“¿Es
verdad que son pocos los que se salvan?” (Lc
13, 22-30). Le preguntan a Jesús si “es verdad que son pocos los que se salvan”
y Jesús no responde directamente, sino mediante la imagen de la puerta estrecha
y con la imagen de un dueño de casa que se levanta y cierra la puerta, dejando
afuera, no a cualquiera, sino a quienes aparentemente eran hombres de Dios y
dedicados a la religión y al templo: Cuando el dueño de la casa se levante de
la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la
puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son
ustedes’. La imagen que utiliza Jesús desconcierta a los fariseos, los escribas
y los doctores de la Ley, porque es a ellos a quienes se refiere Jesús
implícitamente, ya que ellos eran los que en teoría debían estar preparados
para cuando llegue el Mesías. Sin embargo, cuando llegó el Mesías, Cristo
Jesús, los fariseos, los escribas, los doctores de la ley y también la gran
mayoría de los que seguían sus enseñanzas, rechazó al Mesías en la Persona
divina de Jesús, la Segunda de la Trinidad, encarnada en la humanidad santísima
de Jesús de Nazareth. En el Día del Juicio Final, Jesús les dirá que no los
conoce, de la misma forma a como ellos eligieron no reconocerlo como al Mesías,
como al Hijo de Dios encarnado. Es importante tener en cuenta que quienes
queden fuera del Reino serán aquellos que, en teoría, en esta vida, estaban más
cerca de Dios y de su templo, porque esto es lo que se deduce de lo que dirán
los condenados: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras
plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes.
Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces, quedarán afuera
los que, aparentando ser hombres religiosos, sin embargo obraban el mal: “Apártense
de Mí los que hacen el mal”.
“¿Es
verdad que son pocos los que se salvan?”. Con su respuesta, lo que Jesús quiere
hacer ver es que serán pocos los que se salvan, si es que no cambian de corazón
y dejan de practicar el mal. Es decir, para un católico, no basta con acudir al
templo; no basta con practicar exteriormente la religión católica; no basta con
recibir superficial y mecánicamente a la Eucaristía: hay que hacer todo esto,
pero al mismo tiempo, se debe buscar la conversión del corazón, que es una
conversión eucarística, porque el Dios hacia el cual hay que dirigir el alma es
Cristo Eucaristía. Sólo si buscamos con fe y con amor la conversión
eucarística, estaremos seguros de que, por la Misericordia Divina, entraremos
en el Reino de los cielos.
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