus propiedades, de sus vidas. Por ejemplo, el tirano dictador, sanguinario y genocida Fidel Castro, desde que asumió el poder, hasta su muerte, impuso en Cuba una dictadura brutal, en la que se dedicó a asesinar a todos los opositores, aferrándose luego al poder durante décadas y convirtiendo a toda Cuba en su finca personal; de hecho, la revista Forbes lo ubicó entre las personas más ricas del mundo, con una fortuna calculada en mil millones de dólares. Otro caso indignante es el de Corea del Norte, en el que una familia se ha apoderado del país y lo gobierna literalmente como si fuera de su propiedad, enriqueciéndose ellos y todos los miembros del Partido Comunista, mientras los ciudadanos viven en la mayor de las miserias. Lo mismo sucede en Cuba, en Venezuela y en todo país en donde reinan despótica y tiránicamente el socialismo y el comunismo. En nuestro país también sucede lo mismo: un grupo de políticos ha tomado el poder desde hace años, pero sin proyecto de país, sino solo para enriquecerse personalmente, como por ejemplo Máximo Kirchner, que tiene una fortuna declarada de cuatrocientos millones de pesos, sin que se le conozca ningún trabajo hasta la fecha. ¿Cómo puede una persona poseer cuatrocientos millones de pesos, sin haber trabajado nunca en su vida? En nuestro país y en muchos países del mundo se cumplen las palabras de Jesús: “Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños”.

         Ahora bien, está claro que el cristiano, si accede al poder, no debe en absoluto tener este comportamiento tiránico, que implica por sí mismo muchos otros delitos, como el enriquecimiento ilícito, la persecución ideológica, el encarcelamiento y asesinato de opositores, etc. Nada de esto debe hacer el gobernante cristiano, porque no solo esto es malo, sino porque el cristiano tiene una perspectiva distinta: está en esta vida para servir a los demás –y mucho más si es un jefe de una nación, es un servidor y un esclavo de sus compatriotas que lo eligieron- e incluso hasta dar su vida en este servicio, en imitación y participación del Hombre-Dios Jesucristo, Rey de reyes, quien dio su vida en la Cruz para nuestra salvación.

         “Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños (…) pero ustedes deben ser esclavos de todos, como el Hijo del hombre (…) que dio su vida por la salvación de todos”. Seamos jefes de gobierno o seamos empleados públicos o de comercio o cualquier ocupación que tengamos, los cristianos no debemos nunca erigirnos en dictadores y opresores de nuestros prójimos, sino que debemos imitar a Cristo y convertirnos en siervos de los siervos de Dios, unidos a Cristo crucificado, para así ser corredentores de nuestros hermanos, los hombres.

 

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