miércoles, 27 de octubre de 2021

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 



         La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua y se remonta al Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el libro 2º de los Macabeos se dice: “Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados” (2 Mac 12, 46) es decir, los judíos rezaban por los muertos, porque creían que existía una vida después de esta vida y así la Iglesia, siguiendo esta tradición, ha tenido la costumbre, desde los primeros siglos, de orar por los difuntos, porque la fe de la Iglesia cree firmemente en la existencia de una vida eterna. La característica principal de esta fiesta litúrgica radica en la fe de la Iglesia Católica, que afirma que además del Cielo y el Infierno, destinos eternos e irrevocables, se encuentra el Purgatorio, que es un estado de purificación de las almas que han muerto en gracia pero que necesitan ser purificadas de sus faltas veniales para así poder ingresar al Cielo. Al respecto, San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas, por su eterno descanso”. Basado en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma. La Iglesia llama “Purgatorio” a esa purificación; y para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: “La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego” (1 Cor 3, 14). La conmemoración de los fieles difuntos debe llevar por lo tanto a considerar el enorme valor que tienen las oraciones, sobre todo el Rosario y las Santas Misas ofrecidas por los fieles difuntos, porque ellos no pueden orar por sí mismos y es por eso que necesitan de nuestras oraciones, sacrificios y penitencias, así como el que arde en la sed extrema necesita del agua más pura, fresca y cristalina. Orar por los difuntos es entonces una gran obra de misericordia espiritual que, además de aliviar los dolores de las Almas del Purgatorio, nos abren las puertas del Cielo, porque esas mismas almas luego intercederán por nosotros, para que seamos salvados en Cristo.

         Nuestra fe católica nos enseña, entonces, que hay dos destinos eternos, el Cielo y el Infierno, siendo el Purgatorio la antesala del Cielo; además, nos enseña que debemos atravesar el Juicio Particular, en el cual se decide nuestro destino eterno. Por esta razón, es incorrecto pensar que “ya estamos salvados”, porque si bien es cierto que Jesús murió en la cruz para salvarnos, también es cierto que debemos aceptar libremente esa salvación, lo cual implica, para el cristiano, cargar la cruz de cada día, es decir, luchar contra las pasiones, luchar contra el pecado, hacer el esfuerzo por evitar las ocasiones de pecado, hacer el esfuerzo por conservar la gracia, observar los Mandamientos de la Ley de Dios, obrar la misericordia corporal y espiritual para con el prójimo: sólo de esta manera estaremos en grado de salir airosos del Juicio Particular, juicio al que seremos llevados el mismo día de nuestra muerte terrena. En otras palabras, no podemos decir “estamos salvados”, porque todavía no hemos afrontado el Juicio Particular y sólo si atravesamos airosamente este juicio, podremos decir que estamos salvados. Otro aspecto a tener en cuenta en relación al destino después de la muerte, es que no se debe decir que tal persona, que falleció, “partió a la Casa del Padre”, porque eso no es así: como dijimos, la Iglesia nos enseña que inmediatamente después de la muerte terrena, viene el Juicio Particular, en donde el alma recibe el juicio y la sentencia final, el Cielo o el Infierno, siendo el Purgatorio el destino previo antes del Cielo. Es verdad que todos esperamos que nuestros seres difuntos, por la Misericordia Divina, estén salvados, pero eso lo reservamos para nuestro fuero íntimo; mientras tanto, debemos rezar por nuestros seres queridos difuntos y por todos los difuntos en general, para que, por la Sangre de Cristo derramada en la cruz, nos reencontremos con ellos, algún día, en el Reino de los cielos, para nunca más separarnos.

 

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