lunes, 13 de enero de 2014

“Jesús increpó al espíritu impuro diciéndole: ‘Cállate y sal de este hombre’”


“Jesús increpó al espíritu impuro diciéndole: ‘Cállate y sal de este hombre’” (Mc 1, 21-28). El episodio del Evangelio nos hace comprobar la realidad de la posesión demoníaca por parte de los ángeles caídos: el hombre de la sinagoga está poseído por un ángel caído, es decir, por un ente real, maligno, que ha tomado posesión física de su cuerpo al punto tal de comandar las operaciones que realiza a través de él. Este dominio que ejerce el ángel caído sobre el hombre de la sinagoga se ve en el hecho de que el espíritu maligno se desplaza de un lugar a otro a través suyo, usando el cuerpo del hombre como si de un medio de transporte se tratara, además de utilizar sus cuerdas vocales para dirigirse de modo insolente contra Jesús: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros?”. Según expertos demonólogos, como el P. Fortea, los demonios desean poseer cuerpos en los que puedan habitar sin ser molestados, es decir, cuerpos en los que la impureza y el estar entregados a los placeres es lo habitual[1], pero también es cierto lo opuesto, esto es, que detestan habitar en cuerpos en gracia, en donde la pureza les recuerda a Cristo y por eso su estadía en estos cuerpos se les torna insoportable, aunque puedan ser obligados por Dios a permanecer en ellos, en contra de su voluntad. De hecho, ha habido casos en la historia de la Iglesia en donde Dios ha permitido la posesión de santos, es decir, de personas en estado de gracia actual, para que ofrecieran el sufrimiento que les producía la posesión como víctimas expiatorias.
Pero además de la posesión corporal, hay otra posesión, esta vez a nivel espiritual, y es la dominación que el espíritu del mal ejerce sobre el hombre por medio del pecado. Esta dominación, de tipo espiritual e interior, es mucho más sutil, y difícil de detectar, por ser menos espectacular, que la posesión corporal, y es también mucho más difícil de erradicar, por cuanto arraiga no en el cuerpo, sino en las potencias espirituales del hombre, el intelecto o la voluntad, o también en las potencias sensitivas. También la curación es diferente, porque mientras que para la posesión corporal la curación se efectúa por medio del exorcismo llamado “mayor”, para la dominación espiritual que el demonio ejerce sobre el hombre por el pecado, es necesaria la confesión sacramental, cuyo poder es mayor que el exorcismo.
“Jesús increpó al espíritu impuro diciéndole: ‘Cállate y sal de este hombre’”. La temible realidad de la posesión corporal debe hacernos meditar acerca de esa otra todavía más temible posesión, y es la posesión y dominación espiritual que el espíritu del mal ejerce sobre el hombre por medio del pecado, para que estemos prevenidos de manera tal de estar dispuestos a perder la vida terrena antes que perder la vida de la gracia, tal como lo decimos en el acto de contrición: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”.



[1] Cfr. Fortea, J. A., Exorcística. Complemento del Tratado Summa Daemoniaca, Atlas Representaciones, Asunción 2007, 22.

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