sábado, 30 de abril de 2016

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”


(Domingo VI - TP - Ciclo C – 2016)

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él” (cfr. Jn 14, 29-39). Antes de su Pasión, en la Última Cena, Jesús hace diversas revelaciones: que en Dios hay Tres Personas y que la Tercera Persona es el Espíritu Santo, con lo cual Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas; que la Tercera Persona, el Amor del Padre y del Hijo, será enviado por el Padre luego de que Él muera en la cruz y que el Espíritu Santo “les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”; revela también cuál es la causa última por la que Él ha venido de este mundo para sufrir su Pasión y Muerte en cruz, y es el don del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hará que el Padre y el Hijo moren en el corazón de quien ame a Jesús y cumpla sus mandamientos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”.
Son todas revelaciones de carácter sobrenatural, todas las cuales no serían nunca posibles de conocer por la sola razón humana, puesto que son verdades que sólo las conoce Dios y sólo Dios puede darlas a conocer, aunque también es cierto que sólo Dios puede hacer que no solo sean conocidas, sino amadas en cuanto tales, en cuanto verdades sobrenaturales, es decir, verdades que se encuentran en Dios y que se refieren a Dios.
El pasaje es uno de los pasajes centrales de la fe católica desde el momento en que la constituye como fe propia de la Iglesia Católica, enseñadas y creídas sólo por la Iglesia Católica y que determinan profundamente nuestra vida de fe, por lo que también guiar –o al menos, deberían hacerlo- nuestra vida de oración y nuestra vida cotidiana hacia una vida de santidad cada vez mayor.
¿De qué manera estas verdades divinas reveladas por Jesús, determinan nuestra vida de oración, de fe y la vida de todos los días?
Ante todo, Jesús revela que Dios es Uno y Trino al señalar que hay Tres Personas en Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Esto significa que el católico no cree en un Dios meramente Uno y que la semejanza en la fe en Dios Uno con otras religiones monoteístas comienza y termina ahí, en que Dios es Uno: el católico cree que Dios es Uno y Trino, es decir, Uno en naturaleza y Trino en Personas y que, al haber Personas Divinas en Dios, esas Divinas Personas conocen y aman, es decir, se pueden establecer relaciones de tipo interpersonal con estas Divinas Personas, de un modo análogo a como se establecen las relaciones interpersonales entre las personas humanas. Esto quiere decir también que el católico cree en un Dios a cuyas Divinas Personas se las puede hablar y se puede con ellas dialogar; significa que a esas Divinas Personas se las puede amar, así como se ama a las personas humanas y los ejemplos de santos que han establecido relaciones personales con las Tres Divinas Personas, abundan a lo largo de la historia de la Iglesia; sólo por mencionar, Santa Isabel de la Trinidad y la Sierva de Dios Francisca Javiera del Valle. Esta verdad de Dios como Trinidad de Personas, con las cuales se puede establecer un vínculo de fe y de amor, es incompatible con las creencias de la Nueva Era, que niegan la existencia de una Trinidad de Personas en Dios y que afirman que si hay algo a lo que se puede llamar “divinidad”, esta divinidad es una especie de energía cósmica impersonal, de la cual el hombre es sólo una parte de la misma. La incompatibilidad de estas creencias neo-paganas es evidente, desde el momento en que, como se puede ver, con una energía impersonal es imposible establecer relaciones interpresonales. Es aquí entonces en donde radica la incompatibilidad de las creencias orientales –yoga, reiki, Lilah, budismo, hinduismo, sincretismo, panteísmo, etc.- con la fe católica y que practicar estas creencias, propias de la Nueva Era, supone necesariamente abandonar la fe católica, en la teoría y en la práctica.
La otra verdad que revela Jesús, propia de la fe católica, es la de la inhabitación trinitaria en el alma: es decir, Jesús revela no solo que Dios es Uno y Trino, sino que las Tres Divinas Personas “hacen morada” en el alma en gracia, es decir, en el alma que, iluminada por la gracia, ame al Padre y al Hijo: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”: esto quiere decir que, el que ama a Jesús y cumple sus mandamientos –por ejemplo, amar al enemigo, cargar la cruz todos los días y seguirlo-, es porque ya está en él el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo el que convierte el cuerpo del alma fiel en su templo más preciado (cfr. 1 Cor 6, 19) y el alma en morada celestial, y tan hermosa, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos en donde habitan –por así decirlo- para ir a “hacer morada” en el alma de aquel que los ama: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”.
Otra verdad que Jesús revela es que la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor Divino, será enviado por el Padre y por Él para que “les enseñe y recuerde todo lo que Él ha dicho”, es decir, Jesús revela las funciones del Espíritu Santo en el alma y en la Iglesia: enseñar y hacer recordar lo que Jesús hizo y dijo, que son estas verdades de carácter sobrenatural, porque son verdades que ninguna creatura –ni ángel ni hombre alguno- es capaz de alcanzar por sí mismas, por lo que necesitan ser reveladas, como lo hace Jesús, pero además necesitan ser “enseñadas y recordadas”, que es lo que hace el Espíritu Santo. Precisamente, cuando no es el Espíritu Santo el que enseña estas verdades, la razón humana, sin la luz del Espíritu de Dios, reduce todas estas verdades a su estrecha capacidad y convierte el Evangelio en un método de auto-ayuda, o lo contamina con ideologías totalmente extrañas al Evangelio, y es así como surgen los cismas y las herejías dentro de la Iglesia.

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”. Por último, la fe trinitaria del católico debe, necesariamente, manifestarse en su fe y en su oración -debe creer en las Tres Divinas Personas y rezar a las Tres Divinas Personas- y, para ser verdaderamente fe, debe manifestarse en obras (cfr. 2 Sant 18), porque las obras son la señal de que se cree en Jesucristo, Dios Hijo, que es igual al Padre –“El que me ve, ve al Padre” (cfr. Jn 14, 9)- y que es Quien, con el Padre, envía el Espíritu Santo, el Amor de Dios, al corazón del fiel, para que sea este Amor Divino el que, a su vez, atraiga al Padre y al Hijo para que “hagan morada” en él. Es decir, el que es fiel a las palabras de Jesús, el que cumple sus Mandamientos, es amado por el Espíritu Santo y el Espíritu Santo, viviendo en él, convierte su cuerpo en su templo y el corazón en una morada tan agradable a Dios, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos para ir a morar en el alma del que vive en gracia. Es por esto que decimos que la fe en Dios Trino debe guiarnos a una vida de santidad cada vez mayor.

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