jueves, 16 de enero de 2014

"Hijo, tus pecados te son perdonados"


“Hijo, tus pecados te son perdonados” (Jn 1, 29-34). Jesús le concede al paralítico una doble curación, corporal y espiritual. Corporal, porque cura su parálisis, de manera que puede incorporarse por sus propios medios; espiritual, porque le perdona sus pecados. De esta manera, demuestra doblemente su condición divina, al realizar un milagro de curación física, que solo puede ser hecho con el poder divino, y al perdonar los pecados del paralítico, lo cual es también un atributo exclusivamente divino.
Más allá de la curación real y verdadera de un hombre particular, en un momento determinado de la historia y en un lugar determinado, el episodio del Evangelio es representativo de la acción divina sobre la humanidad, que está a su vez representada en el paralítico. El paralítico representa al hombre caído en el pecado, postrado en el pecado, agobiado por el peso de la culpa, vencido por el peso del pecado, pero que mantiene sin embargo su deseo de Dios, expresado en su fe en Cristo Jesús. El paralítico tiene fe en Jesús, el Mesías de Dios: “Al ver la fe de esos hombres”, dice el Evangelio, es que Jesús se decide a obrar. El paralítico, postrado pero con fe en Jesús, es figura del hombre caído por el pecado, pero que tiene una fe viva en el Mesías Salvador, Cristo Jesús.

A su vez, la doble curación de Jesús, la corporal y la espiritual, pero sobre todo la espiritual, es una prefiguración de la curación que se verifica en el sacramento de la confesión: si bien en el paralítico la curación es doble, corporal y espiritual, en el sacramento de la confesión, es ante todo espiritual y consiste en la remoción del pecado, verdadera causa de parálisis espiritual. Y así como el paralítico, al ser curado corporalmente de la causa que le provocaba la parálisis, se dice en sentido figurado que posee una vida nueva, en el sentido de que ahora puede caminar –Jesús le dice: “Toma tu camilla y vete”-, así también el sacramento de la confesión, al curar la enfermedad espiritual del alma que es el pecado, le concede vida nueva en sentido real y no figurado, pero no simplemente porque el alma puede utilizar ahora las fuerzas naturales que antes estaban embotadas y paralizadas por el pecado, lo cual sucede en verdad –por ejemplo, la curación del pecado de la ira le permite al alma vivir en plenitud su propia mansedumbre natural-, sino porque verdaderamente le concede una vida nueva sobreantural, la vida nueva de la gracia, que es participación en la vida divina del Hombre-Dios Jesucristo –siguiendo con el ejemplo anterior, su mansedumbre no será ya la propia, sino la del Sagrado Corazón-, vida que es verdaderamente nueva y sobrenatural.
“Hijo, tus pecados te son perdonados”. En cada confesión sacramental, se renueva místicamente el Amor del Corazón de Jesús Misericordioso al alma arrepentida que se postra en busca del perdón divino.


No hay comentarios:

Publicar un comentario