viernes, 5 de abril de 2013

El sentido sobrenatural de la Fiesta de la Divina Misericordia se aprende contemplando, de rodillas, a Cristo crucificado



(Ciclo C – 2013)

Fiesta de la Divina Misericordia
(Ciclo C – 2013)
En sus apariciones como Jesús Misericordioso, el Señor le dijo a Sor Faustina: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (Diario, 49). En otra ocasión, expresó su deseo así: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia” (Diario, 699).
Jesús le dice a Santa Faustina que desea que el primer domingo después de Pascua se celebre solemnemente la fiesta de la Divina Misericordia en la Iglesia, y este pedido lo llevó a cabo el Santo Padre Juan Pablo II durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, utilizando una enigmática frase: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”.
Ahora bien, este pedido de Jesús, de celebrar la Fiesta de la  Divina Misericordia, no solo no es comprendido por el mundo -lo cual es lógico y comprensible, desde el momento en que el mundo está apartado de Dios-, sino ante todo no es comprendido, al menos en su real dimensión, por los mismos cristianos, porque tenemos tendencia a reducir siempre las cosas de Dios al nivel de nuestra pobre y limitada razón humana. Es así que muchos piensan que la Fiesta de la Divina Misericordia es una fiesta litúrgica más, como tantas otras, tal vez un poco especial, pero nada más que una “fiesta litúrgica”, lo cual en la práctica, para cientos de miles de personas, no significa nada. En otras palabras, ni en el mundo, alejado de Dios, ni en la Iglesia, se alcanza a vislumbrar el inmenso misterio de Amor divino que esta festividad litúrgica encierra. ¿Cómo hacer para apreciar esta Fiesta en su dimensión sobrenatural? ¿Cómo hacer para aprovechar el tesoro de gracia infinito que esta Fiesta encierra?
Para poder comprender en su sentido sobrenatural último a esta festividad es necesario contemplar primero el crucifijo y pedir la gracia de poder apreciar, en primer lugar, la inmensidad del pecado de deicidio cometidos por todos y cada uno de los hombres, con nuestros pecados, para luego poder apreciar la inmensidad del perdón divino manifestado en Cristo crucificado. Esto quiere decir que la Fiesta de la Divina Misericordia no se comprende ni se aprecia en su verdadero y último significado, sino es a la luz de la Cruz de Jesús, porque Jesús recibe el castigo que merecen nuestros pecados -todos, desde el más leve hasta el más grave- pero, en vez de pedir el justo castigo por nuestros pecados -incluido el primero y el más horrible de todos, el deicidio-, Jesús ora al Padre pidiendo clemencia y misericordia al decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), y el fruto de esa oración es el derramarse de la Divina Misericordia sobre las almas, a través de la Sangre de su Corazón traspasado.
         La contemplación de Cristo crucificado nos debe conducir entonces a la toma de conciencia, gracia de Dios mediante, del poder destructor del pecado que anida en el corazón humano. Cada golpe recibido por Jesucristo, cada insulto, cada flagelo, cada espina de su corona, cada herida abierta y sangrante, cada una de sus heridas, todas y cada una de ellas, está causada por nuestros pecados personales y por los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. El pecado, que es insensible para el hombre –el hombre peca leve o mortalmente, y continúa su vida como si nada hubiera pasado-, tiene consecuencias a todo nivel –en la persona que lo comete, en la sociedad, en la Creación-, pero también tiene consecuencias en el Hombre-Dios Jesucristo, y para saber cuáles son esas consecuencias, no tiene otra cosa que hacer que contemplar a Cristo crucificado.
Si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de las obras malas hechas con las manos –asesinatos, homicidios, violencias de todo tipo, robo, sacrilegios, profanaciones- no tiene más que hacer que mirar las manos de Jesús perforadas por los clavos de hierro, y el que así se hace, se dará cuenta que son las obras malas de sus propias manos las que clavaron las de Jesús; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pasos dados con malicia, de los pasos dados para obrar el mal, de los pasos dirigidos para cometer asesinatos, robos, violencias, hurtos, profanaciones, traiciones, adulterios, fornicaciones, sólo tiene que mirar los pies de Jesús atravesados por un grueso clavo de hierro, y el que así contempla se dará cuenta que al menos uno de todos los martillazos dados a los pies de Jesús, es debido a los pasos realizados para cometer un pecado; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los malos pensamientos, de los pensamientos de odio, de venganza, de traición, de calumnias, de ofensas, de prejuicios malintencionados; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pensamientos de la literatura anti-cristiana, de la ciencia