“Recibid el Espíritu Santo”. Jesús envía el Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente, dando
cumplimiento a sus promesas, realizadas antes de cumplir su Pasión: “Yo os
enviaré el Paráclito”.
¿Y qué hace el Espíritu Santo en la Iglesia y en los cristianos, y qué hacen los
cristianos ante semejante don?
En la Iglesia,
el Espíritu Santo es soplado por Jesús sacerdote y por Dios Padre, a través del
sacerdote ministerial, por las palabras de la consagración, y el Espíritu Santo
sobrevuela el altar, así como sobrevoló sobre las aguas al inicio de la Creación, convirtiendo el
pan y el vino en el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, obrando un
milagro infinita e incomprensiblemente más grande que la Creación de miles de
universos enteros, y los cristianos, ante semejante muestra de poder y de amor
divinos, se muestran indiferentes, fríos, lejanos, cuando no ofensivos y
blasfemos, despreciando y olvidando la Santa
Misa, dejándola de lado por las propias pasiones e intereses.
En los cristianos, el Espíritu Santo soplado en el Bautismo, los adopta
como hijos de Dios, concediéndoles la filiación divina, elevándolos a un rango
y a una jerarquía más alta que los más altos ángeles, y los cristianos en
contrapartida, viven como si no fueran hijos de Dios, como si nunca hubieran
recibido tan grande dignidad; en vez de comportarse como hijos de Dios, es
decir, en vez de vivir la mutua caridad, el amor misericordioso, la
comprensión, la paciencia, el perdón mutuo, la ayuda mutua, como corresponde a
los hijos de Dios, los cristianos se comportan, en la gran mayoría de los
casos, como paganos, buscando cómo devorarse y destrozarse entre sí; son
cristianos los protagonistas de la inmensa mayoría de hechos delictivos y de
violencia que se conocen día a día, son provocados por cristianos, que de esta
manera muestran que en nada han apreciado el inmenso don de ser hijos de Dios,
recibido en el Bautismo por el Espíritu Santo.
El corazón del cristiano, por acción de la gracia santificante, y por la
acción del Amor divino, de la oración y de la fe, debería ser, un nido de luz,
nido apto para recibir a la dulce paloma del Espíritu Santo, y en vez de eso,
es un nido de víboras, un lugar oscuro, frío, babeante, lleno de las más
grandes impurezas e inmundicias, producto de las pasiones sin control, de la
lujuria, de la avaricia, de la ira, de la venganza, de la gula, y así , en vez
de alojar a la blanca paloma del Espíritu Santo, los corazones de muchos de los
llamados “cristianos”, alojan a las oscuras y malignas serpientes del Averno,
los ángeles caídos.
El Espíritu Santo, al ser soplado en los cristianos, los convierte en
nuevas criaturas, nuevas radicalmente, de manera tal que puede decirse que son
una Nueva Creación, y a tal punto, que el cuerpo del cristiano, deja de ser
simplemente el cuerpo de un ser humano, para convertirse nada menos que en
¡templo de Dios!, pero la gran mayoría, en vez de considerar a sus cuerpos como
templos del Espíritu Santo, los convierten en templos de Asmodeo, el demonio de
la lujuria, y es así como los corazones de esos cristianos, que deberían ser
altares en donde se adore a Cristo Eucaristía, en donde brille iluminando con
fulgor divino la luz celestial de la gracia de Jesucristo, en donde se honre a
María Santísima, y en donde se huela el perfume de las virtudes, y en donde se
escuchen cánticos de alabanza a Dios Trino y de amor al prójimo, son en cambio
altares en donde se adoran a los ídolos del mundo, los cantantes, los actores
de cine, los futbolistas, los políticos, el dinero, el poder, la lascivia, y
así, se escuchan en el interior de estos cristianos, cómo retumban la música
estridente –cumbia, rock, música mundana y profana de todo género-, los gritos
de venganza, de odio al prójimo, y de alabanzas a los ídolos del mundo.
“Estando los discípulos con María
reunidos, apareció el Espíritu como un viento fuerte y como lenguas de fuego
que se posaron sobre las cabezas de María y de los discípulos”. Es una pena
constatar cómo el maravilloso don del Espíritu Santo es reducido a la nada por
muchísimos cristianos, y la prueba está en que el mundo, en vez de ser un
anticipo del Paraíso, como lo sería si los cristianos se dejaran guiar por las
dulces y amorosas inspiraciones del Espíritu Santo, dejando de lado a la Tercera Persona de
la Santísima
Trinidad, obran peor que los paganos, avergonzándolos a
estos, al dejarse conducir por sus pasiones más bajas.
Si cada cristiano tomara conciencia que en cada comunión eucarística se
renueva el maravilloso prodigio del descenso del Espíritu sobre la Iglesia en forma de
lenguas de fuego, puesto que Jesús Eucaristía sopla su Espíritu en cada
corazón, convirtiendo cada comunión en un nuevo Pentecostés, envolviendo al
alma en el fuego del Amor divino, este mundo sería un anticipo del Paraíso.
Pero el fuego del Amor divino nada puede frente a la indiferencia,
frialdad, dureza de corazón de muchos, muchísimos cristianos.
No dejemos caer en el vacío tan inmenso don, el don del Espíritu Santo,
renovado misteriosamente en cada comunión sacramental.
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