(Domingo
II - TO - Ciclo A – 2014)
“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Jn 1, 29-34). Juan Bautista ve pasar
a Jesús, lo señala y dice: “Éste es el Cordero de Dios”. Llama a Jesús con un
nombre nuevo, un nombre nunca hasta entonces dado a Jesús. Para sus
contemporáneos, que lo veían todos los días, Jesús era simplemente: “el hijo
del carpintero” o “el hijo de María”, y lo conocían como “aquel que ha crecido
entre nosotros”, Juan Bautista lo llama: “el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”. Para sus compatriotas, Jesús era otro integrante más del
pueblo, sin mayores distinciones. Sin embargo, Juan Bautista, iluminado por el
Espíritu Santo, ve en Jesús algo que los demás no ven: ve en Jesús de Nazareth
a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al Verbo de Dios hecho hombre, a
la Palabra de Dios encarnada en una naturaleza humana. Juan Bautista ve a la
Palabra de Dios, que había sido engendrada en la eternidad en el seno del
Padre, entre esplendores sagrados, la ve ahora caminando en medio de los hijos
de los hombres, porque la delicia de Dios es caminar en medio de los hijos de
los hombres. Juan Bautista es “el más grande nacido de mujer”, según las
propias palabras de Jesús, y esto porque está iluminado por el Espíritu Santo,
y por esta iluminación ya desde el seno materno reconoce la Presencia del
Salvador, al saltar de alegría en el seno de su madre, Santa Isabel.
Ahora,
lo reconoce en medio de los hombres y al ver descender sobre Él al Espíritu
Santo en forma de paloma, lo señala y dice: “Éste es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo”. Su testimonio es tan importante y trascendente, que
la Iglesia lo toma para su acto más importante y trascendente, la Santa Misa,
para el momento posterior a la consagración, en el que el sacerdote ministerial
eleva la Hostia consagrada mientras proclama al Pueblo congregado: “Éste es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena
del Señor”. Lo que le sucede a los contemporáneos de Jesús es lo que le sucede
a todo aquel que pretende ver y analizar a Jesús con los ojos de la razón
humana: ven en Jesús solamente a un hombre, tal vez un hombre bueno, un hombre
santo, que murió por sus ideales, pero nada más que eso; pero quienes ven a
Jesús con su sola razón natural, jamás podrán penetrar en los misterios
absolutos de su Ser divino trinitario, porque Jesús, como nos dice Juan
Bautista, no es un hombre más, ni es un hombre santo, ni siquiera el más santo
entre todos los santos: Jesús es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad,
Dios Tres veces Santo, el Dios por quien los ángeles y santos son santos en el
cielo, y sin el cual nada es santo, puro y bueno. Cuando Juan Bautista dice que
Jesús es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, nos está diciendo
esto precisamente: que Jesús no es “el hijo del carpintero”, “el hijo de María”,
sino el Hijo de Dios que vino a este mundo a salvarnos y que para eso trabajó
como carpintero y que fue Hijo de la Virgen María, pero que al mismo tiempo fue
Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Juan Bautista ve más
allá de la humanidad de Jesús: ve a la Persona Divina de Dios Hijo, que ha
asumido un cuerpo humano para sacrificarlo en la Cruz y ofrecerse en expiación
por los pecados del mundo, y es por esto que cuando ve pasar a Jesús, dice: “Éste
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
De
igual manera, iluminado por la fe de la Iglesia, el católico ve en la
Eucaristía algo que los demás no ven: mientras los demás ven en la Eucaristía
simplemente a un poco de pan bendecido en una ceremonia religiosa, el católico,
iluminado por la fe de la Iglesia, ve en la Eucaristía al Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo; ve en la Eucaristía al Cristo, Hijo de Dios, muerto
y resucitado; ve en la Eucaristía al Sagrado Corazón de Jesús, que baja desde
el cielo con su Cruz para quedarse en la Eucaristía; ve en la Eucaristía a
Jesús de Nazareth, que en la Santa Misa renueva, actualiza y prolonga su
sacrificio en Cruz, el mismo y único del Calvario, entregando en el altar
eucarístico su Cuerpo y derramando su Sangre en el cáliz, así como en el
Calvario entregó su Cuerpo y derramó su Sangre en la Cruz; ve en la Eucaristía
no solo su alimento sino la Fuente misma de su vida y la Vida misma Increada,
porque la Eucaristía es Dios que es la Vida Increada en sí misma, y quien se
alimenta del Pan Vivo bajado del cielo se alimenta de la substancia misma de
Dios y vive de la substancia de Dios; la Sangre de Dios corre por su sangre y
lo oxigena y le da vida, una vida nueva, no humana, sino eterna, sobrenatural,
celestial, pero también quien no se alimenta de la Eucaristía padece hambre
hasta morir de inanición, aún cuando se atiborre de manjares terrenos; ve en la
Eucaristía el acto de Amor y la declaración de amor de un Dios hacia la
humanidad, hacia todo hombre, y hacia cada hombre en particular, un amor
eterno, infinito, inabarcable, inagotable, y que por lo mismo es incomprensiblemente
despreciado por los hombres, que buscan cualquier pretexto para abandonar la
Santa Misa dominical.
