“Mi Padre y Yo haremos
morada en quien me ame y cumpla mis mandamientos” (Jn 14, 21-26). Jesús revela el abismo insondable del Amor divino
por el hombre: Dios no se contenta con haber creado el universo para el hombre,
ni tampoco con haberlo hecho “a imagen y semejanza suya”.
En el exceso incomprensible
de su Amor por el hombre, Dios Uno y Trino se dona a sí mismo, en sus Tres
Divinas Personas, a aquel que, amando a Cristo, cumpla sus mandamientos, que en
definitiva no es más que uno, el primero, en el que están contenidos todos los
demás: “Amar a Dios y al prójimo”.
Jesús revela que quien lo
ama, cumplirá sus mandamientos, que se resumen en amar a Dios y al prójimo, y
como el que obra el amor es debido a que tiene en sí al Espíritu Santo, que es
Amor, Él y su Padre, atraídos por el Amor del Espíritu Divino, harán morada en
él.
Es decir, las Tres Divinas
Personas habitarán en quien, por amor a Cristo, viva el mandato del amor a Dios
y al prójimo, empezando por aquel que es su enemigo.
¡Qué triste es comprobar que
la inmensa mayoría de los cristianos, pudiendo llevarse encerradas en su
corazón a las Tres Divinas Personas luego de una comunión perfecta en el Amor,
prefieran en cambio llenar sus corazones con los vacíos atractivos del mundo!
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