miércoles, 8 de enero de 2014

“Pensaron que era un fantasma”


“Pensaron que era un fantasma” (Mc 6, 45-52). Jesús camina sobre las aguas en dirección a la barca de los discípulos; estos, al verlo caminar sobre las aguas, se ponen a gritar, “pensando que era un fantasma”. Jesús sube a la barca, les dice que no teman, porque es Él y calma el viento con una orden de su voz.
Toda la escena es representativa de realidades sobrenaturales: la barca es la Iglesia; los discípulos son los bautizados; el mar es el mundo y la historia humana; el viento que “sopla en contra”, como lo dice el Evangelista, es el demonio que busca hundir la barca, es decir, la Iglesia; Jesús que sube a la barca y calma al viento con su sola voz, significa que el Hombre-Dios es el Dueño no solo de la barca, sino también de la historia humana y que tiene poder absoluto sobre el demonio que, aun siendo un poderoso ángel rebelde, en relación con Cristo es como un insignificante gusano.
También la inesperada reacción de los discípulos –confunden a Jesús con un fantasma- es representativa de realidades sobrenaturales, ya que representa a muchos católicos en su relación con Cristo, por lo que vale la pena detenerse en su consideración y reflexionar sobre la misma.
Según el relato del Evangelio, cuando los discípulos ven a Jesús caminar sobre las aguas, es decir, hacer un milagro con su poder divino, se atemorizan porque los confunden con un fantasma y comienzan a gritar despavoridos. Esta reacción es sorprendente e inesperada, puesto que parecieran desconocer a su Maestro a pesar de haber sido testigos directos y presenciales de numerosos milagros, en comparación con otros que solo saben de sus milagros por narraciones de terceros.
Con esta reacción, los discípulos en la barca representan a muchos cristianos que, estando en la Iglesia, creen en Jesús como si fuera un fantasma y no una Persona real. Hablan de Jesús y creen en Jesús como si fuera un fantasma y no como si fuera una Persona real, y mucho menos como si fuera la Persona Divina del Hijo de Dios.
Para estos cristianos, al ser Jesús un fantasma, sus Mandatos no tienen incidencia en las decisiones de todos los días ni en su ser cristiano, convirtiéndose de esta manera en cristianos meramente nominales y teóricos, y neo-paganos en la práctica. En consecuencia, hacen oídos sordos a los Mandatos de Jesús: si Jesús dice: "Ama a Dios y a tu prójimo", estos ni aman a Dios, ni aman al prójimo; si Jesús dice: "Ama a tus enemigos", en vez de amarlos con el amor de la Cruz, lo odian, comportándose como paganos y no como cristianos; si Jesús dice: "No se puede servir a Dios y al dinero", estos cristianos sirven al dinero y no a Dios; si Jesús dice: "Honra padre y madre", ni honran al padre, ni honran a la madre; si Jesús dice: "No cometerás actos impuros ni fornicarás", estos cristianos hacen de la impureza corporal su modo vida, y así con todos los mandamientos de la Ley de Dios.
Al ser Jesús -para estos cristianos- un fantasma y no la Persona Divina de Dios Hijo, se abandonan en las tribulaciones y se alejan tanto más de Jesús cuanto más dura es la tribulación, sin considerar que la tribulación es precisamente un don que Jesucristo les concede para que crean en Él.
Pero tampoco en las alegrías está presente Jesús, porque al pensar que es un fantasma, sus alegrías o son mundanas o si vienen del cielo prontamente se mundanizan y se convierten en profanas.
Al pensar que Jesús es un fantasma, la alegría de estos cristianos no se fundamenta en la resurrección, y es por esto que se degrada a alegría mundana y profana.
Pero lo más grave de todo es que, al considerar a Jesús como un fantasma y no como el Hombre-Dios, estos cristianos no alimentan sus almas con el manjar de los cielos, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, y es así como se vuelcan a los manjares y placeres de la vida terrena, vacíos de Dios.
“Pensaron que era un fantasma”. Jesús en la Eucaristía no es un fantasma; es el Hombre-Dios que, caminando desde el cielo hasta el altar eucarístico, viene a nosotros escondido en la apariencia de pan, para calmar con su poder divino la tormenta de la vida terrena, aquietar el borrascoso mar de las tribulaciones y concedernos su Paz, su Alegría y su Amor.


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