(Domingo
II - TO - Ciclo C – 2013)
“Hijo, no tienen vino” (Jn
2, 1-11). Durante el transcurso de unas bodas en Caná de Galilea, en la cual la
Virgen y Jesús son invitados, sucede un percance: los novios se han quedado sin
vino. El hecho amenaza con entristecer la boda, puesto que el vino –si es de buena cepa, y siempre en su justa
medida-, como dice la Escritura, “alegra el corazón del hombre” (Sal 104, 15), desde el momento en que sus características lo hacen digno de
acompañar eventos trascendentes -como por ejemplo una boda-, si llega a faltar, le quita al evento trascendente una parte importante de su carácter festivo: no
es lo mismo brindar con agua que hacerlo con vino, y de ahí la gravedad del
percance, detectado por la Virgen y notificado por Ella a Jesús: “Hijo, no
tienen vino”.
El
episodio de las Bodas de Caná es conocido por tratarse del primer milagro
público de Jesús; es decir, es el primer signo público con el cual Jesús
demuestra su condición de Hombre-Dios y su omnipotencia divina, al convertir el
agua de las tinajas en vino, y vino del mejor.
Pero si este episodio es el primero en el que Jesús muestra públicamente
su omnipotencia divina, tiene que ser conocido también por ser el primero en el
que la Virgen María, la Madre de Dios, demuestra su condición de Omnipotencia
Suplicante, puesto que es gracias a Ella y a su pedido maternal, que Jesús
accede a realizar un milagro, el cual, según se desprende de sus palabras, no tenía intención de hacerlo. En efecto, cuando la Virgen se da cuenta de que los esposos se han
quedado sin vino, le dice a Jesús: “Hijo, no tienen más vino”; la respuesta de
Jesús deja entrever, claramente, que no tiene la más mínima intención de obrar a
favor de los esposos, y esto se ve por el dejo de ligera impaciencia -aunque no lo sea, porque Jesús era perfecto- ante el pedido de su Madre: “Mujer,
¿qué tenemos que ver nosotros?”. En otras palabras, es como si le dijera a la
Virgen: “Si se les terminó el vino, es problema suyo y no el nuestro; nosotros
somos simples invitados; que se arreglen como puedan, porque Yo no voy a
intervenir”. Incluso aumenta más todavía el tono aparentemente intempestivo y
ligeramente impaciente de Jesús, el hecho de que nombre a la Virgen como “Mujer”,
y no como “Mamá”, o "Madre", ya que podría haberle dicho de otra manera: “Mamá, ya sé que
se les terminó el vino, pero mi Hora no ha llegado, y además somos solamente
invitados”; por el contrario, le dice “Mujer”: “Mujer, ¿qué tenemos que ver
nosotros?”. Ahora bien, la negativa de Jesús está justificada, desde el momento
que el motivo por el cual Jesús se niega a intervenir, demostrando con su
respuesta que no tiene la menor intención de hacer nada por los esposos, es que
“su Hora” “no ha llegado todavía”. Esto es muy importante, porque hará todavía
más grande la intervención de la Virgen, desde el momento en que la “Hora” de
Jesús, la Hora de su manifestación pública como Hombre-Dios, como Mesías
Salvador de los hombres, “no ha llegado todavía”, y como su obrar depende según
el plan estrictamente planificado y pensado por la Santísima Trinidad desde la
eternidad, Jesús se excusa sosteniendo que no es cuestión de modificar
los planes por un asunto que no es tan importante y que ni siquiera es
competencia suya, puesto que Él y la Virgen son meros invitados en las bodas y
no los dueños del banquete.
Pero
según el relato del Evangelio, la resistencia de Jesús no dura demasiado porque
a renglón seguido, habiendo apenas
terminado de pronunciar su reticencia a intervenir, se relata lo
siguiente: “Pero su Madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan lo que Él les diga’”. Es
decir, la resistencia de Jesús ante el pedido de su Madre parece ser sólo
simbólica, sólo para salvar las apariencias, porque Jesús nada puede negarle a
su Madre. Como si la Virgen le dijera: “Hijo, conozco tus razones, pero no
tienen vino, y me apena mucho su situación, te ruego que atiendas al pedido de
mi Corazón, y obra a favor de ellos un milagro, que como Dios que eres, no te
cuesta nada”. Basta entonces una mirada maternal, basta la ternura del sonido
de su voz, para que el Corazón de Jesús se estremezca y ceda a lo que la Madre
le pide, y este es el motivo por el que, apenas habiendo terminado de negarse a
intervenir, Jesús ya le haya concedido a su Madre lo que Ella le pedía.