“Este
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Las palabras y el testimonio
de Juan Bautista deben guiar el conocimiento de todo cristiano acerca de Jesús,
pero no como un mero conocimiento teórico, sino como un conocimiento teórico y práctico
que incida y lleve a modificar la conducta diaria de todos los días, es decir,
las palabras del Bautista deben ser la guía de la vida del cristiano. Si el
cristiano cree que Cristo es el Cordero de Dios y que ese Cordero está en la
Eucaristía, procurará, ante todo, adorarlo con todo su corazón, y buscará de
adorarlo en la Eucaristía, y para adorarlo, acudirá allí donde se encuentra el
Cordero, en la Santa Misa y en la Adoración Eucarística; si el cristiano cree que
Jesús es el Cordero de Dios y que ese Cordero está en la Eucaristía, convertirá
su corazón en altar y en sagrario para alojar a Jesús Eucaristía y convertirá a
la Santa Misa dominical en el evento de gracia y de amor más importante no solo
de la semana sino de toda su vida; si el cristiano cree que Jesús es el Cordero
de Dios y que quita el pecado de su
corazón, acudirá prontamente al sacramento de la confesión una vez cometido un
pecado, pero tomará primeramente la decisión de morir antes de cometer un
pecado mortal o venial deliberado, para no ofender con el pecado al Cordero a
quien tanto ama; si el cristiano cree, como dice Juan el Bautista, que Jesús es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no aceptará con un silencio
cobarde y cómplice las estructuras de pecado del mundo, ni será connivente con
las estructuras de la cultura de la muerte, el aborto, la eutanasia, la
lujuria, la pornografía, el materialismo, el hedonismo, el relativismo; si el
cristiano cree que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,
no se inclinará ante los modernos ídolos del mundo, ídolos construidos con el
deliberado fin de apartar a las almas del amor a Dios: el fútbol, sobre todo la
televisación del Mundial de fútbol y la programación televisiva saturada de fútbol; la
política sin ética y sin Dios; la cultura de la diversión neo-pagana, en donde
el Dios de la Alegría infinita está ausente, porque la diversión actual está
pensada en términos de carnalidad, de pecado y de lujuria y no está basada en la
verdadera alegría, que es la alegría de la Resurrección de Cristo; la economía
deshumanizada; la música anticristiana; la espiritualidad anticristiana
gnóstica, ocultista, esotérica, y wiccana, que es la espiritualidad de la Nueva
Era; la moda, el cine, la cultura, la literatura, el pensamiento filosófico, la
literatura, contrarios a Dios y al hombre mismo del mundo contemporáneo.
“Este
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. La señalación que de
Cristo hace el Bautista, movido por el Espíritu Santo, es la señalación que el
cristiano debe hacer de la Eucaristía, movido por la fe de la Iglesia, y así
como el Bautista dio su vida por Cristo, siendo decapitado al no consentir el
adulterio concubinario de Herodes, así el cristiano debe estar dispuesto a dar
su vida antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, tal como lo
dice en la fórmula de la confesión sacramental –“antes querría haber muerto que
haberos ofendido”-, como testimonio de amor a Cristo y a su gracia. En otra palabras, así como Juan Bautista dio su vida por proclamar y creer que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, así el cristiano, porque proclama en la Santa Misa y cree que Jesús en la Eucaristía es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, debe estar dispuesto a morir antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado.
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ResponderEliminarHermoso texto, Este es el Cordero de Dios, Él que quita los pecados del mundo.
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