“Jesús
increpó al espíritu impuro diciéndole: ‘Cállate y sal de este hombre’” (Mc 1, 21-28). El episodio del Evangelio
nos hace comprobar la realidad de la posesión demoníaca por parte de los ángeles
caídos: el hombre de la sinagoga está poseído por un ángel caído, es decir, por
un ente real, maligno, que ha tomado posesión física de su cuerpo al punto tal
de comandar las operaciones que realiza a través de él. Este dominio que ejerce
el ángel caído sobre el hombre de la sinagoga se ve en el hecho de que el
espíritu maligno se desplaza de un lugar a otro a través suyo, usando el cuerpo
del hombre como si de un medio de transporte se tratara, además de utilizar sus
cuerdas vocales para dirigirse de modo insolente contra Jesús: “¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros?”. Según
expertos demonólogos, como el P. Fortea, los demonios desean poseer cuerpos en
los que puedan habitar sin ser molestados, es decir, cuerpos en los que la
impureza y el estar entregados a los placeres es lo habitual[1],
pero también es cierto lo opuesto, esto es, que detestan habitar en cuerpos en
gracia, en donde la pureza les recuerda a Cristo y por eso su estadía en estos
cuerpos se les torna insoportable, aunque puedan ser obligados por Dios a
permanecer en ellos, en contra de su voluntad. De hecho, ha habido casos en la
historia de la Iglesia en donde Dios ha permitido la posesión de santos, es
decir, de personas en estado de gracia actual, para que ofrecieran el
sufrimiento que les producía la posesión como víctimas expiatorias.
Pero
además de la posesión corporal, hay otra posesión, esta vez a nivel espiritual,
y es la dominación que el espíritu del mal ejerce sobre el hombre por medio del
pecado. Esta dominación, de tipo espiritual e interior, es mucho más sutil, y
difícil de detectar, por ser menos espectacular, que la posesión corporal, y es
también mucho más difícil de erradicar, por cuanto arraiga no en el cuerpo,
sino en las potencias espirituales del hombre, el intelecto o la voluntad, o
también en las potencias sensitivas. También la curación es diferente, porque
mientras que para la posesión corporal la curación se efectúa por medio del
exorcismo llamado “mayor”, para la dominación espiritual que el demonio ejerce
sobre el hombre por el pecado, es necesaria la confesión sacramental, cuyo
poder es mayor que el exorcismo.
“Jesús
increpó al espíritu impuro diciéndole: ‘Cállate y sal de este hombre’”. La temible
realidad de la posesión corporal debe hacernos meditar acerca de esa otra
todavía más temible posesión, y es la posesión y dominación espiritual que el
espíritu del mal ejerce sobre el hombre por medio del pecado, para que estemos
prevenidos de manera tal de estar dispuestos a perder la vida terrena antes que
perder la vida de la gracia, tal como lo decimos en el acto de contrición: “Antes
querría haber muerto que haberos ofendido”.
[1] Cfr. Fortea, J. A., Exorcística.
Complemento del Tratado Summa Daemoniaca, Atlas Representaciones, Asunción 2007,
22.
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