mal encaminada y dirigida contra Dios y la creación de sus manos, la vida humana, como los avances científicos mal aplicados, dirigidos a destruir la vida humana, como el aborto, la eutanasia, la eugenesia, y todas las aberraciones de la bioética; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias del pecado de la discordia entre los esposos, entre los hermanos, entre los amigos, entre los enemigos; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los planes criminales que conducen a la guerra por odio cainita contra el hermano, sólo tiene que contemplar las espinas de la corona de espinas de Jesús, una por una, y entre tantas, el que contempla encontrará una o más de una que ha sido clavada por él mismo, con sus propios malos pensamientos; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados contra la carne, los pecados de los programas televisivos y de la música anti-cristiana que incitan, sobre todo a los jóvenes, a la sensualidad, al erotismo, a la satisfacción de las más bajas pasiones; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de las leyes inmorales, las leyes que incitan a la contra-natura y a la destrucción de la persona humana al incitarla a la rebelión al plan original de Dios, que la pensó o varón o mujer, sólo tiene que contemplar la espalda de Jesús, destrozada por la tempestad de latigazos que los verdugos descargaron sobre Él, y el que contemple la flagelación de Jesús, comprenderá que sus propios pecados de la carne son los causantes de la tempestad de golpes que se abaten sobre Jesús; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados contra Dios Trino y su majestad y bondad, contra su Iglesia, la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, contra los representantes de la Iglesia, el Papa, los sacerdotes, los religiosos y los laicos, pecados que consisten en la calumnia, la difamación, la injuria, la blasfemia, y la propagación de toda clase de mentiras y falsedades por los medios de comunicación social; pecados que buscan destruir la Iglesia, el papado, el sacerdocio ministerial y toda forma de culto público a Dios; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los ataques contra la Eucaristía y los dogmas de la Iglesia -entre los cuales, los más atacados son los dogmas de la Virgen María como Madre de Dios, como Inmaculada Concepción y como la Llena de gracia-; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de siquiera aceptar mínimamente estos sacrilegios, al callar cobardemente y no saber defender el honor de Dios y de su Iglesia, lo único que tiene que hacer es contemplar el rostro desfigurado, golpeado, lívido, amoratado, cubierto de sangre y de barro de Jesús crucificado, y el que así contemple el rostro de Jesús, descubrirá cuántas veces ha callado por cobardía, convirtiéndose, con su silencio cómplice, cuando no con su cooperación al mal, en cómplice de quienes buscan destruir la Iglesia y borrar el nombre de Dios y su Cristo de la faz de la tierra y de la mente y de los corazones de los hombres. Si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados del espíritu y del corazón, del rechazo a la Cruz de Jesús y a los planes de Dios, y cuáles son las consecuencias del pecado que es traicionar al Amor de Dios –infidelidades matrimoniales, infidelidades sacerdotales, noviazgos impuros-, sólo tiene que contemplar el Costado traspasado de Jesús, de donde fluye la Sangre que brota de su Sagrado Corazón.
Es esto lo que Isaías quiere decir cuando dice: “Fue herido por nuestras iniquidades, molido por nuestras culpas (...) sus heridas nos han curado” (53, 5): Jesús recibió en su Cuerpo humano, físico, real, el durísimo castigo que la Justicia Divina tenía preparado para todos y cada uno de los pecados nuestros, de los pecados de todos los hombres; con su sacrificio en Cruz satisfizo a la Justicia Divina, de modo que a Dios no le quedaba otra opción, por así decirlo, que descargar sobre los hombres, en vez de la ira divina, la Divina Misericordia, y esto lo hizo al ser traspasado el Sagrado Corazón de Jesús.
“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia” (Diario, 699). Quien no se reconoce pecador, quien no se reconoce como autor de las heridas que recibió Jesús en la Cruz y que lo llevaron a su muerte, no puede ni siquiera vislumbrar mínimamente la magnitud y el alcance del perdón y del Amor divino que implica la Fiesta de la Divina Misericordia. Sólo quien se reconoce pecador, puede disfrutar plenamente de esta Fiesta celestial, Fiesta que tiene en la Confesión sacramental y en la Eucaristía su más grandiosa manifestación. Sólo quien se reconoce pecador, tiene derecho a la Misericordia Divina: “los más grandes pecadores son los que más derecho tienen a mi Misericordia”.
El sentido sobrenatural de la Fiesta de la Divina Misericordia se aprende arrodillado al pie de la Cruz.

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