Y
Jesús hace el milagro a pedido de su Madre, aun cuando pareciera no ser asunto
de su incumbencia –“No es asunto nuestro”, le dice claramente Jesús-, y aun
cuando la situación parece imposible absolutamente de modificar, porque se
trata de una disposición que no depende de Jesús en cuanto Hombre, sino que son
disposiciones que vienen de muy arriba, de la Santísima Trinidad. Esto engrandece
todavía más la condición de la Virgen como Omnipotencia Suplicante y como Medianera
de todas las gracias, porque es por sus maternales ruegos que Jesús otorga la
gracia del milagro de la conversión del agua en vino, pero la Virgen no solo
tiene acceso al Corazón de su Hijo, sino al Amor de las Tres Divinas Personas, porque
su amorosa intercesión logra lo que parecía absolutamente imposible, y es el
modificar la Hora de Jesús, la Hora de su intervención pública como Mesías y
Salvador de la Humanidad. La Virgen logra que la Santísima Trinidad en pleno
modifique sus planes eternos y acceda a autorizar el milagro a Jesús,
adelantando la Hora de su manifestación pública, que es la Hora de la Salvación.
Este es el motivo por el cual la Virgen se manifiesta en Caná no sólo como la Omnipotencia
Suplicante y la Medianera de todas las gracias, sino como la Corredentora de
los hombres, puesto que gracias a Ella el Redentor de la humanidad, Cristo
Jesús, comienza su Pasión salvadora antes de la Hora prefijada desde la
eternidad.
Este Evangelio entonces, debe aumentar en nosotros la fe y el amor hacia María Santísima, por cuanto Ella es, como lo hemos visto, la Omnipotencia Suplicante, lo cual quiere decir que si queremos conseguir una gracia de Jesucristo, lo que tenemos que hacer es pedírselo a la Virgen, porque nada le niega Jesús a su Madre; debe aumentar también nuestra fe en María Virgen como Medianera de todas las gracias, aun aquellas que parecen imposibles, porque todas las gracias de salvación vienen por Ella y solo por Ella; por último, debe aumentar en nosotros el amor y la fe en María como Corredentora, porque Ella está íntimamente asociada a la obra Redentora de su Hijo Jesús, y por lo tanto debemos depositar, con toda confianza, nuestra esperanza de salvación eterna en sus manos y en las manos de Jesús.
Este Evangelio entonces, debe aumentar en nosotros la fe y el amor hacia María Santísima, por cuanto Ella es, como lo hemos visto, la Omnipotencia Suplicante, lo cual quiere decir que si queremos conseguir una gracia de Jesucristo, lo que tenemos que hacer es pedírselo a la Virgen, porque nada le niega Jesús a su Madre; debe aumentar también nuestra fe en María Virgen como Medianera de todas las gracias, aun aquellas que parecen imposibles, porque todas las gracias de salvación vienen por Ella y solo por Ella; por último, debe aumentar en nosotros el amor y la fe en María como Corredentora, porque Ella está íntimamente asociada a la obra Redentora de su Hijo Jesús, y por lo tanto debemos depositar, con toda confianza, nuestra esperanza de salvación eterna en sus manos y en las manos de Jesús.
El otro elemento significativo en el episodio son las tinajas de piedra, que representan el corazón humano: al igual que las tinajas -hechas de piedra dura y fría-, se encuentran vacías, así el corazón del hombre,
duro y frío como la piedra, se encuentra vacío del amor de Dios, y lleno de la
nada del mundo materialista y hedonista y sus falsos atractivos; pero así como
por intercesión de la Virgen las tinajas se llenan de agua y luego de vino, así
también por la intercesión de la Virgen, Medianera de todas las gracias, llega
a los corazones humanos el agua pura y cristalina de la gracia santificante, gracia
por la cual esa tinaja que es el corazón del hombre, se llena con la Sangre del
Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.
Hoy no se ha terminado el vino de una boda, sino la fe en
Cristo Jesús, que es a la vida lo que el vino a la fiesta de bodas. Hoy, como
en Caná, la humanidad, representada en los esposos, se encuentra vacía y
triste, porque las tinajas de piedra que son los corazones humanos, no tienen
fe en Jesús Salvador, y al no tener fe, están vacíos de caridad, de amor, de
esperanza.
“Hijo, no tienen vino”. Hoy, como ayer en Caná, la Virgen suplica a Jesús y le dice:
“Hijo, mira los corazones de los hombres; están vacíos de la verdadera fe; no tienen
Fe en Ti, y por eso se han llenado con la nada del mundo; te suplico que llenes
sus corazones con el agua cristalina de la gracia santificante, para que por la
gracia se vean colmados con tu Sangre, que es el Vino de la Alianza Nueva y
Eterna. Te suplico, Hijo, mira a los corazones de los hombres, que como otras
tantas tinajas en Caná, no tienen el vino de la fe; haz el milagro de colmarlos
con el Vino de la Vid verdadera, tu Sangre, para que sus corazones se alegren
en Ti, y así puedan amarte y adorarte, en el tiempo y en la eternidad”.
Si le pedimos a la Virgen la gracia más grande que puede recibir un alma en esta vida, la gracia de la conversión del
corazón –para nosotros, para el mundo entero, para los pecadores más
empedernidos, para nuestros seres queridos-, la Virgen a su vez le pedirá a
Jesús, y Jesús, como en Caná, no podrá resistirse a sus amorosos ruegos.
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