“Conviértanse,
porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt
4, 12-17. 23-25). Si bien el Evangelio destaca la actividad de Jesús de curar
enfermos y expulsar demonios, no radica en esto la esencia de su mensaje,
puesto que Jesús no ha venido para simplemente hacer de este mundo un “mundo
feliz” en donde el hombre viva sin mayores preocupaciones.
La
actividad principal de Jesús no es la de curar enfermos ni expulsar demonios:
esto es solo un prolegómeno a su obra central, que radica en algo mucho más
grande: Jesús ha venido para “deshacer las obras del demonio” (1 Jn 3, 8), perdonar a los hombres sus
pecados y concederles la gracia de la filiación divina. Un indicio de la obra
de Jesús se encuentra en la cita del profeta que preanuncia la llegada del
Mesías: éste vendrá a “iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de
muerte”, es decir, Jesús vendrá a derrotar a las tinieblas que acechan al
hombre y le provocan la muerte: las tinieblas del pecado pero también las tinieblas
que son las “potestades de los aires” (Ef
2, 22), los ángeles caídos y su jefe, el demonio, que “ronda como un león
buscando a quién devorar” (1 Pe 5, 8).
Esta
es entonces la obra central de Jesús, en cuanto Dios: viene a derrotar a las
tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia, y las tinieblas vivientes,
los ángeles caídos, como paso previo al don de la gracia que convertirá al
corazón del hombre, inclinado a las cosas bajas y mundanas como consecuencia de
estar vencido por estas dobles tinieblas.
El
corazón humano, expulsado del Paraíso y peregrino en esta tierra que yace “en
sombras de muerte”, está vencido y vuelto hacia las cosas de la tierra, mirando
hacia las cosas bajas y no hacia el cielo. De ahí el pedido de Jesús: “Conviértanse,
porque el Reino de los cielos está cerca”. Para facilitar la conversión es que
Jesús obra prodigios como la curación de enfermedades y la expulsión de
demonios; esto lo hace como paso previo a la concesión de la gracia de la
conversión. Sin embargo, puesto que el hombre es un ser libre, permanece
todavía, a pesar de los dones y prodigios obrados por Jesús, la posibilidad del
rechazo de la gracia de la conversión, y por eso es que Jesús insiste: “Conviértanse,
porque el Reino de Dios está cerca”.
La
conversión que pide Jesús es un movimiento del corazón, movimiento por el cual este,
impulsado por la gracia, deja de mirar hacia las cosas de la tierra para elevarse
en dirección a Dios, tal como lo hace el girasol cuando, finalizada la noche,
el astro sol comienza a recorrer el firmamento. Sin embargo, a diferencia del girasol, que se eleva en dirección al sol guiado por el determinismo de su especie floral -es decir, el girasol no puede hacer otra cosa que elevarse en dirección al sol cuando comienza el día-, la conversión permanece siempre como un
movimiento libre del hombre, que debe asentir libremente al don de la gracia de
la conversión.
“Conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca”. Jesús no ha venido a este mundo para expulsar demonios y curar enfermedades -aunque efectivamente expulse demonios y cure enfermedades-, sino para que nuestro corazón se convierta, es decir, para que deje de querer ser atraído por este mundo caduco y efímero, sometido a la corrupción -mundo que pasa pronto, porque la vida terrena es breve- y para que comience a querer ser atraído por las cosas del cielo, ante todo por la Eucaristía, ese Sol eterno de luz celestial, que es más grande que los cielos. Es esto lo que Jesús nos quiere decir cuando nos dice: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca”.
¿Cuándo comienza la conversión? Se sabe que la conversión ha dado inicio cuando el alma prefiere morir antes que pecar mortal o venialmente, es decir, cuando prefiere la muerte terrena antes que verse privada de la comunión sacramental, la unión con el Sol de justicia, Cristo Dios en la Eucaristía.
“Conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca”. Jesús no ha venido a este mundo para expulsar demonios y curar enfermedades -aunque efectivamente expulse demonios y cure enfermedades-, sino para que nuestro corazón se convierta, es decir, para que deje de querer ser atraído por este mundo caduco y efímero, sometido a la corrupción -mundo que pasa pronto, porque la vida terrena es breve- y para que comience a querer ser atraído por las cosas del cielo, ante todo por la Eucaristía, ese Sol eterno de luz celestial, que es más grande que los cielos. Es esto lo que Jesús nos quiere decir cuando nos dice: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca”.
¿Cuándo comienza la conversión? Se sabe que la conversión ha dado inicio cuando el alma prefiere morir antes que pecar mortal o venialmente, es decir, cuando prefiere la muerte terrena antes que verse privada de la comunión sacramental, la unión con el Sol de justicia, Cristo Dios en la Eucaristía.
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