La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua y
se remonta al Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el libro 2º de los Macabeos se
dice: “Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que
quedaran libres de sus pecados” (2 Mac
12, 46) es decir, los judíos rezaban por los muertos, porque creían que existía una vida después de esta vida y así la Iglesia, siguiendo esta tradición, ha tenido la costumbre, desde
los primeros siglos, de orar por los difuntos, porque la fe de la Iglesia cree firmemente en la existencia de una vida eterna. La característica principal de
esta fiesta litúrgica radica en la fe de la Iglesia Católica, que afirma que
además del Cielo y el Infierno, destinos eternos e irrevocables, se encuentra
el Purgatorio, que es un estado de purificación de las almas que han muerto en
gracia pero que necesitan ser purificadas de sus faltas veniales para así poder
ingresar al Cielo. Al respecto, San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo
dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es
señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios
perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el
momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas, por su
eterno descanso”. Basado en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, el
Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren en gracia y
amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte
por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma.
La Iglesia llama “Purgatorio” a esa purificación; y para hablar de que será
como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: “La
obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las
obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego” (1 Cor 3, 14). La conmemoración de los fieles difuntos debe llevar
por lo tanto a considerar el enorme valor que tienen las oraciones, sobre todo
el Rosario y las Santas Misas ofrecidas por los fieles difuntos, porque ellos
no pueden orar por sí mismos y es por eso que necesitan de nuestras oraciones,
sacrificios y penitencias, así como el que arde en la sed extrema necesita del
agua más pura, fresca y cristalina. Orar por los difuntos es entonces una gran
obra de misericordia espiritual que, además de aliviar los dolores de las Almas
del Purgatorio, nos abren las puertas del Cielo, porque esas mismas almas luego
intercederán por nosotros, para que seamos salvados en Cristo.
Nuestra fe católica nos enseña, entonces, que hay dos destinos eternos, el Cielo y el Infierno, siendo el Purgatorio la antesala del Cielo; además, nos enseña que debemos atravesar el Juicio Particular, en el cual se decide nuestro destino eterno. Por esta razón, es incorrecto pensar que “ya estamos salvados”,
porque si bien es cierto que Jesús murió en la cruz para salvarnos, también es
cierto que debemos aceptar libremente esa salvación, lo cual implica, para el
cristiano, cargar la cruz de cada día, es decir, luchar contra las pasiones,
luchar contra el pecado, hacer el esfuerzo por evitar las ocasiones de pecado,
hacer el esfuerzo por conservar la gracia, observar los Mandamientos de la Ley
de Dios, obrar la misericordia corporal y espiritual para con el prójimo: sólo
de esta manera estaremos en grado de salir airosos del Juicio Particular, juicio al
que seremos llevados el mismo día de nuestra muerte terrena. En otras
palabras, no podemos decir “estamos salvados”, porque todavía no hemos
afrontado el Juicio Particular y sólo si atravesamos airosamente este juicio,
podremos decir que estamos salvados. Otro aspecto a tener en cuenta en relación
al destino después de la muerte, es que no se debe decir que tal persona, que
falleció, “partió a la Casa del Padre”, porque eso no es así: como dijimos, la Iglesia nos
enseña que inmediatamente después de la muerte terrena, viene el Juicio
Particular, en donde el alma recibe el juicio y la sentencia final, el Cielo o
el Infierno, siendo el Purgatorio el destino previo antes del Cielo. Es verdad
que todos esperamos que nuestros seres difuntos, por la Misericordia Divina,
estén salvados, pero eso lo reservamos para nuestro fuero íntimo; mientras
tanto, debemos rezar por nuestros seres queridos difuntos y por todos los
difuntos en general, para que, por la Sangre de Cristo derramada en la cruz,
nos reencontremos con ellos, algún día, en el Reino de los cielos, para nunca más separarnos.
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