“No comprendían lo que Jesús
les decía” (Jn 16, 16-20). En la Última Cena, Jesús les anuncia a sus discípulos, por
anticipado, cómo será su Pascua, su “paso”, de este mundo al otro; Jesús les
anuncia la dramaticidad de la “hora” que se acerca, “su hora”, hora que es también
la de las tinieblas del infierno, que buscarán y conseguirán quitarle la vida;
Jesús les habla de su regreso al seno eterno del Padre, y luego de su
resurrección –“me volverán a ver”-, pero los discípulos “no comprendían” lo que
Jesús les decía.
Esta “no comprensión” por
parte de los discípulos, se mantiene y se conserva hasta el día de hoy, entre
la inmensa mayoría de los bautizados, pues muchísimos de estos son cristianos
solo de modo nominal, solo de nombre, puesto que en la práctica se comportan como
verdaderos paganos.
Los cristianos-paganos no
comprenden que el primer mandamiento, el más importante de todos, es el amor a
Dios y al prójimo, pero no con un amor simplemente humano, que es egoísta,
mezquino, limitado, y se deja llevar por las apariencias, sino con el Amor
Divino, con el Espíritu Santo, que lleva a amar al prójimo en Dios y por Dios,
y a amarlo aún -y sobre todo- si es enemigo, y lleva a amar hasta la muerte de
Cruz, lo cual quiere decir perdonar las ofensas “setenta veces siete”, es decir,
siempre.
Los cristianos no comprenden
que es la Eucaristía
el centro, el sol, el desvelo de sus vidas, y no las cosas y los atractivos del
mundo, que tan pronto como esta vida se termina, desaparecen en la más completa
oscuridad y silencio, siendo incapaces de socorrer al alma que en esos momentos
se ve asaltada por los demonios que buscan hacerla desesperar y arrastrarla al
infierno. Los cristianos no comprenden que si su vida no está centrada en la Eucaristía, que si no
ponen a la Eucaristía
en lo más alto de sus aspiraciones, difícilmente podrán acceder al Reino de los
cielos.
Los cristianos no comprenden
que si no hacen oración –luego de la
Misa, es el Santo Rosario la principal de las oraciones-, no
tendrán la luz de Dios en sus almas, y no serán asistidos por Jesús, la Virgen, los ángeles y los
santos, en sus tribulaciones, y así persisten en acudir a medios puramente
humanos, distractivos, cuando no esotéricos y heréticos, en vez de golpear las
puertas del cielo con la oración cristiana.
Los cristianos de hoy, la
gran mayoría, como los discípulos de ayer, en la Última Cena, “no comprenden”,
en qué consiste ser cristianos, y por eso el mundo se hunde en la oscuridad y
en las tinieblas más absolutas.
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